En esta visión, el régimen se presenta como el defensor del “bien absoluto”, mientras que cualquier oposición es etiquetada como parte de un “mal absoluto” que busca destruir el país. Esta dualidad permite al régimen movilizar a sus seguidores y justificar cualquier medida, por drástica que sea.
El uso de la teoría de la conspiración como herramienta política no es nuevo. Desde la Rusia estalinista hasta los regímenes autoritarios contemporáneos, la idea de una amenaza externa conspirativa ha servido para justificar la represión y la violencia estatal.
En este sentido, el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela no es una excepción. Al igual que Stalin (o Kim Jong-un en la actualidad) utilizó la teoría de la “conspiración universal de los servicios de inteligencia de los países capitalistas” para justificar las purgas y la represión extrema, Maduro ha recurrido a la idea de una conspiración global para mantener su poder ante un fraude electoral evidente y la crisis humanitaria que asola al país.
En el artículo del historiador Luis Corvalán Marquez, “La tesis sobre la conspiración universal del mal absoluto como recurso de la violencia extrema desde el Estado” (publicado en Revista Mapocho, en 2003), se analizaba cómo los regímenes autoritarios han utilizado la idea de una conspiración internacional como herramienta para ejercer control y violencia sobre sus ciudadanos. Este análisis resulta particularmente relevante para comprender las estrategias de Maduro en Venezuela.
Corvalán Marquez señalaba que la teoría sobre la conspiración universal fue una construcción ideológica en la URSS para legitimar la violencia estatal. Según esta teoría, la URSS estaba rodeada por un “cerco capitalista hostil” que buscaba destruir el socialismo desde dentro. Esta narrativa justificaba la represión extrema contra cualquier sospecha de traición o complicidad con los enemigos del Estado.
Maduro, siguiendo una lógica similar, ha construido una narrativa en la que Estados Unidos y la derecha nacional e internacional conspiran para derrocarlo. Esta narrativa se ha intensificado especialmente después de las elecciones fraudulentas de 2018, cuando Maduro fue reelegido en un proceso ampliamente criticado por la comunidad internacional. Ante la falta de legitimidad y el creciente descontento social, ha recurrido a la retórica de la conspiración para justificar la represión y desviar la atención de sus propios fracasos.
El concepto de “conspiración” es un recurso útil para los regímenes autoritarios, porque permite simplificar la realidad política y presentar una visión maniquea del mundo. En esta visión, el régimen se presenta como el defensor del “bien absoluto”, mientras que cualquier oposición es etiquetada como parte de un “mal absoluto” que busca destruir el país. Esta dualidad permite al régimen movilizar a sus seguidores y justificar cualquier medida, por drástica que sea, en nombre de la defensa de la patria.
En Venezuela, esta retórica ha tenido consecuencias devastadoras. La crisis económica, caracterizada por una hiperinflación y una escasez de productos básicos, ha sido atribuida a una “guerra económica” librada por enemigos externos e internos. La narrativa de la conspiración ha servido para deslegitimar a la oposición política y justificar la persecución de sus líderes. La Asamblea Nacional, controlada por la oposición, ha sido despojada de sus poderes y reemplazada por una Asamblea Nacional Constituyente fiel a Maduro. Además, la represión estatal se ha intensificado, con arrestos arbitrarios, torturas y asesinatos de opositores políticos.
La situación en Venezuela recuerda tristemente las tácticas utilizadas por Stalin durante las grandes purgas. Stalin, como señala Corvalán Marquez, utilizó la teoría de la conspiración para justificar la eliminación de sus enemigos políticos, reales o imaginarios. Las purgas estalinistas no solo fueron una herramienta para consolidar el poder de Stalin, sino también un medio para controlar a la población mediante el miedo y la desconfianza. De manera similar, Maduro ha utilizado la teoría de la conspiración para sembrar el miedo y desactivar cualquier resistencia a su régimen.
Sin embargo, a diferencia del contexto soviético, donde la teoría de la conspiración estaba enmarcada en un discurso ideológico marxista-leninista, la narrativa de Maduro carece de una base ideológica coherente. En lugar de un proyecto socialista claro, lo que se percibe es una lucha desesperada por mantener el poder a cualquier costo. La teoría de la conspiración se convierte, entonces, en una herramienta puramente pragmática, desprovista de un proyecto político de fondo.
Es importante destacar que la retórica de la conspiración no solo ha sido utilizada por regímenes de izquierda. La historia reciente muestra ejemplos en diversas latitudes y espectros políticos. La utilización de teorías conspirativas para justificar la violencia y la represión estatal es un fenómeno que atraviesa fronteras ideológicas. No obstante, en el caso de Venezuela, esta retórica se ha vuelto especialmente perniciosa, debido a la profunda crisis humanitaria que atraviesa el país. La criminalización de la oposición y la represión estatal no solo han debilitado la democracia venezolana, sino que han exacerbado el sufrimiento de la población.
En conclusión, la teoría de la conspiración universal del mal absoluto, tal como fue utilizada por Stalin y ahora por Maduro, es una herramienta poderosa para los regímenes autoritarios. Sirve para justificar la violencia extrema desde el Estado y mantener el control sobre la población. Sin embargo, también es una narrativa que oculta la realidad de un régimen en crisis, incapaz de ofrecer soluciones a los problemas que enfrenta su país.
En el caso de Venezuela, la teoría de la conspiración se ha utilizado para desviar la atención de los fracasos del régimen de Maduro y justificar la represión de la oposición, pero –como la historia nos enseña– estas narrativas tienen un límite. Tarde o temprano la realidad se impone y los regímenes que recurren a estas tácticas se ven enfrentados a la verdad de su propia debilidad e ilegitimidad.