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Venezuela y una democracia que cae Opinión

Venezuela y una democracia que cae

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Luis Ruz Olivares
Por : Luis Ruz Olivares Vicepresidente Centro Democracia y Comunidad.
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El sueño bolivariano se convirtió en una pesadilla. La Revolución Bolivariana prometió un paraíso para los venezolanos, pero el resultado ha sido pobreza y millones de familias rotas por un éxodo forzado por un régimen opresor.


Han pasado algunos días desde el esperado domingo 28 de julio para millones de venezolanos. Fue un día de total expectación para los que aún se mantienen en ese país, como también para los millares repartidos por el mundo y, particularmente, por América Latina. Y la convicción sigue siendo la misma, la elección en Venezuela es muy difícil de reconocer.

Desde la perspectiva del proceso electoral, los resultados proporcionados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) no se sostienen y, menos aún, son verificables. Más bien, la impresión que se asienta con el transcurso de los días es que en esta elección hubo fraude efectuado en las narices del mundo entero. Es más, Elvis Amoroso, presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) y militante chavista, no se inmutó para dar los resultados de una elección presidencial que tiene vicios y ha sido incapaz de mostrar las actas que respalden el escrutinio entregado y con el cual se dio por ganador a Nicolás Maduro. Por ello, el Centro Carter señaló que esta elección no se ajusta a los estándares democráticos. Como lo señala la doctrina, las elecciones en una democracia deben ser libres, competitivas, transparentes e informadas y reguladas por órganos autónomos.

Si nos retrotraemos en el tiempo para comprender esta situación de crisis institucional en Venezuela, tenemos que volver a la figura de Hugo Chávez. El precursor del Chavismo surgió a la vida política venezolana como una respuesta populista a la profunda crisis de desconfianza política y de partidos en que quedó Venezuela en la década del ’90. El expresidente Chávez llegó al poder el año 1999 y estuvo hasta su muerte en el año 2013, 14 años en el poder que le permitieron cimentar una forma autoritaria de ejercerlo y que después heredó Nicolás Maduro. Por su parte, el gobierno de Maduro lleva 11 años en el poder. El saldo de su gobierno es pobreza, una pobreza que llega al 94%.

El sueño bolivariano se convirtió en una pesadilla. La Revolución Bolivariana prometió un paraíso para los venezolanos, pero el resultado ha sido pobreza y millones de familias rotas por un éxodo forzado por un régimen opresor. Venezuela, junto con otros regímenes en América Latina como Nicaragua y Cuba, responden a un modelo fracasado.

El régimen de Maduro fracasó simbólicamente hace mucho tiempo. Su Gobierno sólo se ha sostiene en el miedo, en el control de los órganos burocráticos del Estado y en el uso de la fuerza tiránica. Y este modo lo ha seguido aplicando para reprimir a los ciudadanos que se han manifestado después de la elección presidencial.

Venezuela, bajo el mando del Chavismo, dejó de ser una democracia. Desde el punto de vista político, ya funciona como un régimen autocrático. Cuando se persigue a la oposición o a los que piensan distinto, cuando se suprime la libertad de prensa o cuando no se respetan los resultados de las elecciones, no es posible definirse como democracia.

¿Cómo un presidente puede sentirse con legitimidad política si ha propiciado el exilio de casi 8 millones de compatriotas? Y que, de paso, ha provocado una crisis de magnitud en los países vecinos. Todos ellos huyeron de la dictadura chavista en busca de un mejor futuro.

Sólo resta decir que Maduro ha seguido el libreto propio de las dictaduras. Siempre ha culpado a la oposición política que cataloga como fascista, a los medios de comunicación, a la intervención de EE. UU. y a otros líderes mundiales. Esta manera autoritaria la acaba de confirmar pidiendo la salida del cuerpo diplomático de varios países que se han negado a reconocer su “triunfo”.

Para líderes políticos de diversas vertientes y para la comunidad internacional, con esta manipulación de la elección presidencial, Maduro finalmente se graduó de autócrata. Se convirtió en un dictador que habla de democracia, pero que no la aplica y menos la respeta. Que habla del pueblo, pero que no asume su voluntad.

En consecuencia, el Gobierno de Chile ha actuado bien, apegado a la doctrina de la defensa democrática en todo momento y circunstancia. Y este gesto es importante porque, desde la perspectiva histórica, para nuestro país, Venezuela no nos puede ser indiferente. Fue el refugio de muchos compatriotas en los tiempos oscuros de la dictadura en nuestro país.

Hacia adelante, tenemos que reconocer que las consecuencias de esta elección importan, e importan mucho. Venezuela hace tiempo dejó de ser sólo un asunto de interés para los venezolanos. Se convirtió de interés para nuestra región, a lo menos, por dos razones. Primero, por las consecuencias que ha tenido en materia migratoria y, segundo, por la valoración de la democracia perdida en ese país.

Pero la política democrática siempre guarda un espacio para la esperanza que permite seguir luchando por la libertad. Todos tenemos un grado de responsabilidad para que la democracia que cae en Venezuela vuelva a resurgir. Todos queremos volver a ver a Venezuela libre y democrática.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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