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¿Tocar o no tocar la naturaleza? Opinión

¿Tocar o no tocar la naturaleza?

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Hernán Dinamarca
Por : Hernán Dinamarca Dr. en Comunicaciones y experto en sustentabilidad Director de Genau Green, Conservación.
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En Chile, nuevas instituciones y no pocas empresas e instituciones (ONG, fundaciones y universidades) y actores ciudadanos, desde hace algunos años, se encuentran democratizando en los hechos la conservación.


Los humanos, en el vivir y convivir, necesariamente interactuamos con la naturaleza, es decir, la tocamos con nuestra cultura lisa y llanamente porque somos también naturaleza. De ahí que la recurrente pregunta al interior de sensibilidades ambientalistas acerca de sí ¿tocar o no tocar a la naturaleza?, en rigor, es retórica, pues en la actual y dramática crisis ambiental –precisamente causada por un exceso de tocar irresponsable e irreflexivo en los últimos siglos en Occidente–, lo pertinente e ineludible como desafío existencial más bien es preguntarnos ¿cómo tocarla?

Importa hacer la distinción entre preservación y conservación. Dicho en simple: preservar se afincaría en la tradición ambiental que propone “no tocar” ciertos paisajes, animada por la fantasía de mantenerlos incólumes –digo fantasía, pues la permanencia no es un atributo propio del devenir de lo vivo–; mientras conservar sería propio de la tradición ambiental que propone  “tocar” ciertos paisajes para mantenerlos sustentables, es decir, contribuir a la continuidad intergeneracional sobre la base de una acción respetuosa en el aquí y en el ahora, tal como un actor más acoplado estructuralmente a la red de la vida, en codependencia entre lo humano y el mundo. 

De ahí la pertinencia de habitar los espacios naturales desde el tocarlos, pero saber cómo tocarlos, porque finalmente son patrimonio de todos.

En Chile, nuevas instituciones y no pocas empresas e instituciones (ONG, fundaciones y universidades) y actores ciudadanos, desde hace algunos años, se encuentran democratizando en los hechos la conservación. A saber, más allá del rol tradicional que en este ámbito han jugado el Estado y grandes actores privados vía enormes parques nacionales, por ejemplo, Tompkins y Piñera, esta miríada de nuevos actores mediante una innovadora y democrática gestión de predios más pequeños que incorporan el gravamen ambiental del Derecho Real de Conservación (DRC), “restringiendo o prohibiendo destinar el inmueble a uno o más determinados fines inmobiliarios, comerciales, turísticos, industriales, de explotación agrícola, forestal o de otro tipo”. 

De esa manera, el DRC, atención, parlamentarios, esta innovadora ley que fue el DRC hoy exige más fuerza y un reglamento ad hoc para su aplicación, pues ella extiende e institucionaliza el “No tocar” productivamente a territorios y paisajes dignos de conservación, una inversión hoy con alta rentabilidad y un diferenciador valor ético.

En síntesis, el ser humano y su cultura siempre “toca” a la naturaleza, pues moramos En-Red-Dados con ella. Ni tampoco podemos evadir, y hoy por hoy es nuestra principal interpelación cultural y de supervivencia, “el tocarla” con respeto: con una profunda responsabilidad ética hacía las nuevas generaciones. Eso simplemente, tan bello y desafiante, es el significado profundo de la sustentabilidad: conservar la continuidad intergeneracional.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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