Está claro que las inequidades de género empeoran cuando se cruzan con otras desigualdades, como la edad, la etnia, la nacionalidad, las condiciones ambientales y socioeconómicas, entre otras.
En las últimas dos décadas, América Latina ha realizado esfuerzos para integrar la agenda de género. Sin embargo, las profundas desigualdades de nuestra región se manifiestan de manera más contundente en las mujeres y niñas. Un ejemplo de esto es que las mujeres aún dedican más del doble de tiempo al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado que los hombres, lo que se convierte en un obstáculo, tanto para su independencia económica como para el disfrute pleno de sus derechos en igualdad de condiciones.
Aunque diversos análisis han tratado este tema como secundario, la economía del cuidado es un aspecto central para visibilizar las desigualdades patriarcales arraigadas en el capitalismo moderno. En efecto, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) muestra que el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado es vital para las economías de la región, representando en promedio el 21.3% del PIB, con las mujeres contribuyendo en un 75.5%.
Como indica el informe de Oxfam “Desigualdad S.A.“, publicado en 2024, el trabajo doméstico y de cuidado, no remunerado o mal remunerado, que asumen las mujeres y niñas, sustenta los beneficios de las empresas, ya que efectivamente subsidian la economía al llevar a cabo más de tres cuartos del trabajo de cuidado no remunerado en todo el mundo. El monto, llamativamente, asciende a al menos 10.8 billones de dólares al año, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología.
El cuidado contempla el trabajo –remunerado y no remunerado– que se realiza al interior de las familias, la distribución de tareas entre los integrantes implicados en la producción de cuidado y las interacciones que establecen con los otros espacios –estatal, privado y comunitario– de producción y provisión de bienes y servicios para el cuidado. Es necesario reconocer que, cuando los Estados debilitan a las instituciones que brindan servicios públicos de cuidado, los trabajos de cuidado suelen recaer desproporcionalmente en las mujeres, sean o no jefas de familia.
Pero las actividades de cuidado, remuneradas o no, son absorbidas de manera desproporcionada por las mujeres, no solamente en sus hogares, sino también en sus trabajos, barrios y organizaciones sociales. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la redistribución del trabajo de cuidado se torna, así, en un factor clave para detener el retroceso en la brecha de género, promover oportunidades laborales equitativas entre hombres y mujeres, y evitar la doble carga.
En América Latina, 14,8 millones de personas se dedican al trabajo doméstico remunerado, y el 91,1% son mujeres. Aproximadamente el 72,3% de ellas no tiene acceso a un empleo formal. En su informe Desigualdad S.A., Oxfam (2024) evidencia que para las personas más pobres –generalmente mujeres, personas racializadas y grupos excluidos de la sociedad– la vida cotidiana se ha vuelto aún más difícil. Está claro que las inequidades de género empeoran cuando se cruzan con otras desigualdades, como la edad, la etnia, la nacionalidad, las condiciones ambientales y socioeconómicas, entre otras.
De manera que las desigualdades de género en el área de cuidados es otra de las dimensiones que evidencian qué lejos estamos de cumplir el Objetivo 5 de la Agenda 2030, referente a la igualdad de género. En relación con lo anterior, António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, expresó que “estamos en el ecuador del plazo previsto para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que finaliza en 2030, y corremos serios riesgos de no alcanzarlos. A este ritmo, nos tomará casi 300 años lograr la igualdad de género. Las mejoras en materia de salud materna y acceso a la planificación familiar han avanzado con una lentitud pasmosa”.
En el año 2022, y como motivo de reflexionar en torno a los efectos de la pandemia de COVID-19 en la economía de los cuidados, un equipo de expertas de América Latina, agrupadas por International Development Research Center (IDRC) de Canadá y Southern Voice, redactaron un documento para pensar posibles respuestas a la llamada “crisis de los cuidados” en nuestra región.
Según este trabajo, el rezago en la instalación de un sistema integral de cuidados tiene impactos decisivos en materia de equidad e igualdad de derechos entre varones y mujeres, en la inserción laboral de las mujeres, sobre todo, pero no exclusivamente de las de menores ingresos; y en las posibilidades de salir de la pobreza de los hogares de menores recursos.
Para lograr algunas transformaciones de estas desigualdades, las investigadoras proponen reconocer y visibilizar los trabajos de cuidado, redistribuir las responsabilidades en el trabajo de cuidado no remunerado, crear una canasta básica del cuidado que ayude a cuantificar dichas tareas, favorecer la representación en la negociación colectiva de la economía del cuidado, entre otras cosas.
Avanzar en estos abordajes podrían ser algunas de las claves para generar una sociedad más justa en términos de redistribución de las tareas de cuidados y, por consiguiente, avanzar en la igualdad y equidad de género.