América Latina se democratizó en algunos niveles, sobre todo al nivel de las instituciones de alcance nacional y consecuentemente en los grandes centros urbanos, pero no sucedió igualmente en los niveles locales ni en las periferias.
¿Puede haber retroceso democrático allí donde nunca ha existido democracia? Diversos diagnósticos basados en la información que ofrecen encuestas e índices como el Latinobarómetro, Democracy Index de The Economist, Bertelsmann Transformation Index, V-Dem y Freedom House señalan que la democracia en el mundo está en retroceso desde hace algunos años en Europa, Asia, África y, sobre todo, América Latina. Entre los factores indicativos de dicho retroceso se encuentran: la desvalorización del Estado de derecho y las dificultades del acceso a la justicia, una menguada integridad electoral, el ascenso de la polarización y la desconfianza hacia los partidos y los poderes legislativos, así como el aumento de las preferencias por liderazgos y soluciones autoritarios.
Una lectura diacrónica del Latinobarómetro nos muestra que la erosión de la democracia, independientemente del nivel alcanzado en cada país de la región, no es homogénea, no ocurre en la misma medida ni a la misma velocidad. Pero también es posible notar que existen sociedades periféricas en América Latina donde la democracia no ha llegado y nunca llegará, por ello ni siquiera es perceptible esa erosión, pues no pueden padecer los efectos del retroceso de algo que nunca ha existido.
Los datos del Latinobarómetro de 2023 y años anteriores permiten notar que, respecto de las preguntas relativas a la satisfacción con la democracia, en localidades de menos de 10 mil habitantes los porcentajes de insatisfacción son elevados, similares a las grandes zonas urbanas de más de 100 mil habitantes y las capitales de los países. Pero es relevante que, en general, en las zonas de menor densidad poblacional las respuestas “No sabe” tienden a ser superiores al 5% del total de las personas entrevistadas y en algunos casos alcanzan el 10%, como en Bolivia, Honduras y México. Es decir, en zonas poco pobladas de América Latina la ciudadanía ni siquiera puede expresar una opinión sobre la satisfacción con la democracia, porque lo más probable es que no exista.
Es significativo que, igualmente, en zonas menos pobladas, menores a 20 mil habitantes, la propensión a “apoyar a un gobierno militar si las cosas se ponen difíciles” tiende a tener respuestas superiores respecto a las zonas más pobladas y urbanas. En casos como Argentina, Bolivia, Ecuador, El Salvador, México y Paraguay, más del 40% llega a estar de acuerdo con esa afirmación, mientras que en Guatemala, Honduras y Perú, incluso, supera el 60% de los encuestados, y porcentajes similares se presentan en algunas regiones de México.
Hace unos años, en lugar de la erosión, el tema que preocupaba a las élites intelectuales y académicas de América Latina era la crisis de la consolidación de la democracia. Las transiciones crearon muchas expectativas: se creía que con alejar a los militares e instaurar elecciones competitivas como la única vía legítima de acceso al poder bastaba para que se instauraran regímenes democráticos. Dicha visión minimalista y estrecha de la democracia consideraba que solo con eso aparecían como efecto el Estado de derecho, la disminución de las desigualdades sociales, el interés de la ciudadanía en la participación y la presencia de partidos responsables en el Gobierno y en la oposición.
A finales del siglo XX, el politólogo Guillermo O’Donnell afirmaba que la democratización tendría efectos dependiendo de la homogeneidad o heterogeneidad social, la eficiencia del Estado y la existencia o no de esferas de poder autónomas del poder central y su base territorial. En poco tiempo los primeros diagnósticos encontraron que la democratización en América Latina estaba incompleta, o, en el mejor de los casos, que las democracias eran defectuosas. Por ello se acuñaron diversos términos para tratar de comprender qué tipo de (no) democracias se habían instaurado en la región: delegativas, imperfectas, inconclusas, etc.
Visto a la distancia, los problemas de la democracia en la región son más complejos que la denominada erosión, y no porque esta no exista, sino porque la consolidación nunca llegó a todos lados o fue un proceso imperfecto en el mejor de los casos. Pero, además, en muchas regiones de América Latina, sobre todo en las periferias o fuera de los grandes centros urbanos, la democracia es inexistente o su desarrollo fue y ha sido precario al grado de que difícilmente puede decirse que haya madurado. Entonces, ¿se puede hablar de erosión de la democracia cuando esta es un proceso inacabado e imperfecto?
Entre los años 60 y 70 del siglo XX cobró relevancia la idea de la “dualidad estructural” en las ciencias sociales latinoamericanas. Julio Cotler lo sintetizó: en un Estado pueden convivir dos formaciones sociales diferentes de manera simultánea, lo que genera contrastes significativos y persistentes entre centros urbanos y periféricos, entre las zonas urbanas y las rurales. Así como existen países desarrollados y subdesarrollados, en los países de América Latina existen análogamente procesos de desarrollo y subdesarrollo estrechamente ligados. Rodolfo Stavenhagen lo llamó “colonialismo interno”.
Si bien esta explicación cayó en desuso, los actuales problemas en la región ponen de manifiesto que la dimensión territorial, la heterogeneidad social y los alcances de la eficiencia estatal en América Latina mantienen esa dualidad estructural. Los problemas de la democracia, que a veces se observan como procesos lineales y homogéneos, adquieren mayor complejidad. El orden democrático y la efectividad estatal tienden a desvanecerse en la medida que nos alejamos de los centros nacionales y urbanos. Por ello no es lo mismo hablar de democracia en la Ciudad de México, en Buenos Aires, en São Paulo, en Lima o en Bogotá que en Chiapas, en el Conurbado Bonaerense, en el Mato Grosso, en el Puno o en el Cauca, regiones donde probablemente los problemas de la democracia sean la menor de las preocupaciones de la ciudadanía.
América Latina se democratizó en algunos niveles, sobre todo al nivel de las instituciones de alcance nacional y consecuentemente en los grandes centros urbanos, pero no sucedió igualmente en los niveles locales ni en las periferias. Por ello quizá, más que erosión de la democracia, estamos ante una crisis de penetración de la eficiencia estatal y consecuentemente de democratizaciones inacabadas y en algunos casos ausentes que, sumado ello a la crisis del modelo económico neoliberal, igualmente precariamente impuesto en muchas zonas, mantienen a la región sumida en graves problemas cuya urgencia de soluciones eficientes abren fácilmente la puerta a soluciones autoritarias.