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Contraloría y los municipios como curadores del espacio público Opinión Archivo

Contraloría y los municipios como curadores del espacio público

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Cristián Zuñiga
Por : Cristián Zuñiga Profesor de Estado
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Lo que hace Contraloría es justamente instruir a los municipios para que se tomen en serio su rol como curadores del espacio público y no se comporten (haciendo uso de los siempre escasos recursos públicos) como imitadores de las tendencias impuestas por el mercado.


Hace unos días, la Contraloría General de la República emitió un oficio que entrega una serie de instrucciones a las municipalidades para regular la realización de eventos culturales, tales como festivales, conciertos, vendimias, carnavales y fondas. Este oficio se emite a propósito del supuesto (no existe evidencia, solo percepción y sospechas) aumento de artistas que expondrían conductas ilícitas, como el consumo de drogas e, incluso, la manipulación de armas arriba de escenarios.

Se trata de un instructivo de siete páginas donde se resalta que “las municipalidades, según el artículo 1° de la Ley N°18.695, son corporaciones autónomas con personalidad jurídica y patrimonio propio, cuyo objetivo es satisfacer las necesidades de la comunidad y asegurar su participación en el progreso económico, social y cultural”.

¿Hace bien la Contraloría en recordar a las municipalidades su responsabilidad respecto al progreso cultural de la ciudadanía, al buen uso de los espacios públicos y al cumplimiento de las garantías constitucionales, como son el respeto a la vida, la integridad y la dignidad de las personas?

Sí, hace bien, es parte de su trabajo.

Viene bien recordar que la Contraloría General de la República es una entidad fiscalizadora de carácter autónomo y rango constitucional, encargada de ejercer el control de legalidad de los actos de la administración pública, fiscalizar el ingreso y la inversión de los fondos fiscales, municipales y de los demás organismos que determinen las leyes, por lo que es parte de sus atribuciones el instruir, a quienes manejan el espacio público, que posean algún discernimiento o criterio respecto de los bienes simbólicos y materiales que en él circulan.

De lo contrario, si el alcalde y su concejo municipal tomaran definiciones relativas al espacio público del mismo modo que lo hace una Sociedad Anónima, dueña de una marca de cerveza, es decir, dejándose llevar por lo que la abrumadora mayoría considera sobre la base de las preferencias de consumo de turno, estaríamos confirmando que, en Chile, el nihilismo del mercado (neoliberalismo le llaman) ha logrado permear hasta los espacios públicos de encuentro, contemplación, creación y esparcimiento.

Sin embargo, la recomendación que hace Contraloría a los municipios deja algunas interrogantes relativas a lo que se podría denominar como la curatoría que deben asumir quienes programan los eventos culturales organizados con recursos públicos.

Sabido es que los curadores de arte son intelectuales públicos por excelencia y su labor es la de mantener no solo como archivos del pasado a museos, universidades y todo el espectro de instituciones culturales, sino que como espacios donde lo contemporáneo aparece en una forma agudizada: en lugares sensibles más que cualquier otro lugar del espacio público. El curador es el guardián por excelencia de los espacios culturales donde las emociones ciudadanas logran vincularse sin la presión ejercida por la oligofrenia del mercado o las arbitrariedades propias de los totalitarismos.

Lo que hace Contraloría es justamente instruir a los municipios para que se tomen en serio su rol como curadores del espacio público y no se comporten (haciendo uso de los siempre escasos recursos públicos) como imitadores de las tendencias impuestas por el mercado. En un presente donde el desbocado mercado –tal como lo expresa el filósofo Peter Sloterdijk– ha roto el techo metafísico de nuestras existencias, donde no existe dios, no nacen niños, se vuelven difusas las ideologías y el Estado comienza a imitar los pegajosos ritmos del mercado, se hace inminente el regreso a aquel bosque oscuro (ese donde el hombre era el lobo del hombre) del que nuestros antepasados buscaron salir a punta de pactos y contratos sociales.

Sin embargo, viene bien poner las alertas respecto de un tema: sería peligroso vincular el oficio de Contraloría con un género musical o un artista en particular. Hay que tener cuidado con creer que todo artista que canta, escribe o actúa sobre alguna temática relativa a las drogas o a situaciones de violencia urbana es un promotor de la cultura narco o del crimen organizado. Meter en la misma bolsa a la creación artística con la cultura que describen las obras dejaría a las instituciones del Estado y a las personas que las manejan en una situación compleja a la hora de elegir lo que es correcto o no de exponer en el espacio público.

La reflexión a la que nos invita el oficio de Contraloría tiene que ver con el buen uso de los espacios públicos y de cómo las instituciones del Estado asumen instancias como son los festivales, las vendimias, los carnavales y similares eventos culturales, de igual manera como se asumió la organización de los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos: una instancia de encuentro ciudadano, reconocimiento al mérito y donde el mercado no operó como motor de deportistas, ni de públicos, ni de las instituciones que promovieron aquel evento.

                                       

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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