Publicidad
“La izquierda”: entre la decepción progresista y los escombros de una revolución Opinión

“La izquierda”: entre la decepción progresista y los escombros de una revolución

Publicidad
Javier Agüero Águila
Por : Javier Agüero Águila Dr. en Filosofía. Universidad Católica del Maule
Ver Más

¿Qué fue de Marx y en qué limbo de la historia quedó suspendido?


A Mauro Salazar, mi amigo en la multitud

¿La izquierda hacia dónde va –si va–?, ¿tiene valor esta pregunta ahí donde hemos sido testigos hace décadas, pero acelerándose el proceso en los últimos años, de un sinnúmero de decepciones, torsiones y permutas, incapacidad política de articulación de las mentadas identidades, intentos de constituciones fallidas y académicas, fraudes en curso y una idea de revolución bastardizada y vaciada de sentido? ¿Qué queda de la izquierda sino el magma biodegradado de un universo teórico fabuloso que fue gangrenado a lo largo de la historia por autócratas enamorados de su propia imagen, como Maduro que, a esta altura, ya es caricatura enajenada habitando por fuera del mundo? 

¿Qué fue de Marx y en qué limbo de la historia quedó suspendido?

La izquierda, entonces, no es hoy un campo en disputa, porque dejó de ser significante. Pensando en Lacan en este punto, la izquierda ya no es parte de una cadena simbólica desde la que emergen significados que deriven a su vez hacia otros significantes y así; configurando en esta línea una trama de sentido que la validaría al interior de un campo social, en este caso, político y cultural. La izquierda, al día de hoy, es una suerte de síntoma rizomático que no evidencia raíz, origen, diremos, quizás y aún menos, principio(s) a los cuales aferrarse. 

La izquierda se secó. Entonces, no se puede disputar lo que carece de valor intrínseco; es in-significante y se fosilizó entre la decepción progresista y los escombros de la revolución. No queda sino una perplejidad, tan propia de un tiempo mutante que poco o nada deja entrever, conceptualizar ni menos jerarquizar para favorecer un análisis al menos incipiente, ni siquiera incidente, sino uno que simplemente intente metabolizar una escritura (también perpleja) en consideraciones sobre una actualidad tan bizarra como inapelable en su volatilidad. 

La izquierda, en el presente, no es nada más que el deambular sin arraigo de unos cuantos desplazamientos políticos de baja intensidad y prédicas de lote que, o bien son el instante más fulgurante del entreguismo a las exigencias de una oligarquía siempre atenta, o, si no, se trataría de narrativas parroquiales que persisten en el desmadre estético de adoración a una revolución que no se espejea más que en un presente y devenir resueltamente fascistas.  

Todo lo anterior tiene dos ejemplos más que evidenciables. 

“La decepción progresista” la constatamos en lo que han sido los años de Gobierno de Gabriel Boric que, como ya se ha planteado en diversas columnas y lugares, se canceló como proyecto transformador en el momento exacto en que entendieron que la política no versaba simplemente del vociferar, desde el confort endogámico de sus posiciones de clase, sobre las injusticias y males del mundo, sino que de pactar y transar a modo de molde, ritualizando el perdón, monumentalizando a políticos golpistas en el frontis de La Moneda o haciendo de un sujeto como Piñera el santo patrono de los valores democráticos. Decepción, sí, porque en su afán de pose y de tribu urbana de extensión elitista, demostraron que no podían sostener lo mínimo entregando lo máximo. No se condonó el CAE, pero se le puso el perdonazo a las isapres, por ejemplo. 

¿Socialdemocracia? Tal variante nunca ha existido en Chile. Lo más cercano fueron los mil días de Salvador Allende, donde se ensayó radicalizar la sociología de un país desde siempre atrapado por los designios oligárquicos, todo dentro de las reglas del juego, pero ya sabemos cómo terminó.

Hoy Boric aparece como un adalid de resguardo de los derechos humanos y de las democracias en la región. Puede que haya jugado sus cartas a tiempo y que haya leído bien el naipe en relación con Venezuela, no obstante y más allá de cualquier imaginario de liderazgo logrado o no en América latina, no será posible olvidar el extenso prontuario de concesiones que ha transformado a Chile en una sociedad en franca vía a ser un esquema securitario de amplio alcance, al tiempo que tampoco podrá desconocerse el rol protagónico que ha tenido este Gobierno de “progresistas” al momento de enterrar a Octubre y su querella para, y en un mismo movimiento, ponerle turbinas a la restauración conservadora que amenaza con ser régimen y Gobierno.

Al otro lado los escombros de la revolución. Habría que preguntarse qué revolución, más allá de la mística que en algunos casos ha sido inspiración real para la emancipación de los pueblos. En la actualidad Venezuela, capturada por el sultanaje tramposo de Maduro, no es otra cosa que un sistema policial-militar-miliciano que obliga a arrodillarse frente al líder o a huir. No hay más. La revolución en manos de esta casta burócrata-castrense alcanza su ruina, no sé si definitiva, pero sí agónica al máximo. Maduro no puede ser esperanza de un nuevo relato para la izquierda que, como lo hemos dicho, no es más que un fósil devenido en sustantivo, ya sea por el acomodo progresista o glorificado por el esteticismo en éxtasis de quienes aún se creen portadores de la verdad mientras caminan en procesión hacia ninguna parte.

¿Qué nos queda entonces? 

Pienso que, al decir de Toni Negri, “la multitud”. Es decir “[…] una multiplicidad de singularidades que se disponen en un orden determinado” (Negri). 

“Multitud” entendida como una palabra con densidad política propia, extensiva y que exige, también, de hermenéuticas alternantes que resistan a la certificación e inmovilidad del pensamiento; multitud como una palabra (o contrapalabra) que se supera a sí misma sin detenerse en el entreguismo progresista ni en la brutalidad desplegada en nombre de una revolución que no es sino despotismo.

Multitud como aquello que deviene en momento político y que, en la reunión de subjetividades también múltiples, es capaz de tensionar y provocar el desacople institucional por el cual sea posible inseminar las transformaciones que una sociedad como la chilena, por ejemplo, requiere con urgencia del pasado.

La izquierda está sin sintonía, no transmite ni en amplitud ni en frecuencia modulada. Sin embargo, la promesa de la multitud como desacato siempre estará en marcha porque, tal como lo sostiene Negri, la desobediencia le es inmanente. El ser de una revolución no necesita de un mesías que la monitoree, la gestione y la capture.

No habrá más izquierda sin una multitud subversiva y esta, siempre, tendrá horizonte de realización.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias