El rol de China en la crisis venezolana no solo será clave para la estabilidad económica de Venezuela, sino también para la configuración del escenario geopolítico en América Latina.
La relación entre Venezuela y China, que comenzó a forjarse en la década del 2000, es uno de los legados más destacados de la política exterior del fallecido presidente Hugo Chávez.
Desde que asumió la magistratura en 1999, Chávez buscó redefinir las alianzas internacionales de su país, estableciendo un vínculo especial con Pekín.
Durante su mandato, Chávez visitó China en seis ocasiones, más que cualquier otro líder latinoamericano, y en 2010, ambos países reforzaron sus lazos con la creación de un fondo conjunto chino-venezolano de 20 mil millones de dólares, un privilegio de acceso que ni siquiera Brasil, la mayor economía de la región, logró alcanzar en Pekín.
En 2013, el presidente Xi Jinping lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), también conocida como la Nueva Ruta de la Seda. Este ambicioso proyecto global de desarrollo e infraestructura ha pretendido revitalizar las antiguas rutas comerciales de la Ruta de la Seda que conectaban Asia con Europa, y expandirlas a otras partes del mundo, incluyendo África, América Latina y Oceanía.
Un año después, en 2014, con Nicolás Maduro al frente del Gobierno venezolano, Xi Jinping realizó su primera visita oficial a Venezuela como jefe de Estado.
De esta manera, China elevó la alianza bilateral a la categoría de “Asociación Estratégica Integral”, una de las distinciones más altas que el gigante asiático concede en sus relaciones diplomáticas. Sin embargo, los problemas comenzaron a emerger. Pekín empezó a mostrar signos de preocupación por el lento desarrollo de los proyectos financiados a través del fondo conjunto, lo que impactó negativamente en la producción de petróleo. Además, se destaparon casos de corrupción que involucraban a empresarios e inversionistas chinos en territorio venezolano, episodios que el propio Maduro reconoció posteriormente.
La postura de China en cuanto a Venezuela ha sido cautelosa, reflejando su estrategia más amplia en América Latina, donde busca consolidar su presencia a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. A pesar de las crecientes dificultades en Venezuela, Pekín ve su relación con Caracas como un elemento esencial para su influencia en la región, ofreciendo un contrapeso a la hegemonía estadounidense que ha predominado durante décadas.
No obstante, a medida que la crisis económica y migratoria en Venezuela se profundiza, junto con las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, China se encuentra ante una encrucijada. Aunque ha mantenido su apoyo al Gobierno de Maduro hasta ahora, no se descarta la posibilidad de que Pekín pueda reconsiderar su posición y apoyar un cambio de liderazgo si esto garantiza la estabilidad en el país y protege sus intereses económicos.
Esta posible adaptación es consistente con el enfoque pragmático que caracteriza a la política exterior china, que prioriza la continuidad de sus proyectos y la recuperación económica por encima de consideraciones ideológicas.
El rol de China en la crisis venezolana no solo será clave para la estabilidad económica de Venezuela, sino también para la configuración del escenario geopolítico en América Latina.
En este contexto, los países de la región que han estrechado sus lazos con China a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, como Argentina, Brasil, Chile y Perú, jugarán un papel crucial. Estos países, al estar integrados en este ambicioso proyecto de Pekín, tienen la capacidad de influir en las decisiones estratégicas de China con respecto a Venezuela.
Por esta razón, la habilidad de Pekín para equilibrar su deseo de mantener relaciones estables con Caracas, ya sea bajo el liderazgo de Maduro o de un nuevo Gobierno, mientras protege sus inversiones y su reputación internacional, será determinante en los próximos meses, apoyada por la cooperación de sus socios en la región.