Las organizaciones de nivel global no tienen capacidad de contención, observándose una dolorosa ineptitud. Un ejemplo es lo ocurrido en Venezuela, por más de una década, hasta llegar al degradante momento actual. Es el imperio de la cultura woke, de la farándula; la sociedad de la idiotez.
Es recurrente escuchar sobre la crisis de la política, que afecta a “lo político” y “los políticos”. En mi opinión, el diagnóstico no es acertado y, en consecuencia, no conduce al remedio adecuado a los males de nuestra sociedad. Propongo como diagnóstico alternativo o segunda opinión el que la crisis política y sus secuelas de corrupción, mediocridad, cretinismo e idiotez, tienen una causa basal distinta. La supuesta crisis política es un síntoma del mal. La causa basal generativa se encuentra en una crisis ética.
La crisis ética deriva del cambio del ethos (la sociedad), alterado por la revolución en la tecnología de información y comunicación (TIC), generando dos consecuencias principales: un cambio temporo-espacial que afecta la “relacionalidad” humana y un proceso de individualismo anclado en la subjetividad (de cada individuo). Todo ello en un entorno sociocultural de primacía materialista, marcado por el consumismo, así como de la caducidad u obsolescencia programada. Todo ello impacta en la ética, la estética y la emocionalidad de las personas, lo que altera el sentido de la vida.
La crisis deriva de la ruptura o corrupción ideológica de conceptos fundamentales, que están en la raíz de la cultura grecolatina. Son los bienes, que tienen derivados esenciales que dan el sentido de comunidad en la sociedad: los bienes públicos y los bienes privados, de cuyo adecuado equilibrio surge el Bien Común. Esto altera el ethos y sus elementos aglutinantes, impactando en la ética relacional, afectando el sentido de vida, la comunidad o “común unidad”. Cambia el valor de la dignidad de la persona y su sentido de vida, cuando los principios y valores mutan conceptualmente a “precios”.
Cuando los bienes privados se potencian y los bienes públicos se debilitan y/o son de mala calidad, no hay sentido de destino común. Si aquellos que están llamados a cautelar esos bienes no lo hacen, pierden su razón de ser y caen en descrédito. Si los bienes públicos (salud, educación seguridad) no tienen dignidad, no habrá pertenencia. La autoridad pública debe cautelar adecuadamente el funcionamiento de las instituciones y la coherencia de la institucionalidad, con pertinencia.
De lo contrario, se gatilla un proceso degenerativo denominado anomia: instituciones públicas que se degradan, institucionalidad que traiciona su rol público. Es lo que ocurre en la sociedad contemporánea y es lo que justifica el descrédito de la política y de los políticos en nuestra América Latina, afectando la democracia.
Es muy evidente que la crisis que vivimos es ética y alcanza por igual a regímenes de todo el espectro político. Por su extensión y por el vertiginoso avance en la sociedad, la he caracterizado como “Pandemética”: refiere a la convergencia conceptual de pandemia y ética, generando un proceso pandémico de alteración de valores, de faltas a la probidad, primacía de la corrupción, que destruye la función pública. Se genera un estado afiebrado (anomia), que debilita la inmunidad y abre la puerta a flagelos como migración forzosa, corrupción, mediocridad institucionalizada, crimen organizado, narcotráfico, demagogia y caudillismo.
Las organizaciones de nivel global no tienen capacidad de contención, observándose una dolorosa ineptitud. Un ejemplo es lo ocurrido en Venezuela, por más de una década, hasta llegar al degradante momento actual. Es el imperio de la cultura woke, de la farándula; la sociedad de la idiotez hasta extremos intolerantes y absurdos.
Empeora el cuadro al comprobar que los referentes éticos del pasado (instituciones y miembros), así como la intelectualidad y el pensamiento, las iglesias y movimientos espirituales, la masonería y los movimientos laicos han perdido su liderazgo, legitimidad y autoridad. No tienen vocería, influencia, ni credibilidad. Reflejan el Síndrome de Irrelevancia, en una sociedad segmentada con profundas brechas multidimensionales: generacional, digital, ética y comunicacional. “Por sus frutos los conoceréis”, “el buen árbol da buenos frutos”, señala la sentencia. Para esto se requiere algo más que semántica y buenas intenciones, que por cierto abundan en esterilidad. Sobre todo, se requieren las buenas acciones, de las que por ahora carecemos y que espero podamos impulsar.