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Las izquierdas Opinión Crédito foto: Marcelo Pérez

Las izquierdas

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Fredy Cancino
Por : Fredy Cancino profesor de historia
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En todo este abanico, ¿hay un terreno común que identifique a las izquierdas?


Las izquierdas, en plural, ha vuelto a replantearse en el debate político a propósito de la parodia de las elecciones presidenciales venezolanas. Ha sido un vistoso parteaguas en la izquierda oficialista chilena. Nada inédito por lo demás, pues no hay una sola, acotada y única izquierda, ni en Chile ni en el mundo. 

No se trata de husmear filosofías o sacar lustre a olvidadas ideologías acerca de qué es ser de izquierda, hoy y en este país, que para líos mundiales ya tenemos suficiente. Ciertamente la filosofía política es un buen camino, serio y gratificante intelectualmente, pero poco práctico en el formato de una columna. Digamos que por izquierda entiendo ante todo valores asociados a la llamada sensibilidad social, por cierto una virtud no exclusiva de ella. Hay ecologistas, animalistas o veganos de izquierda y de derecha. Algunos pensadores creen que ya no hay izquierda ni derecha, atractivo tema con ribetes académicos, pero la obcecada gente común y políticos, periodistas, militantes y opinólogos siguen hablando de izquierda, jugando, eso sí, a montarle apellidos: revolucionarios y reformistas, demócratas y autócratas, pacifistas y belicosos, marxistas y liberales, elitistas y populares, cristianos y laicos. Aplicando grados, nos encontraremos con izquierda moderada, más izquierda, izquierda radical, izquierda más radical, o casi izquierda. Como un termómetro de izquierdismo.

Debemos decir que, a lo largo de décadas, la izquierda ha ido mutando identidad, recogiendo nuevos sujetos (y temas) que emancipar o reivindicar. La vieja clase obrera ya no es la esencia omnipresente de su pensamiento y acción, nuevos horizontes van conformando los programas que pluralizan la izquierda. Ya no se trata de “la izquierda”, ahora varias izquierdas suben a la escena política. Incluso la tecnología y el futurismo pueden ser un contenedor izquierdista, entendiendo esto como progreso, y progreso como izquierda (¿la robótica es de izquierda, la mecánica de derecha?). El signo de los tiempos no podía dejar incólume a la vieja izquierda del siglo XX.

Con los nuevos tiempos, algunos quisieron ir “más allá de la izquierda”, desdibujando las viejas fronteras, ejercicio que puede ser virtuoso cuando se trata de construir grandes mayorías que le hagan bien al país, especialmente a quienes nacen y viven en desventaja; y mueren en desventaja. La Concertación es un muy buen ejemplo del salto de valla de la izquierda histórica chilena, que la llevó a la alianza con el socialcristianismo, representado en ese tiempo por la Democracia Cristiana. Hoy, sectores de esa izquierda histórica buscan nuevas vallas que brincar, la más relevante es aquella del liberalismo político, es decir, acercarse a una nueva valorización de la autonomía del individuo y de la democracia representativa.

Al lado de la izquierda histórica siempre ha habido expresiones colocadas por lo general en el flanco izquierdo, ya sea en lo ideológico –anarquistas, por ejemplo– o en la praxis y estrategia política, como en Chile los grupos armados de los años 80 y 90. En el país de hoy la izquierda está poblada de muchos estamentos, cada uno con su impronta política, su historia larga o breve (Partido Humanista y Frente Amplio, respectivamente), sus estilos y causas diferentes. Conviven en ella jóvenes moralistas y viejos realistas, personajes extravagantes y serios analistas, firmes militantes y fluctuantes idealistas. Las grandes marchas de fines del 2020 fueron la ocasión que la izquierda chilena aprovechó para ostentar todos sus colores, aun aquellos individuales y guardados en el inmediato desván privado. 

Pero hay también una izquierda dogmática, inamovible y poco fecunda ante lo nuevo, que persiste en un insoportable vicio: el de otorgar y quitar certificado de izquierda a quienes se apartan de sus verdades eternas. Es como la aduana de la ideas de izquierda: deja ingresar solo aquellas de origen controlado. Sería algo hasta pintoresco si no hubiera de por medio tantos “revisionistas” y “contrarrevolucionarios” que en el pasado (y ahora en algunos puntos del globo) han ido a parar a la cárcel, al destierro o a la muerte después de haber sido privados de ese certificado de lealtad ideológica.

En todo este abanico, ¿hay un terreno común que identifique a las izquierdas? Pienso que sí. Caídas o debilitadas las ideologías, restan sus valores: el amor por la igualdad, la búsqueda de justicia social, la protesta por el abuso hacia los vulnerables de la sociedad. Es la inspiración en ideales más que en intereses, algo más propio de las derechas.

Sin embargo, es ardua labor encontrar algún espacio común que auspicie la unidad forzada de las izquierdas chilenas. ¿Qué podría unir al movimiento, o más bien dicho a “la onda” de tierra quemada de los “duros” con la  izquierda histórica, culpable de los 30 años de la Concertación? ¿Y qué hace confluir a la izquierda histórica con el Frente Amplio, un novel consorcio cuya aspiración ha sido precisamente reemplazarla y relegarla al olvido? ¿Y todos con el PC que, pese a algunas aperturas –como el feminismo–, sigue anclado a los añosos esquemas relegados en el sótano por casi todo el mundo comunista? Agréguense a este cuadro las corrientes populistas e inmediatistas que recorren transversalmente a las izquierdas del país. Casi una tormenta perfecta.

He sostenido en otros escritos que hay un espacio vacío y una izquierda que busca casa. Una izquierda que busca renovar la idea socialdemócrata con la profunda convicción de que es la más válida alternativa al neoliberalismo, y no solo un oportuno salvavidas en la confusión, ausencia de proyectos y naufragio frente al ímpetu –a menudo violento–de las izquierdas radicalizadas.

El abrazo con movimientos en el fondo antagónicos, visto por muchos como salvación frente a una derecha que, a pesar de sus vistosas divisiones, aún mantiene la unidad que da el poder (ese gran pegamento político), no representa una contribución válida a la construcción de una alternativa de gobierno que asegure estabilidad institucional y buenas políticas públicas, ingredientes esenciales para dar vuelta la hoja a las crisis que vive el país. Esa izquierda debe nacer de lo que existe ahora, de lo mejor del pasado y de los nuevos influjos del mundo moderno.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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