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En memoria del profesor y amigo Hugo Llanos Mansilla Opinión

En memoria del profesor y amigo Hugo Llanos Mansilla

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José Ignacio Núñez Leiva
Por : José Ignacio Núñez Leiva Abogado constitucionalista. Académico de la U. Autónoma de Chile
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Hugo Llanos Mansilla era un erudito, un ilustrado, un hombre sin fronteras, viajero de lugares y del tiempo. Precursor en su disciplina, generoso y leal.


Como avezado orador, a Hugo Llanos le gustaba comenzar sus discursos y conferencias recordando una anécdota, una obra de arte o a veces conceptos. Había uno que durante los últimos años utilizó como linda muletilla para iniciar nostálgicamente algunos eventos que él mismo deseaba resaltar como importantes y que no quería acumular en el vasto inventario de charlas y congresos que le correspondió aperturar o presidir. 

La primera vez que le escuché esa palabra fue durante la pandemia, en su intervención para la Cátedra de Derecho Internacional Juan Pablo II, que el mismo junto a otros y otras juristas había fundado hace ya varios años. Ese día, coincidió con su cumpleaños. En la pantalla, frente a un público de distintas nacionalidades y conectado desde diferentes lugares, comenzó diciendo algo así como “Los anglosajones tienen una palabra muy linda para referirse a la felicidad, a la dicha, a la plenitud y que tiene un sonido muy bonito, como brillante, y hoy frente a ustedes quiero decir que me siento así, me siento Bliss”.

La última vez que la oí salir de sus labios fue aún más emotiva. Aconteció en noviembre de 2023 en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa en Santiago de Chile, grado honorífico que con total justicia y de forma oportuna le reconoció la Universidad Central. En ese momento creo que entendí bien a que aludía don Hugo Llanos Mansilla cuando decía que se sentía Bliss.

Ahora acudo yo a una de mis muletillas. “La mejor recompensa de una tarea bien hecha, decía Alberto Hurtado, consiste en haberla realizado”.  La usé muchas veces conversando con Hugo, varias de ellas para referirme a sus logros y trayectoria, otras a las historias y aventuras que siempre contaba, pero especialmente cuando de manera atenta observaba cuanto lo querían y respetaban sus pares, como cuando fue nombrado por aclamación presidente honorario del Instituto Hispano-Luso- Americano de Derecho Internacional (IHLADI). 

Recuerdo su semblante de ojos pequeños pero expresivos y la ancha sonrisa con que recibía y reflexionaba esas palabras cada vez que se las decía. Parecida pero no igual a la que usaba para burlarse de las solemnidades y burocracias de los arribistas (Hugo era un hombre elegante, no de apariencias). Semejante también a la de su rostro, cuando hace no muchos años al coincidir trabajando en una institución y le pedí autorización para tutearlo. 

Ese rostro no se asemejaba mucho a otro suyo que también recuerdo. Uno que vi hace casi un cuarto de siglo cuando en su rol de profesor de Derecho Internacional Público en la Pontificia Universidad Católica de Chile interrumpió una disertación que como estudiante de su cátedra daba junto a un compañero. Entre adjetivos furibundos incumplió toda regla del derecho internacional humanitario para referirse a mi desempeño. Por suerte, las normas y principios del Derecho Internacional Público primaron al momento en que, a la usanza de la época, debí rendir oralmente el examen final de la asignatura y me calificó con nota máxima. Cuando como circunstanciales colegas de trabajo le refresqué la memoria sobre este episodio, astutamente recordó solo la última parte. Sonrío y seguimos hablando de la ópera que había escuchado el día anterior, del libro que terminó de leer, de algún viaje realizado o en carpeta, de alguna nueva edición de su imprescindible tratado de derecho internacional público o de uno de su más de centenar de artículos publicados. Sonrió y seguimos hablando, yo de fútbol y el del Golf que tanto le gustaba. Sonrió y seguimos hablando, incontables veces. Conversaciones que fueron por teléfono, personalmente en el angosto pasillo de modestas oficinas universitarias, en ataviados edificios de reparticiones estatales, en su casa (que por su colección privada se parece al museo británico) o por whatsapp.

Hugo Llanos Mansilla era un erudito, un ilustrado, un hombre sin fronteras, viajero de lugares y del tiempo. Precursor en su disciplina, generoso y leal. Una persona que hizo bien su trabajo y que pudo disfrutar de haberlo hecho bien. Por eso creo que -con justicia – acertó cuando dijo que se sentía Bliss y estoy seguro de que ahora que dejó este mundo seguirá igual donde esté. Continuará Bliss, conversando luminosamente y luciendo esa sonrisa con nuevos interlocutores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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