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Trad-wife: la reacción cultural contra las políticas de cuidados Opinión Crédito imagen: Roro, la influencer que ha generado polémica por se parte del mov. tradewife

Trad-wife: la reacción cultural contra las políticas de cuidados

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Antonia Allende Contreras
Por : Antonia Allende Contreras Politóloga de la Universidad de Chile.
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“No siempre quise esta vida. Me fui de casa a los 17 años y estaba emocionada por llegar a Nueva York. Y quería ser bailarina, era buena.” Hannah Neeleman, exponente de las trad-wifes.


Recientemente, diversas influencers han viralizado registros en los que comparten un estilo de vida controversial dentro de las mujeres jóvenes, cuya principal ocupación es el mantenimiento del hogar familiar. La corriente denominada trad-wife (abreviación de “esposa tradicional” en inglés), se caracteriza por estar compuesta por mujeres de una pareja heterosexual, que resaltan como valores la feminidad clásica y la atención integral al resto de integrantes de la familia. Este movimiento ha generado un debate en el que se tensionan, por un lado, la libertad individual de las mujeres a elegir su propio proyecto de vida, y por otro, el retroceso simbólico de las mujeres en cuanto a los roles de género tradicionales. 

Más en concreto, las mujeres que integran el movimiento trad-wife prefieren dedicarse a las tareas domésticas, que incluyen también la crianza, y la atención completa de su esposo, quien se encarga de participar en el mundo laboral remunerado. Se han masificado videos de esta índole en plataformas de alto alcance, como Facebook y Tiktok, donde las exponentes de esta corriente hacen apología de la forma servicial en que dedican todo su tiempo a la mantención de su familia. Es evidente que lo anterior refuerza estereotipos de género conservadores pero ¿por qué es esto un problema? Lo cierto es que hay una diferencia relevante entre tener una forma determinada de expresar aprecio y dedicar la jornada completa a satisfacer necesidades básicas del resto de integrantes de un grupo, como lo es la familia nuclear. El peligro para las mujeres de tomar este estilo de vida es que tiene implicancias materiales que las ponen en una posición desigual frente a los hombres en diversos sentidos. 

En primer lugar, la dedicación exclusiva a tareas domésticas aleja a las mujeres completamente de la posibilidad de generar sus propios ingresos económicos, lo que las radica en una posición de dependencia respecto de sus parejas varones. Esto, además, en un mundo que mayoritariamente no reconoce el trabajo doméstico como una actividad tan valiosa como el trabajo reproductivo, y mucho menos lo remunera. Cabe destacar que este tipo de relaciones desiguales respecto del dinero genera, en algunos casos, que las mujeres se vean obligadas a mantenerse en relaciones violentas o abusivas con tal de tener ingresos para subsistir. 

En segundo lugar, este tipo de comportamientos inhibe a las mujeres de elegir sus propios proyectos de vida o, más bien, proyectos de vida en que ellas sean el sujeto central. Además, el trabajo que ellas desempeñan como forma de cariño no tiene plazos ni horarios, es decir, los niños siempre necesitan ser cuidados, el esposo debe comer todos los días. En una labor que no tiene descanso, es notorio que las mujeres no tienen espacio para desarrollar actividades que respondan a sus propios deseos y necesidades personales. Prueba de lo anterior, es la historia de Hannah Neeleman, representante emblemática del movimiento trad-wife, quien soñaba con ser bailarina y hoy se encuentra apartada en una casa en una zona rural de Estados Unidos, a cargo de la mantención de su terreno, el cuidado de sus 8 hijos y su marido. Este estilo de vida aleja a las mujeres de sus anhelos personales e incluso las aísla de sus círculos sociales, debido a la alta demanda de tiempo que conlleva. 

Finalmente, y en relación con lo anterior, el confinamiento de las mujeres al mundo privado y doméstico, las margina de la participación en discusiones públicas. Ello implica un retroceso democrático al restar del debate político a sujetos –las mujeres– que históricamente han sido excluidos de los espacios de poder. Esto no podría considerarse azaroso, dado que la ausencia de mujeres en la toma de decisiones, también implica la ausencia de las necesidades y problemáticas que viven las mujeres del diseño de políticas públicas. Igualmente, este tipo de configuraciones políticas permiten perpetuar las antiguas políticas centradas en el hombre como sujeto universal, a la vez que esconde las diversas desigualdades que su priorización ha generado. 

Así las cosas, es posible notar que todos los puntos mencionados que fomenta el movimiento trad-wife aparecen en un momento determinado en que comienza la implementación de diversas políticas de cuidado alrededor del mundo. Hoy experimentamos un giro político en que las instituciones reconocen –aunque mínimamente– la concentración que existe del trabajo de cuidados en las mujeres, su valor y su necesaria redistribución para una mayor autonomía de ellas. Es en este contexto que surgen esta y otras tendencias culturales de índole conservadora, cuya invitación a las mujeres es a elegir ponerse en una posición que las deshumaniza y las reduce a cuidadoras, dependientes y sin capacidad de decidir, tanto dentro como fuera del hogar. Lo anterior se encuentra fundado en los intereses de ciertos grupos que se ven beneficiados con la ausencia de las mujeres del mundo público y su subordinación en el mundo privado, toda vez que la inequidad generada les resulta ventajosa. 

Con todo, estamos frente a una reacción cultural que busca frenar políticas públicas que reconozcan el trabajo doméstico y de cuidados como tal, permitan la repartición equitativa del mismo y entreguen a las mujeres una posibilidad de proyecto vital en que ellas sean su propia prioridad. Más allá de cuántas mujeres publican su rutina bajo este estilo de vida, lo realmente problemático es la viralización, especialmente entre mujeres jóvenes, de este tipo de contenidos, que podría influenciar la manera en que ellas perciben su rol en la sociedad, y sus proyecciones a futuro. 

Cabe destacar que el componente cultural es del todo relevante para la transformación de nuestra sociedad, dado que los incentivos institucionales no son suficientes por sí mismo, especialmente en lo que refiere a las conductas que ocurren al interior del hogar, el lugar donde, por excelencia, el Estado no tiene injerencia. Entonces, este movimiento aparece como una respuesta que se propone frenar el cambio cultural que las políticas de cuidados han logrado instalar en la discusión respecto de la responsabilidad de ciertas tareas, y mantener rígidos los patrones culturales tradicionales. No es nueva la intención de excluir a las mujeres de la vida económica, social y política, pero sí lo es la ola cultural conservadora y los argumentos liberales con que se pretende lograrlo. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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