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Chile y el compromiso con una transición en Venezuela Opinión

Chile y el compromiso con una transición en Venezuela

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Fernando Reyes Matta
Por : Fernando Reyes Matta Exembajador en China, Director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre China, Universidad Andrés Bello.
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Desde Chile existe un deber político y moral en declararse disponible para apoyar la transición en todo lo que corresponda y ayude. La historia nos hizo vivir la experiencia desde la movilización social, la cultura y el debate político intenso, y no fue fácil.


Solo un par de días después de aquel anuncio sin respaldo hecho por el Consejo Nacional Electoral (CNE) proclamando a Maduro vencedor, Juan Gabriel Tokatlian, destacado politólogo argentino, y Daniel Zovatto, con años de respaldo a procesos democráticos legítimos y abiertos en la región, señalaron la urgencia de transparentar los resultados y avanzar hacia un tiempo donde “las alternativas a la crisis en Venezuela provengan de un diálogo genuino y productivo entre los propios venezolanos”.

El colombiano José Antonio Ocampo, figura latinoamericana de reconocido prestigio, dijo en días pasados, en un lúcido artículo mostrando la crisis económica y social de Venezuela: “En la actualidad, el país necesita una transición política pacífica y negociada entre todas las partes, con apoyo de la comunidad internacional, que permita el restablecimiento de la democracia en el país”. Y en el fin de semana reciente, la líder de la oposición, María Carolina Machado, señaló que “el desafío es hacer que Maduro entienda que su mejor opción es aceptar los términos de una transición negociada”.

La palabra “transición” se ha instalado en los análisis hechos por diversos gobiernos, medios de prensa de influencia internacional y centros de opinión ante la realidad derivada de la última elección. Los resultados son apabullantes y Maduro puede negar muchas cosas, menos la evidencia que la inmensa mayoría del país dejó en las urnas: la gobernabilidad de Venezuela solo será posible si él ya no gobierna el país. Seguramente, insistirá en que su tiempo como presidente dura hasta el 10 de enero de 2025, pero la pregunta principal hoy día es qué viene después.

Se acercan meses muy duros, complejos y de tensiones mayores para Venezuela, un tiempo donde el que se aferra al poder busca todas las artimañas para preservarlo, unido a sus incondicionales en tratar de sofocar la realidad ineludible. Los que aspiran a recuperar la democracia para Venezuela requerirán de mucho temple y sabiduría para buscar un acuerdo en medio de confrontaciones, ataques de todo tipo y descalificaciones extremas. Pero, más allá de lo que crean en el Palacio de Miraflores, un nuevo tiempo político ha comenzado en el país.

Y es ante esta posibilidad cada vez más evidente donde Chile tiene mucho que aportar. Si asumimos que los primeros pasos hacia una transición parecieran estar emergiendo mínimamente, es hora de que voces políticas, desde los diversos ámbitos de nuestra realidad, se declaren dispuestas a dar lo suyo cuando sea el momento. Es evidente que el futuro político de Venezuela depende, en primer lugar, de los venezolanos. Pero si el camino es mínimamente exitoso será bueno no solo para ellos, sino para toda América Latina y para nuestra presencia regional en el devenir mundial, hoy plagado de incertidumbres.

Por eso, desde Chile existe un deber político y moral en declararse disponible para apoyar la transición en todo lo que corresponda y ayude. La historia nos hizo vivir la experiencia desde la movilización social, la cultura y el debate político intenso, y no fue fácil. Construir unidad en torno de los caminos a seguir requirió de negociaciones complejas, de firmeza en cuestiones esenciales y de concesiones que generaciones futuras no siempre han logrado entender.

La más obvia, que el dictador siguiera por ocho años como comandante en Jefe del Ejército y que solo en 2005 se lograra terminar con los senadores designados y con la autoconvocatoria de los comandantes para el Consejo de Seguridad Nacional, más otras medidas de reafirmación del poder civil. Muchas veces en las últimas décadas surgió el debate entre nosotros sobre si ya había terminado la transición. Pero la mejor prueba de que ya estábamos en democracia es que ese debate fuera posible.

Tomar conciencia de ese ineludible apoyo fraternal a Venezuela, si se avanza hacia la transición, es también lo que subyace en lo ocurrido durante la reciente visita del presidente Lula a Chile. No faltaron las voces que cuestionaron que ambos mandatarios –Boric y Lula– no hubieran hecho una declaración conjunta condenando lo ocurrido en Venezuela con el fraude electoral. Lo que prevaleció fue el criterio de los que saben de política o ven con lucidez cuándo y cómo les corresponderá actuar. Los presidentes de Brasil, México y Colombia vienen trabajando en torno a los complejos pasos que podrían llevar a una negociación entre las partes en conflicto, algo donde no cabe meter ruido.

El Presidente Boric tuvo perfectamente claro que lo nuestro debe ser apoyar esas gestiones en todo lo que corresponda sin pretender estar en ellas; es obvio que las relaciones entre Caracas y Santiago pasan por un momento crítico. Pero, a la vez, hay que ser muy explícitos en que estamos cerca del pueblo venezolano, para defender y apoyar en todo lo que sea su avance hacia la recuperación de la democracia. Y eso, además, hacerlo con gratitud porque, en tiempos oscuros de nuestra realidad política, muchos compatriotas encontraron acogida y un hogar en esa tierra. Ese es el marco desde el cual el apoyo de Chile a una transición democrática en Venezuela es un deber de fraternidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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