Publicidad
Rapunzel y sus macacos Opinión

Rapunzel y sus macacos

Publicidad
Tomás Jocelyn-Holt
Por : Tomás Jocelyn-Holt Candidato presidencial liberal independiente
Ver Más

Todo este mono es por Matthei. Lo único que lo anima es la presidencial y esa apuesta a que, con quien sea y hagan lo que hagan, el próximo Presidente le pertenece a la oposición y a esta derecha. Les importan un pucho las comunas y sus problemas.


Cuando Biden renunció a su reelección, sorprendió cómo los demócratas recuperaban el aliento, después de semanas de pesimismo y sin saber cómo manejar una situación que no había pasado en 60 años. Todos los contendores de Kamala Harris declinaron en horas. Biden había reinventado el dedazo mexicano y definido a su sucesor.

Harris recolectaba una caja electoral en días. Un grupo desmoralizado, que sentía caminar a su derrota, recobró esperanza y cierta integridad moral. No que Harris dejara de ser el underdog. Pero levantaron otro producto, que cambió el tablero y logró desplazar el foco desde un Biden a la defensiva, a cuestionar a Trump, su condena, su edad, el relato y el riesgo que representa otro Gobierno suyo. Obligó a republicanos a replantear una estrategia (centrada en Biden) que nunca preparó la contingencia de que sus adversarios atinarían.

Todo lo contrario a lo que ocurrió con la entrevista de Javier Macaya a “Mesa Central” en T13. Una entrevista de la nada, pero en que costaba imaginar que no supiera que la cautelar de su papá se resolvería al día siguiente. En dos días, despertó reacciones que lo expusieron a críticas de su propia gente y lo obligaron a renunciar. Pero eso no cerró nada. El Defensor de la Niñez reclamó que Javier lo llamó terciando por su papá. Se abrió debate sobre que una exdefensora de la Niñez estuviera defendiendo a los menores y, a la vez, su pareja a Eduardo Macaya.

El Tribunal Penal Oral aprovechó para revocarle la prisión domiciliaria que le había concedido la Corte de Apelaciones de Rancagua al papá y lo mandó a la cárcel, no sin cambiar a la jefa del penal. Hubo una manifestación delante de los tribunales llamando a su renuncia al Senado (demanda compartida por el 68,8% en Pulso Ciudadano). Guillermo Ramírez asumió sin mucha fanfarria y debiendo inscribir una lista de candidatos.

Macaya se sobregiró en su rol. En los casi 4 años que dirigió a UDI, tuvo 10 derrotas en 12 elecciones. Aún así, hizo valer una identidad generacional tal con Boric, que le permitió diferenciarse del grupo de Longueira al que derrotó, llevó a rebajar los quórums constitucionales e impuso un segundo proceso constituyente.

Operó bajo el supuesto de que el ciclo aseguraba que la oposición ganaría la próxima presidencial y que solo había que resistir. Impuso a Ángel Valencia. Sumó a Kast a un fracaso que diezmó el 35% que había obtenido. Expuso a Matthei a bailar, desde que acusó en “Tolerancia 0” que el proyecto constitucional no tenía cómo aprobarse, a asumir como el rostro del #AFavor con que enfrentaron a Bachelet. Cuoteó un Tribunal Constitucional, con los mismos constituyentes que hicieron fracasar el anteproyecto de los expertos. Sintió poder forzar un abanico desde Amarillos a Republicanos que hasta hoy no se le da y, aunque se le diera, no supera el voto #AFavor que perdió el año pasado. Macaya acumuló cuentas que su propia gente le iba a cobrar. No era solo por el papá.

Tampoco era solo Javier. La oposición nunca ha amenazado al Gobierno. Le ha dado ínfulas de poder aprovechar un rechazo a su regreso. El grupo entero es débil. Pepa Hoffmann no es precisamente una simpatía. Guillermo Ramírez es parte del grupo que negoció el proceso constituyente fracasado. Subidos por el chorro, han dividido a la derecha en cuatro (Kast, Kaiser, Rincón y Matthei), sin hacerlos converger, sino todo lo contrario. Tampoco suman a Parisi. Se les murió Piñera. No son interlocutores con el Gobierno más que para aprobar lo que a ese Gobierno interesa (y basta eso para despertar sospechas entre ellos).

Han inscrito una plancha de candidatos que no tiene pretensiones de ganar la elección o aprovechar el deterioro del Gobierno. Reproducen la misma corruptela que no son capaces de corregir (no solo llevan a Felipe Guevara, sino también a su hermano). No tienen capacidad para colocar a sus comunas en vitrina. Cada vez que sale Max Luksic en el Diario Financiero, pregunto ¿quién lee ese diario en Huechuraba? Si antes fue el INDH, ahora Desbordes suma a Guarequena Gutiérrez, creyendo que el fraude de Maduro le dará los votos venezolanos que hagan la diferencia en Santiago. “¿Le molesta Maduro? Vote por Desbordes”. Bassaletti es el candidato “para que Vodanovic no gane por mucho”.

Cuatro de los cinco exministros de Piñera que postulan despiertan divisiones en la misma derecha (Desbordes, Sichel, Bellolio, Rubilar). Hay una pérdida de competitividad evidente, que no cuesta anticipar y que ellos hacen como si tuvieran ya asimilada. Son candidatos a parlamentarios. No tienen visión urbana (salvo Poduje en Viña). Francisco Orrego en el Gobierno Regional Metropolitano no solo es una excentricidad caribeña, sino que transmite la idea de que la elección se juega en “Sin Filtros” y en un esquema adversarial que no va para ningún lado. No tienen relato, ni aplomo, ni expresan demandas. Terminan cediendo ventaja al incumbency instalado y rogando que la dispersión del oficialismo haga el milagro en un par de lugares.  

Todo este mono es por Matthei. Lo único que lo anima es la presidencial y esa apuesta a que, con quien sea y hagan lo que hagan, el próximo Presidente le pertenece a la oposición y a esta derecha. Les importan un pucho las comunas y sus problemas. Son candidatos supositorios, colocados. Aun así, creen que, si pierden la municipal, no les empece. Ya antes ella había dicho que “nadie se acordaría del 17 dic”. “Si no somos nosotros, no es nadie”, han dicho. “¡Prometan… Prometan… Prometan!”, ha aleonado. Cual Rapunzel que cree que el país le llueve. Que su posicionamiento, como la que despierta mayores menciones espontáneas, definirá la papeleta y como si un 20% definiera la elección. Una apuesta que depende de cómo le enmarquen la disputa. Si Matthei versus Kast o si Matthei versus Bachelet.

No imaginan otro escenario, ni imaginan perder en esos casos. Ni que el 60% del país, que manifiesta no tener candidato, tenga deseos de buscar otro. Ellos aseguran que el framing descrema siempre en favor de la derecha y de ellos. No importa que no haya sido así en casi todas las elecciones desde el 2019. No tienen la alianza, ni pacto, ni el mecanismo. No imaginan que se haga cuestión de sus volteretas, salidas erráticas, edad, errores y falta de manejo. Matthei se limita a comentar la coyuntura. Pasa dando explicaciones. No es Kamala Harris. Tampoco Trump, Bukele o Milei.

El elenco es malo. No imaginan que el país no quiera volver al piñerismo. No imaginan que nadie (ni ellos) quiera estar asociado a esa trenza (por eso sus pactos por omisión). Son una alianza de enemigos que apuesta al fracaso ajeno. Tampoco imaginan que le pase lo mismo que a Lavín, Jadue o Sichel. Ni que su sector tema que arriesga esa percepción de triunfo. Ni que se haya convertido en una figura diletante incapaz de ofrecer una idea de Chile y de sus desafíos. Que no proyecta liderazgo. Tampoco que el país tema que ella y Kast repitan otro 18-O, un fracaso de un Gobierno de minoría o vuelvan a sacrificar la Constitución.

¿Para qué decirles que ellos solo animan a Boric 2030 así? Ella está ahí en su torre, cual Rapunzel, esperando que sus macacos lleguen… y ella, con sus trenzas y manto, les ofrezca esa eterna juventud a un grupo que despierta antipatía y teme su obsolescencia. Que haga magia sobre un país que motive a votar por ellos solo porque rechazan a sus adversarios y nos vuelvan al pasado. No ha funcionado en cuatro años. Tampoco a Le Pen, ni a Farage, ni a Patricia Bullrich, Abascal o Feijóo. Ni a Trump. ¿Por qué le debería funcionar a ella?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias