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Comienzan las lluvias y aparece el síndrome Enel Opinión Lukas Solís/AgenciaUno

Comienzan las lluvias y aparece el síndrome Enel

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Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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En un par de semanas más, en este país amnésico, nadie estará hablando de Enel y la compañía italiana seguirá con su concesión, aunque ahora habrá tenido que desembolsar varios millones de dólares, esos que pudo invertir antes para ahorrarse el peor de los daños para una empresa: el reputacional.


El 18 de octubre de 2019, cerca de las 21:00 horas y mientras el expresidente Sebastián Piñera celebraba el cumpleaños de uno de sus nietos en un restaurante en Vitacura, a pocas cuadras de La Moneda, en la Avenida Santa Rosa, un grupo de enfurecidos encapuchados prendía fuego a la escalera de incendios de la empresa Enel. El incendio –que pudo pasar a mayores– se convirtió en una especie de ícono de las protestas ciudadanas de esos primeros días. Por supuesto, Enel no tenía nada que ver con esa molestia y las malas energías acumuladas por décadas de colusiones, platas políticas, Penta, desigualdad y, por supuesto, los 30 pesos de aumento del metro.

Cinco años después de que les quemaran las escaleras un 18/O, en medio de las protestas, Enel está en la primera línea, claro que ahora de la agenda política y social. Luego de una semana de oscuridad en varias comunas, los vecinos indignados salieron a las esquinas a tocar cacerolas, prender fogatas y gritar contra la compañía italiana. Vaya paradoja.

La verdad es que la crisis desatada por los temporales –de los mayores experimentados en varias décadas– dejó al descubierto la fragilidad del sistema eléctrico, que ya venía dando advertencias desde hacía años. Es más, en mayo la compañía tuvo un evento largo de caída de la luz, que le significó que la multaran por 4 mil millones.

Describí, con ironía, en redes sociales el #SindromeEnel, para constatar una nueva enfermedad mental que tiene a millones de personas al borde del colapso cada vez que se anuncia que van a llover dos o tres gotas en Santiago: crisis de incertidumbre, angustia y compra compulsiva de velas. La verdad es que no importa la magnitud del evento, el resultado es siempre el mismo.

Claro que, esta vez, superó todo lo tolerable y puso a prueba la paciencia de los ciudadanos. Esta compañía –además de Chilquinta, CGE, Saesa y otras– venía repitiendo este patrón por años, sin que la autoridad interviniera, salvo para hacer uno que otro llamado a reponer el sistema y una que otra multa, de esas que ni siquiera logran inquietar a las empresas. Entre invertir millones y pagar unos pocos pesos, no tenían dónde perderse.

Sin embargo, esta vez el Gobierno se puso las pilas y llegó, incluso, a anunciar la caducidad de la concesión, amenaza que pareció dejar impávida a la empresa italiana, presidida hasta hace un par de meses por Herman Chadwick Piñera. La Moneda fue de menos a más en la crisis: de una respuesta tibia inicial y muy comprensiva con Enel, para ir evolucionando hacia una crítica dura y frontal, apoyada por los alcaldes metropolitanos y liderada por el propio Presidente Boric. No sé por qué, pero me hizo recordar octubre de 2019, cuando hasta Piñera decía que le hubiera gustado marchar junto a los millones de personas que salieron a la calle un 8 de noviembre.

La empresa, por su parte, tuvo la gestión de crisis operacional y comunicacional más deficiente de la que se tenga recuerdo. Recién a las 48 horas apareció un gerente a dar la cara, con un discurso débil –comparar el evento con un terremoto–, escasa empatía y una secuencia de promesas de reposición del servicio incumplidas. Aún no entiendo qué rol intentó cumplir el presidente del directorio, que más que entregar calma y certezas, apareció en TV nervioso, como asustado, tres días después de iniciada la crisis. Falta de oportunidad y cero empatía.

A medida que pasaban los días en tinieblas –comunas como Lampa estaban prácticamente por completo a oscuras–, la gente iba aumentando su rabia e indignación. Como en el 18/O, pero esta vez contra una empresa monopólica y extranjera. La clase política, como siempre, empezó a aparecer en matinales y programas de TV prometiendo cientos de proyectos de ley para mejorar el sistema. La SEC golpeando la mesa, el Sernac golpeando la mesa, diputados y senadores golpeando la mesa, Boric golpeando la mesa, todos golpeando la mesa. Sin embargo, ninguna iniciativa concreta consiguió el objetivo inicial: que Enel repusiera la luz en los tiempos que se comprometió a hacerlo.

Lo más dramático es que, en un par de semanas más, de seguro, en este país amnésico, nadie estará hablando de Enel y la compañía italiana seguirá con su concesión, aunque ahora habrá tenido que desembolsar varios millones de dólares, esos que pudo invertir antes para ahorrarse el peor de los daños para una empresa: el reputacional.

Y nuestros políticos habrán vuelto a sus campañas, a prometer seguridad, pero sin haber calibrado ni comprendido lo profundo de lo que hemos visto en estas semanas: personas indignadas protestando en la calle contra la falta de un servicio básico como la energía o el cierre de una siderúrgica privada que, al momento de la quiebra, invoca al Estado para salvarse.

No vaya a ser que el próximo estallido social contra la falta de empatía y el abuso esté más cerca de lo que pensamos. O, al menos, más cerca de lo que nuestra clase política cree.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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