xiste un choque de horizontes. Invertir fondos en el extranjero beneficia a los cotizantes y pensionados de hoy, pero pone en desventaja a sus hijos si esta fuga del ahorro nacional penaliza el crecimiento y el empleo.
En el tortuoso debate sobre las pensiones parece que se pasa por alto un punto importante. Hoy en día, cerca de la mitad de los fondos de pensiones chilenos, US$86 billones o el 30% del PIB en 2023, están invertidos en activos financieros extranjeros, y la proporción tendencial es más alta: antes de los “retiros”, era del 45% del PIB, y mañana será mucho mayor si se aumentan las cotizaciones en 6 puntos.
En términos prácticos, esta inversión significa la compra de bonos y acciones extranjeras, que van a financiar los déficits públicos de otros países o inversiones de empresas extranjeras. Los fondos de pensiones chilenos son, por tanto, una especie de fondo soberano, como los de Noruega o Arabia Saudí, salvo que están en manos de individuos.
De ahí la pregunta: con tal tamaño ¿es este el mejor uso del ahorro privado de los chilenos? Mostramos aquí que esta situación es hoy en día cuasi inevitable, pero que los inconvenientes superan probablemente a las ventajas.
¿Por qué invertir en el extranjero?
Hay dos efectos perjudiciales
Un efecto perverso sobre el peso
No se puede descartar que esta presión contribuye a explicar la continua debilidad del peso frente al dólar. Encontramos ahí algo como un círculo vicioso: la inversión en el exterior del ahorro de pensiones es un factor adicional de debilidad del peso, pero es precisamente lo que justifica aún más que los gestores de las AFP inviertan en el exterior.
De hecho, la rentabilidad de las inversiones en el exterior proviene menos de un desempeño espectacular que de la alza de las divisas. Por falta de estadísticas de parte de la Superintendencia (SP), utilizo ahí un sustituto, que es la balanza de pagos que publica el Banco Central. En ella se reportan los montos y todos los flujos (cotizaciones menos retiros) de los fondos de pensiones con el exterior, lo que permite calcular su rendimiento. Por ejemplo, durante 2012 a 2023, la tasa interna de rentabilidad es del 3% medida en dólares, pero de casi el 8% medida en pesos. Cinco puntos de diferencia debido a la baja del peso.
Como se sabe bien, un peso a la baja no es bueno para la economía chilena porque, en ausencia de una gran base industrial, la ganancia de competitividad que permite un peso bajo no repercute en las exportaciones, mientras que las importaciones se encarecen y lastran el poder adquisitivo.
Conclusión: existe un choque de horizontes. Invertir fondos en el extranjero beneficia a los cotizantes y pensionados de hoy, pero pone en desventaja a sus hijos si esta fuga del ahorro nacional penaliza el crecimiento y el empleo.
¿Cómo salir de esta situación?
Tres posibilidades:
▪ Aumentar drásticamente la gama de activos chilenos elegibles para los fondos de pensiones: infraestructuras, energía, capital riesgo, etc. Se trata de un debate en curso, en el que el SP avanza con cautela.
▪ Financiar más el presupuesto público mediante deuda, deuda que sería adquirida por los fondos de pensiones. Esto es lo que se hace en Japón, donde los fondos de pensiones están invertidos en la enorme deuda pública del país, que sin embargo rinde muy poco, si no cero. Pero la idea choca en Chile porque se interpreta como una renuncia a la disciplina presupuestaria por la que el país es conocido.
▪ Introducir un pilar de reparto en la financiamiento del sistema de pensiones y, desde luego, disminuir la necesidad de adquirir activos financieros ya que el reparto se finanza por transferencia entre activos y inactivos y no a través de los mercados financieros. Como resultado, el ahorro privado tiene menos necesidad de invertirse en el extranjero y puede destinarse más a la inversión en el país.
Conclusión: es importante abrir el debate sobre cómo evitar que esa exportación de capital choque con el desarrollo de nuestro país.