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Prisión y deseo Opinión

Prisión y deseo

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Juan Pablo Corvalán
Por : Juan Pablo Corvalán Decano de la Facultad de Arquitectura, Animación, Diseño y Construcción de la Universidad de Las Américas.
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Resulta evidente que el sistema debe ser profundamente mejorado, lo cual pone en duda la efectividad de simplemente agregar una cárcel como una solución, considerando el tiempo que toma en construirse.


En el debate sobre el nuevo Centro Penitenciario de Máxima Seguridad anunciado por el Gobierno del Presidente Gabriel Boric como una medida ante la escalada de violencia en los crímenes, se produce una paradoja: el anhelo ciudadano de que se tomen cartas en el asunto contrasta con el rechazo transversal de las autoridades municipales a recibir la nueva prisión en sus respectivas comunas. Los mismos alcaldes que exigían acciones urgentes para combatir el crimen organizado, incluso llamando a las Fuerzas Armadas, ahora rechazan esta solución.

Esta aparente contradicción merece una reflexión sobre las expectativas y realidades de la planificación de los centros de aislamiento de las personas condenadas por la Justicia en nuestra sociedad actual. El sistema carcelario ha evolucionado de un modelo controlado por el Estado, con cárceles ubicadas en el centro de la ciudad como un elemento simbólico, a un modelo de organización mixta público-privada, donde Gendarmería se encarga de la vigilancia de los reos. Estos cambios han impactado tanto en el entorno de la cárcel, incluyendo la administración de visitas y el comercio informal vinculado al conjunto penitenciario, como en las condiciones internas de los prisioneros.

La privatización de órganos del Estado, como la salud, educación y pensiones, y sus consecuencias, por supuesto, dan para un debate aún más amplio, y el sistema penitenciario no está exento de este marco.

No es sorpresa enterarse del hacinamiento en las cárceles y de situaciones dramáticas vividas, como el incendio en la cárcel de San Miguel el 8 de diciembre de 2010, y de las desigualdades, como en la cárcel VIP de Capuchinos o Punta Peuco. También es ampliamente conocido que el sistema de rehabilitación e inserción social ha dejado mucho que desear, de ahí el calificativo de “universidades del crimen” para los centros penitenciarios, donde quienes ingresan salen aún peor en sus habilidades sociales, y tienden a reincidir en lo criminal. 

En síntesis, resulta evidente que el sistema debe ser profundamente mejorado, lo cual pone en duda la efectividad de simplemente agregar una cárcel como una solución, considerando el tiempo que toma en construirse.

La pregunta que surge es por qué nace el deseo de la cárcel como solución inmediata. A menudo se cita el ejemplo de El Salvador y su presidente Nayib Bukele, con cárceles comparables a campos de concentración en el siglo XXI, una medida cada vez más cuestionada, incluso por sus propios aliados. Generar más límites y segregación entre las personas, como en los costosos barrios cerrados, es la otra cara de la moneda de una sociedad desigual. En vez de trabajar y abordar la integración social en todas sus dimensiones, incluso para aquellas personas que deben ser privadas de su libertad; los expertos en teoría urbana y social han probado una y otra vez que la integración es la mejor alternativa y solución.

Un ejemplo ilustrativo es la cárcel de alta seguridad noruega mostrada en el documental de Michael Moore Where to Invade Next, donde los guardias dan la bienvenida a sus prisioneros interpretando el himno pop de ayuda a África de los años ochenta, “We Are the World”. Algo que resulta casi irrisorio comparado con nuestros estándares e imaginarios de lo que debe ser un centro de máxima reclusión. 

Más allá de lo anecdótico, merece detenerse a pensar que podemos lograr otros futuros posibles. La arquitectura y el urbanismo ofrecen voces con un sistema de inserción y prevención temprana en la ciudad, lo cual requiere una inversión en oportunidades de educación e integración para los jóvenes, así como el control por inteligencia y seguimiento financiero del crimen. Esto es una alternativa más eficiente que anhelar la cárcel más grande y segura del mundo, con una visión más profunda, de entender que el drama humano es compartido por todos, incluyendo a la población carcelaria. 

En efecto, somos el mundo y está en nosotros como sociedad expresar los espacios y ver otras opciones concretas para la ciudad donde, a diferencia de hoy, la construcción de una cárcel sea algo deseado por sus vecinos para el bien de la sociedad civil.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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