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El diagnóstico de la sociedad impotente y el Informe del PNUD 2024 Opinión

El diagnóstico de la sociedad impotente y el Informe del PNUD 2024

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Mauro Basaure
Por : Mauro Basaure Universidad Andrés Bello. Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social
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Nuestra sociedad necesita rehabilitar las bases de su sociabilidad para poder siquiera actuar sobre sí misma, abordando sus problemas y realizando sus metas.


El reciente Informe de Desarrollo Humano en Chile 2024 del PNUD, presentado el miércoles pasado en el GAM con la presencia del Presidente Boric, es un documento de enorme relevancia que ofrece una visión crítica y profundamente preocupante de la situación social y política del país. Este informe no solo refleja las preocupaciones ya detectadas por la encuesta “Radiografía de la (Des)confianza en Chile”, realizada por el Instituto de Políticas Públicas de la Universidad Andrés Bello, sino que también amplifica la urgencia de abordar los desafíos estructurales que enfrenta nuestra sociedad.

Llevada a cabo en febrero de 2024, los resultados de dicha encuesta revelaron un Chile atrapado en una espiral de desconfianza y temor, donde los ciudadanos expresan una visión profundamente pesimista del futuro. Según nuestra lectura de esos resultados, estamos enfrentando una “sociedad impotente”; esto es, una sociedad que –pese a ser crítica de los problemas de seguridad social y pública y desear que las cosas cambien hacia un mejor trato y una mayor justicia– es al mismo tiempo incapaz de alcanzar objetivos colectivos y resolver problemas cruciales. Las personas conocen sus problemas, desean una solución, pero no existen ni a nivel colectivo ni subjetivo las condiciones para solucionarlos. El informe del PNUD 2024 no solo confirma este diagnóstico, sino que también profundiza en las dinámicas que la sostienen.

Un aspecto crucial que distingue nuestro enfoque del adoptado por el PNUD es el concepto de “individualismo familista”. Mientras que el Informe del PNUD habla de “individuación asocial”, refiriéndose a una forma de autoafirmación que aísla a los individuos de la colectividad, nuestro enfoque pone énfasis en cómo esta desconexión se estructura en torno a la familia. El informe subraya que muchas personas están dispuestas a aceptar políticas solidarias solo cuando estas no les imponen costos personales significativos.

Según el PNUD, “la disposición a asumir costos se diluye a medida que se asocian a problemas menos directos o apuntan a beneficios para otros grupos sociales”. Este comportamiento es un ejemplo claro de la “individuación asocial”, donde el interés personal prima sobre el colectivo, debilitando aún más la capacidad de la sociedad para actuar en conjunto.

Así como en versiones anteriores, este informe destaca la mencionada “individuación asocial”, pero sin abordar mínimamente la cuestión de la familia, un elemento central para entender el Chile actual. Nuestro individualismo es familista y no asocial o egocéntrico. Mirado desde este punto de vista, tampoco resulta acertada la noción de “individualismo agéntico”, de Araujo y Martuccelli, pues tiende a reducir las relaciones íntimas a recursos al mismo tiempo afectivos y estratégicos. La vida de un sujeto asocial es insoportable y radicalmente incierta. La vida de un individuo familista está plena de sentido, sus actos y sacrificios tienen plena justificación altruista; cuenta con cierta seguridad que es además afectiva, su tiempo familiar tiene un sentido trascendente.

El problema es que todo ello está desarraigado y ocurre con despreocupación del resto de la sociedad. La familia es además una justificación para quienes entienden que ⎯pese a vivir en una especie de sociedad-selva, concebida como hostil, y ser pesimistas respecto del futuro colectivo⎯, ellos y sus familias, los individuos familistas, igualmente saldrán adelante mediante sus esfuerzos individuales y son, por lo mismo, privadamente optimistas.

Descreyendo de las instituciones públicas y de los otros, las personas se refugian y atrincheran en el núcleo familiar, reduciendo a él y a sus amistades las confianzas y sus preocupaciones. Hasta el vecindario sufre hoy esta tendencia. Esta dinámica refuerza un ciclo de impotencia social, donde el individuo se aísla en su entorno más cercano, limitando su capacidad de acción y perpetuando la fragmentación social. Las dimensiones de este individualismo no solo abarcan la desconfianza hacia lo público, sino que también incluyen la priorización de intereses familiares por encima del bien común, debilitando aún más el tejido social.

Este enfoque en la familia es crucial, ya que revela cómo las dinámicas sociales que perpetúan la impotencia de la sociedad no se limitan a la esfera pública y el sistema político, sino que están profundamente arraigadas en la estructura misma de la vida social y privada.

En un entorno donde la desconfianza hacia lo público es abrumadora, el refugio en lo privado no solo aísla a los individuos, sino que también socava las bases de la acción colectiva. El Informe del PNUD 2024 destaca que “la mayoría no se ve a sí misma como agente de cambio colectivo” y que “seis de cada diez personas consideran que la gente como uno puede hacer poco o nada para cambiar la situación del país”.

Esta percepción de impotencia, combinada con la falta de confianza en los liderazgos políticos, refuerza un ciclo vicioso de inacción y frustración. El individualismo familista socava las bases de las capacidades de acción de la sociedad, y una sociedad impotente reafirma formas privatistas de subjetividad. ¿Por qué entregar algo a una sociedad que no da nada?, parece ser la silenciosa pregunta detrás de esta racionalidad familista individual.

Se repite mucho la crítica de que los políticos no son capaces de ponerse de acuerdo, y por ello no se resuelven los problemas de la sociedad. Esto aparece como un fenómeno de superficie si se considera que la encuesta y el informe dan cuenta de cuestiones que van más allá del sistema político. Revelan problemas que son inherentes a la sociedad misma, al tipo de subjetividad que impera, a las formas de relacionamiento, y a su cultura cívica y política.

Chile está en permanente cambio. En este sentido, el título del informe es desafortunado y tiende a traicionar su propio contenido, pues sugiere que el principal problema es la dificultad para cambiar. No se trata de eso sino de la imposibilidad de resolver los problemas. Estamos hablando de una “sociedad impotente”; es decir, de una sociedad cuyo problema fundamental no es otro que su incapacidad estructural para resolver problemas. 

Nuestra sociedad necesita rehabilitar las bases de su sociabilidad para poder siquiera actuar sobre sí misma, abordando sus problemas y realizando sus metas. Ello tiene relativa urgencia, pues una sociedad impotente está siempre en riesgo de sufrir crisis políticas de envergadura, ya sea por el ascenso de gobiernos antidemocráticos que ofrezcan “soluciones” o por reventones o estallidos ciudadanos que, al final del día, más empeoran que mejoran las cosas.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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