Depende de todas y todos nosotros cómo creamos las conversaciones para construir la confianza necesaria y así poder actuar. El resultado de todos estos esfuerzos es una democracia más robusta y resiliente.
En el corazón del pueblo de Noruega está la memoria del ataque perpetrado el 22 de julio de 2011 en Utoya, cuando 77 personas fueron asesinadas por un extremista. Muchas de esas personas eran niños y niñas que participaban en un campamento de verano de la juventud del Partido Laborista. Para todos nosotros que vivimos en este país ese fue un día de dolor, miedo y rabia. Cuando escuché lo que estaba pasando, mi primera reacción fue: “Ojalá que el terrorista no sea un inmigrante”. Este pensamiento, compartido por muchas personas, surgía del temor a que un acto tan violento pudiera desatar ataques de odio hacia los migrantes.
Pero el asesino era un noruego, quien por años preparó su ataque, siendo invisible ante todos los sistemas de control, que no pudieron detectar a tiempo sus planes porque estaban mirando hacia el lado equivocado. Aunque había sistemas para detectar terrorismo, los sistemas especializados no lograron detectar la real amenaza, tal vez porque el ataque vino de gente como uno, no de quienes eran diferentes.
¿Qué ha hecho Noruega después de este brutal ataque a la democracia? Primero, inmediatamente el país entero hizo suyo el dolor y se solidarizó con las víctimas. Líderes de todos los sectores políticos y sociales unieron voces para manifestar que el miedo no podía ganar. El mensaje transversal fue que la democracia estaba bajo ataque y había que defenderla con todas las herramientas disponibles, entre ellas, más democracia.
Una de las lecciones aprendidas fue la importancia de prevenir la radicalización y no dejar en las tinieblas de la exclusión a los jóvenes que optan por un camino radicalizado o violento. Más democracia significa no excluirlos del sistema educativo e insistir en mantenerlos en la conversación abierta. Cuando se excluye a los jóvenes radicalizados se pierde todo contacto, sin posibilidad de confrontar las ideas y movimientos radicales.
La radicalización no es solo optar por un movimiento de ideas políticas, sino que implica optar por un estilo de vida que sin duda genera pertenencia a grupos donde tal vez se comparten algunos beneficios que son atractivos y que, en muchos casos, dan alguna respuesta a la marginalización y/o la pobreza.
La paz no es solo ausencia de conflicto, sino también pleno goce de derechos. La paz no es solo el silencio de las balas. El abandono y la pobreza son factores impulsores de la violencia. Para cuidar la democracia hay que abordar de frente la pobreza, la inseguridad laboral, la discriminación, la falta de educación, en fin, todos esos factores que cierran la puerta de la sociedad y que abren la puerta a la alternativa de un camino violento.
¿Cómo lograr consensos políticos para movilizar recursos y voluntades que prevengan y mitiguen la radicalización? La respuesta en Noruega fue y es multisistémica, implicando colaboración y complementación de la labor entre instituciones, tanto de la policía como de inteligencia, del sistema educativo y de integración laboral, entre otros.
Las instituciones necesitan capacitarse y practicar el diálogo para lograr un impacto colaborativo y multiplicador; como pilar fundamental de largo plazo se ubica el sistema educativo. Este es el espacio de protección para la infancia y juventud. Es ahí donde pueden y deben darse las condiciones para reforzar la conversación ciudadana.
¿A qué temen quienes no se rigen por las normas de la democracia y que no tienen respeto a la vida? Simplemente a no tener territorios ni personas. Por eso, lo peor que podemos hacer es darle más soldados a esa guerra. Mientras más abandono, más tierra fértil para grupos que atentan contra la democracia.
Chile tiene muchos diagnósticos de qué cosas se deben mejorar y por quiénes y cómo. ¿Por qué no se hace lo que se debe hacer? Es posible que tengamos un choque entre capacidades para el cambio y voluntades para cambiar. Tal vez es más rentable culpar al adversario que buscar la forma de lograr acuerdos para el presente y el futuro.
En una sociedad tan capacitada y con tantos conocimientos como Chile, lo primero no pueden ser más diagnósticos, sino decididamente construir voluntades para actuar de forma transversal, colaborativa y a largo plazo, con una política de Estado. La democracia está bajo ataque y los grandes acuerdos que el país necesita son vitales para cuidarla.
Depende de todas y todos nosotros cómo creamos las conversaciones para construir la confianza necesaria y así poder actuar. El resultado de todos estos esfuerzos es una democracia más robusta y resiliente. Las respuestas estructurales son claves para que llegue la luz a rincones de la sociedad donde domina la desesperanza y la radicalización. No miremos para el lado equivocado.