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Chile y Brasil: cómo afianzar una amistad sin límites Opinión Sebastián Rodríguez/Prensa.presidencia.cl

Chile y Brasil: cómo afianzar una amistad sin límites

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No cabe duda de que la visita de Estado del presidente brasileño a Chile es oportuna y que los avances en el ámbito bilateral tienen el potencial de extenderse positivamente a la región, en momentos en que esta necesita actuar unida.


La visita de Estado a Chile del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, en los días 5 y 6 de agosto, representa, sin duda, una oportunidad única para reforzar los tradicionales lazos de amistad que han unido a ambos países a lo largo de su historia, y también para reactualizar y relanzar una activa agenda bilateral conjunta que contribuya en alguna medida a superar el lamentable estado de fragmentación e incluso, en algunos momentos, de irrelevancia de América del Sur, si se la mira desde una perspectiva global y se la compara con otros momentos en los que la región ha actuado con una voz más unificada y potente en el contexto de un sistema internacional inmerso en una policrisis.

La grave crisis política que se vive actualmente en Venezuela ha llevado a muchos observadores a añorar aquellos no tan lejanos tiempos en que la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), antes de entrar en un estado de virtual paralización o de “baja intensidad”, cuyas razones no es del caso abordar aquí, pudo concurrir a sofocar, por ejemplo, en 2008, una situación extremadamente compleja, como la de la rebelión de la “Media Luna” boliviana, en los tres estados del Oriente de ese país, que amenazaba incluso con la posibilidad de una eventual desintegración territorial y una lucha fratricida en ese país ubicado en el corazón de nuestro continente.

Cabe recordar que el éxito de Unasur para la resolución de la crisis boliviana se debe también a Chile, país que ejercía la Presidencia Pro Tempore de Unasur en 2008. Brasil y Chile son países que tienen la defensa de la democracia como un valor compartido.

Hoy es la tríada formada por tres países con gobiernos progresistas –de distinto signo, claro, pero movidos por un mismo impulso transformador, progresista y democrático– y que encabezan Lula, Andrés Manuel López Obrador y Gustavo Petro, la que ha asumido la difícil tarea de intentar salvaguardar y preservar la paz social en Venezuela, luego de un agitado y complejo proceso electoral en el que las fuerzas oficialistas, lideradas por Nicolás Maduro, se han arrogado un triunfo estrecho en las urnas. Triunfo al que la oposición descalifica como un fraude, en la medida en que aún se no ha dado a conocer un escrutinio detallado y transparente de la voluntad popular expresada a través del voto.

Es, a no dudarlo, ese eje de poder –el conformado por Brasil, México y Colombia, los tres países más poblados de Latinoamérica, acompañados de cerca y en forma discreta por Chile– el único que aparece en condiciones de hacer una contribución efectiva y concreta para destrabar una situación catastrófica que podría derivar en nuevos “Caracazos”, como se llamó al estallido social que sacudió a la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, en 1989, multiplicados en forma exponencial.

Es verdad que también ha habido otras formas de intentar encarar esta crisis. Y una de ellas fue la declaración emitida por los gobiernos de nueve Estados latinoamericanos –en su mayor parte de tinte liberal o decididamente de derecha–, como Argentina, Perú, Ecuador, Uruguay, Costa Rica, Guatemala, Paraguay, Panamá y República Dominicana, quienes se anticiparon a solicitar la intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA), con el fin de resguardar los principios de su Carta Democrática.

Pero está claro que la mayoría de estos países, al igual que la entidad interamericana dirigida por Luis Almagro, no tienen capacidad de interlocución alguna con ambos bandos, radicalmente enfrentados hoy en Venezuela. Y que esa es la condición sine qua non para obtener resultados positivos a mediano o largo plazo.

Hacia la construcción de una agenda positiva integral

Pero volvamos, tras esta digresión necesaria e inevitable, al asunto central de esta columna, el de la relación bilateral chileno-brasileña: ¿cómo hacer para que Brasil y Chile puedan volver a darle un nuevo empuje a esa “amistad sin límites”, frase que se le atribuye al Barón de Rio Branco, la figura tutelar y emblemática de la diplomacia brasileña, a comienzos del siglo XIX? El contexto, ya lo sabemos, es desafiante a nivel global y regional. Hay diferencias en materia de política exterior entre Brasil y Chile respecto de la guerra en Ucrania, la situación en Venezuela y la forma de promover la integración y cooperación regional, aunque ambos países aboguen por el fin de la guerra y por la paz, por la estabilización política y democrática y por retomar la agenda de integración regional.

Sobre esto último, cabe recordar que el presidente Lula convocó en mayo de 2023 a una reunión de los presidentes de los doce países sudamericanos en Brasilia. Aunque rondaba la idea de reflotar una suerte de Unasur 2.0, el Consenso de Brasilia expresó la agenda posible para que los doce países pudieran retomar los diálogos a nivel sudamericano para enfrentar los retos comunes a América del Sur. Brasil ejerció la Presidencia del Consenso de Brasilia y Chile la ejerció a continuación, siendo Colombia el país que ahora está a cargo de dicha función.

¿Qué se puede esperar de la visita y que en estos días se concretó? La agenda pareció ser muy activa y en las reuniones previas entre ambas cancillerías ya se anticipaba que se firmarían al menos una veintena de acuerdos en áreas como turismo, DD.HH., certificación de productos orgánicos, cooperación en políticas de género, salud pública, recursos hídricos, reconocimientos de carnets de conductor y tratados de extradición, entre otros múltiples temas. Se avanzó, asimismo, en temas como los de la integración física, energética y digital, con el propósito de incrementar un intercambio económico y comercial que es altamente significativo para ambas partes.

Solo a modo de ejemplo, basta recordar que Brasil es el primer destino de las inversiones chilenas en el exterior, con cifras que fluctúan en alrededor de un 30% (o sea, tres dólares de cada diez que se invierten en el extranjero) y que Brasil es el tercer punto de arribo de las exportaciones chilenas, solo superado por China y EE.UU. En 2023, el intercambio comercial entre Chile y Brasil totalizó 12 mil millones de dólares y Chile fue el tercer emisor de turistas para Brasil, mientras Brasil fue el segundo para Chile.

Pero ¿cómo afianzar este vínculo, que ya de por sí es suficientemente estrecho, para hacerlo más profundo y proyectarlo en el tiempo de una manera perdurable y firme, tal como estimaba que debía serlo el legendario José María da Silva Paranhos Junior, también conocido como el barón de Rio Branco?

El estudio “Relação bilateral com vocação regional: integração de infraestrutura, produtiva e comercial entre Brasil e Chile”, de autoría de Julia Borba Gonçalves, Helitton Carneiro y Pedro Barros (investigadores del Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada, IPEA), ofrece una agenda propositiva y original en ese sentido con el objetivo de aumentar los flujos comerciales, la integración productiva, de transporte y de energía, así como el comercio con perspectiva de género. Los autores argumentan que Brasil y Chile poseen una relación bilateral con vocación regional, porque la agenda bilateral entre estos dos países se densifica cuando está presente la dimensión regional en ella.

El máximo ejemplo de ello es el Corredor Vial Bioceánico, una ruta que pretende unir a los estados del Centro Oeste de Brasil, y en particular a Mato Grosso do Sul y Paraná, con los puertos del Norte de Chile, y que atraviesa en toda su extensión cuatro países, Brasil, Paraguay, Argentina y Chile. Como se destaca en el estudio, este proyecto demuestra cómo la dimensión regional potencia los lazos bilaterales, ya que el proyecto que conectará el Atlántico (Brasil) y el Pacífico (Chile) abarca otros dos países de la región y aborda cinco mesas temáticas (producción y comercio; turismo; infraestructura, transporte y logística; gestión coordinada de fronteras; y universidades).

El Corredor Vial Bioceánico nació como producto de la Declaración de Asunción sobre Corredores Bioceánicos, firmada en diciembre de 2015 por los jefes de Estado de los países involucrados, que instruyeron a sus cancilleres para formar un grupo de trabajo cuatripartito y comenzar a trabajar en los estudios técnicos y, en una segunda fase, en la construcción de las vías necesarias para su realización. La resiliencia del Corredor Bioceánico, como sostienen Borba Gonçalves, Carneiro y Barros, se debe a la participación de los actores locales en el Grupo de Trabajo. Por lo tanto, argumentan, el corredor debe ser visto como una herramienta para el desarrollo local de las regiones y que impulsará la integración regional y las Cadenas Regionales de Valor.

El surgimiento de este proyecto de infraestructura está directamente vinculado a la agenda de acercamiento entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico, cuyos principales actores impulsores de este proceso son Brasil y Chile. El acercamiento entre estos dos bloques es otro ejemplo de relación bilateral con vocación regional, ya que expresó la voluntad de ambos países de evitar la división de la integración regional en los ejes Atlántico y Pacífico. Entre 2014 y 2018 se vieron resultados concretos, pero desde entonces no ha habido avances significativos en la agenda acordada en Puerto Vallarta en 2018, aunque Brasil y Chile firmaron el Acuerdo de Libre Comercio ese año, con un capítulo específico para impulsar el comercio con perspectiva de género.

Un oleoducto en paralelo al Corredor

A partir de este proyecto, el estudio aporta tres novedades. La primera es la propuesta de construir un oleoducto, aprovechando el trazado del Corredor Vial Bioceánico y las Rutas Sudamericanas de Integración del Ministerio de Planificación y Presupuesto de Brasil, lo cual contribuiría a descarbonizar el transporte de petróleo crudo (principal producto de exportación de Brasil a Chile, el cual se da por la vía marítima), mejoraría la integración energética, en paralelo a la integración física, y generaría oportunidades para la exportación de biocombustibles (básicamente, etanol). Cabe hacer anotar que Brasil y Chile firmaron en 2007 un Memorando de Entendimiento en el Área de Biocombustibles.

La segunda es la posibilidad de que las exportaciones brasileñas lleguen a los mercados de Asia-Pacífico a través de Chile y que Chile pueda proyectarse, a su vez, al continente africano, que posee un mercado potencial muy promisorio a partir de las redes logísticas ya instaladas en Brasil. A modo de comparación, el peso de África en los flujos comerciales de Brasil es siete veces mayor que el de Chile

La tercera de las recomendaciones consiste en mejorar la gobernanza del Grupo de Trabajo sobre el Corredor de la Carretera Bioceánica y, al mismo tiempo, propiciar una mayor participación de los gobiernos subnacionales y abordar el tratamiento de las cuestiones sociales, medioambientales y de seguridad fronteriza ligadas al proyecto en cuestión, recomendaciones que están presentes en el estudio elaborado por el IPEA y la Universidad Católica del Norte (UCN) de Antofagasta (Chile), mediante un convenio de cooperación entre ambas instituciones. No cabe duda de que la visita de Estado del presidente brasileño a Chile es oportuna y que los avances en el ámbito bilateral tienen el potencial de extenderse positivamente a la región, en momentos en que esta necesita actuar unida.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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