El primer ministro israelí estuvo recientemente en Washington abogando por el sostén estadounidense y, aunque este país apoyará a su aliado histórico en el futuro próximo, ha quedado en evidencia que la posición norteamericana está cambiando, especialmente a nivel del electorado.
En las sociedades humanas y desde muy antiguo, junto con la búsqueda de la seguridad, la otra prioridad ha sido la administración de justicia. Ambas son la base de todo el resto y hoy hablamos de Estado de derecho. Pero volviendo a tiempos pretéritos, se buscaba tener reglas claras para, ante algún crimen, tener asociada una pena y una forma de aplicar esa pena. Era una manera de controlar y encuadrar la violencia, evitando su escalada.
Desde las primeras civilizaciones importantes, entonces, se adoptó la justicia retributiva, esto es, la imposición de un castigo que se identificaba con el crimen cometido, buscando la reciprocidad. Es importante mencionar que la pena ante la ofensa debía ser idéntica y no equivalente. Esta forma de justicia que se reprodujo universalmente hasta no hace mucho en términos históricos se conoce como la “Ley del Talión”. Y la expresión más conocida de esta ley es el pasaje bíblico “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Éxodo 21:24-26).
Desde el punto de vista religioso y cultural, la Ley del Talión impregna al mundo musulmán (con la sharía) y al judaísmo, más allá de la legislación civil que pueda existir en estos países. Esto debe tenerse en cuenta como un elemento importante en la dinámica del Medio Oriente, región en la cual estamos acostumbrados a ver acciones de unos y otros en función de esta lógica.
Esa zona ha sido siempre volátil e inestable por la concentración de grandes problemas geopolíticos no resueltos, como la coexistencia de una Palestina independiente con Israel o la falta de un Estado para los kurdos, así como por el carácter sagrado de ciertas ciudades y lugares para las tres religiones monoteístas del mundo.
Desde la constitución del Estado de Israel, en 1948, se han sucedido varias guerras que han buscado la eliminación de este país. En todas ellas, las fuerzas israelíes han triunfado.
Producto de estas y de la devolución de territorios conquistados, Israel logró la paz y relaciones diplomáticas con Egipto y Jordania. Sin embargo, no ha sucedido lo mismo con Siria, país al cual Israel arrebató los Altos del Golán y que retiene desde 1967 como un territorio estratégico para su defensa. Con el Líbano ha habido sucesivos conflictos que han incluido ofensivas terrestres de Israel y la ocupación de territorio.
Primero los episodios bélicos tuvieron como causa la resistencia palestina que se estableció en el Líbano, donde buscaron refugio muchos palestinos expulsados de su tierra, pero a partir de mediados de los 80 del siglo pasado surgió una milicia chiita, Hezbolá, que se ha convertido en un Estado dentro de otro Estado y que, con ayuda iraní, se ha erigido como un formidable enemigo para Israel, forzando incluso a las tropas invasoras de este país a retirarse anticipadamente en 2006.
Desde entonces las partes han mantenido una tensa tregua, salpicada de incursiones de lado y lado, pero todo dentro de cierta “normalidad”, sin arriesgar una guerra total. Esto ha cambiado drásticamente desde el atentado terrorista de Hamás en octubre pasado en Israel y la inmisericorde invasión y destrucción de Gaza por las fuerzas de este país.
Tras el fracaso de las negociaciones que se iniciaron en Oslo para lograr la coexistencia de dos Estados soberanos compartiendo una misma tierra, Israel combinó una estrategia de aislamiento y contención de los territorios autónomos palestinos, buscando su reducción y fragmentación con la instalación de colonos judíos, al mismo tiempo que buscaba establecer vínculos con otros países árabes.
Por un tiempo parecía que iba a funcionar. Con el apoyo de Estados Unidos y en atención también al temor de una eventual hegemonía iraní, varias naciones, como los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán, reconocieron a Israel. También comenzaron negociaciones secretas con Arabia Saudita para el mismo propósito.
Pero la ilusión de la paz sin solucionar el problema del Estado palestino se rompió nuevamente con la guerra en Gaza.
Por una combinación de factores que incluyen la solidaridad con la causa palestina y la rivalidad entre Irán e Israel, Hezbolá y los hutíes en Yemen (otra milicia chiita con vínculos con Irán) han aprovechado la guerra en Gaza para lanzar ataques sobre Israel y este país ha respondido los golpes en una escalada que podría derivar en una guerra regional. El ojo por ojo está implicando que la acción de uno es respondida por el otro, incrementando los muertos y la destrucción. Por lo pronto, decenas de miles de personas, tanto en Israel como en el Líbano, han tenido que abandonar sus hogares por los bombardeos y por la posibilidad de la guerra.
Agrava la posibilidad de un estallido general el tipo de liderazgo de todas las partes. En Israel hay un Gobierno que se sostiene por los partidos religiosos y de ultraderecha, con un primer ministro que parece aferrarse a la lógica bélica como forma de mantenerse en el poder (y salvarse de un juicio por corrupción). Esta coalición favorece una solución militar al problema palestino y no está dispuesta a ninguna concesión. Lo mismo ocurre por el lado de Hezbolá, que aspira a la destrucción de Israel y que, además, responde en buena medida a los lineamientos de Irán.
El asesinato en Irán de Ismail Haniyeh, líder del brazo político de Hamás, por los israelíes, significó una afrenta y un escalamiento que los iraníes juraron vengar y está pendiente esa retaliación. ¿Será directa como ocurrió en abril, cuando lanzó decenas de drones y misiles en respuesta al bombardeo israelí de su consulado en Damasco que mató a dos generales? ¿O se combinará con ataques desde el Líbano y Yemen? ¿O se producirá bajo la forma de un atentado en Israel?
Cualquiera sea la alternativa, la región está en alerta máxima y preparándose para lo peor.
El primer ministro israelí estuvo recientemente en Washington abogando por el sostén estadounidense y, aunque este país apoyará a su aliado histórico en el futuro próximo, ha quedado en evidencia que la posición norteamericana está cambiando, especialmente a nivel del electorado. Esto se refleja actualmente en que, en varios de los estados bisagra, los votantes musulmanes y los pro-palestinos podrían ser clave para definir la elección presidencial. También, de salir electa Kamala Harris, es posible esperar una posición mucho más crítica respecto de Israel o, al menos, de los gobiernos como el que encabeza Netanyahu.
En la eventualidad de una guerra regional, surge también la interrogante sobre la reacción de las poblaciones de los países árabes, especialmente de Jordania y Egipto. En el primer país hay una animosidad creciente contra Israel y contra el Gobierno del rey Abdalá, lo que eventualmente podría generar un cambio de régimen o derechamente sumarse a los enemigos de Israel.
Por si no fuera suficiente, en Israel hay además una aguda división interna que cruza varias líneas. Está la confrontación de los laicos versus los religiosos y la de los ciudadanos judíos versus los ciudadanos árabes. En torno a eso está la cuestión de la identidad de Israel, que no se ha resuelto.
Están todos los elementos para un incendio, pero las partes insisten en jugar con fuego y hay muchos que quisieran que se declare el incendio. ¿Arderá?