Sin políticas públicas y sin agenda política es muy remota la posibilidad de planificación y, menos, que sea articulada entre las diversas carteras de Gobierno. Entonces, lo que queda es la improvisación, un juego que apenas sirve para reaccionar a los estímulos.
Momentos como el mensaje a la nación del último 28 de julio dan cuenta de que la situación política en Perú ha caído a tal nivel que ya es difícil hablar de crisis. Pensábamos que aquel era el tope inferior, que no existía una manera más deslucida de referirnos al fenómeno de las artes de gobernar en el Perú contemporáneo.
Lamentablemente, el desorden que presenta la coyuntura denota graves vicios. Estos últimos, a su vez, se articulan con determinada lógica, incluso adoptan cierta institucionalidad y alcance que obligan a cuestionar el término “crisis política” en el vecino del norte, sencillamente porque la actividad está sumida en la pobreza.
No se trata de exhibir aquí una visión materialista de los asuntos del poder, sino que más bien aplicar una acepción verbal de la pobreza que atañe a las carencias en general, de la falta, déficit, insuficiencia. Desde otro ángulo, no deja de llamar la atención que el estado de indigencia de la política contrasta con la riqueza del territorio y generosidad de su gente, en especial con la abundante herencia cultural e histórica del país.
La pobreza política queda reflejada en el contenido del mensaje y la forma de difundirlo a la nación. En la necesidad de aparentar que se hace lo que no se está haciendo. En presentar, como propios del Estado, proyectos que son del sector privado. En prometer y prometer obras que no son más que un borrador en papel. En asumir compromisos de copy paste, aquellos que se vienen dilatando desde el año anterior y cuyo valor subsiste al incumplimiento. En adoptar el cambio de nombre de un ministerio como trascendental transformación en política pública. Y, peor aún, disfrazar como nuevo ministerio una agencia de captación de capitales chinos para la infraestructura.
Por otra parte, el desorden de datos ofrecidos denota ausencia de políticas públicas, aquellas que articulan voluntades e intenciones con fines específicos, presupuesto, gestión e indicadores de medición de cumplimiento. Pero este vacío no termina aquí, porque a partir de esta carencia identificamos la ausencia de una agenda política. Un Gobierno que no dirige, no posiciona los temas en la opinión pública y se permite evadir a la prensa.
Sin políticas públicas y sin agenda política es muy remota la posibilidad de planificación y, menos, que sea articulada entre las diversas carteras de Gobierno. Entonces, lo que queda es la improvisación, un juego que apenas sirve para reaccionar a los estímulos. La respuesta es un lujo que queda para quienes planifican y deciden escoger alternativas antes de iniciar la carrera.
A la ciudadanía le ha tocado padecer una descarga sin filtro, casi cinco horas de palabras al viento, que pretende ser algo que no es: un mensaje a la nación. Nadie logra explicar el motivo que tuvo la presidencia para emitir tan larga perorata. A todos llamó la atención la falta de esfuerzo por comunicar, de articular ideas y empaquetarlas en un todo coherente y descifrable. En eso consiste también esta herramienta para la rendición de cuentas, transmitir a la ciudadanía un concepto, una noción de lo obrado el último año.
El mensaje ha sido la ocasión de la mandataria para vociferar a la nación y al mundo la pequeñez de quien mucho dice y poco hace. En ese mismo acto atestiguamos que se aferra al cargo por la vanidad (o el interés) de ocupar un sitial que no ejerce. Varios candidatos muestran sus cartas para sucederla en el cargo, pero ninguno es estadista. El Perú culmina su etapa de crisis para ingresar de lleno a una etapa histórica de pobreza política.