Una democracia tiene que saber cuestionarse cuando, a 30 años de su restablecimiento, comienzan a caer presas sus principales figuras y el debate público se tribaliza y vuelve cínico.
La película de James Garner y Jonathan Price (1993) siempre me vuelve a la memoria, no tanto por la historia de una toma hostil y los bull market de Wall Street en los 90. Cómo conglomerados podían ser desguazados, desde dentro y fuera, por junk bonds y especuladores que pavimentaron la crisis asiática el 97 y subprime el 2008. Me marcó por cómo una sociedad puede destruirse a sí misma, más cuando al debate hoy se suma la presión por desregular criptomonedas en la era de la inteligencia artificial.
Una democracia es el gobierno de mayoría, pero todos sabemos el problema de limitarla a eso. Para eso una república. Para destacar cómo la Constitución y las leyes velan por las minorías y por la confianza mutua de que nadie se pase de la raya. Ambas tienen degeneraciones y no existen en forma pura. Una “democracia de los derechos” no es otra cosa que un gobierno de los jueces y una manera de anular el voto popular. La paridad y los umbrales no son más que otra manera de distorsionar esa voluntad popular y llevarse la pelota para la casa. Las legitimaciones activas no hacen más que limitar el derecho a reclamo, maneras para dejar sin efecto la Constitución y excepcionarse de la igualdad ante la ley.
Una democracia tiene que saber cuestionarse cuando, a 30 años de su restablecimiento, comienzan a caer presas sus principales figuras y el debate público se tribaliza y vuelve cínico. Cuando la crónica se centra en el chequeo médico del jefe policial, que está pendiente de formalización judicial, o los tribunales son controvertidos por captura de intereses. Un candidato a gobernador denuncia que Pepa Hoffmann le ofreció plata para bajarse en Valparaíso. Carolina Tohá llama a “no sorprenderse” por la relación entre el robo de Brinks con el atentado a Izkia Siches en Temucuicui. Nadie se arruga.
Lo raro es que todo esto se dé en un minuto cuando las dirigencias afanan por un relato. Hasta el PNUD (con los mismos que animaron los dos fracasos constituyentes) se queja de cómo «la elite económica (se ha vuelto) sistemáticamente más crítica, pesimista, punitiva y menos inclusiva que los otros tipos de elites». Nostálgicos y reactivos, celebran a Bukele y Milei porque quieren soluciones autoritarias y les entretiene un pinochetismo sin Pinochet. Axel Kaiser romantiza la revuelta en Inglaterra, como si allá el 18-O tuviera un sentido que aquí no. El Frente Amplio no se queda atrás y no solo vuelve sobre el 18-O, sino también con Jackson, Atria, Winter y Bassa que dicen “no me miren a mí”.
El culto a la ruptura contra los adversarios vale para la derecha e izquierda. El populismo inglés ahora rememora a Enoch Powell y su “Rivers of Blood” speech en 1968. El populismo latinoamericano a Ernesto Laclau y su Hegemonía y Estrategia Socialista. Hacia una radicalización de la democracia (1985). Carl Schmitt o Sartre. Son debates de salón en Sanhattan o de cantina en la Plaza Ñuñoa, que ni siquiera entienden sus fuentes. Pero determina fantasías y los delirios de la élite chilena, dirigida a impresionar a cinco comunas de Santiago y que gira a cuenta de las rabias, culpas y complejos de un pueblo por el que nadie tiene mucha fe o empatía.
El divorcio entre la política y el país es grosero. Un pueblo desempoderado, descreído y que no pierde oportunidad para manifestar desprecio por las dirigencias que lo han barajado. Ni siente que la política hace la diferencia cuando, en cuestión de días, se suceden un asalto a Brinks, 12 homicidios, un cadáver que cuelga de un árbol en el cerro Santa Lucía y un incendio a la Estación Escuela Militar del Metro. Todo de lo más normal.
Una élite que, apenas se siente despreciada, dice “disfruten lo votado”, culpando a ese pueblo por no hacerle caso. “Me voy a Miami”, bravuconean. Aun así, siempre vuelven. El arribismo chileno es una evasiva a problemas que las élites no pueden resolver. Nicolás Ibáñez dijo “tenemos que hacer todo lo posible para que salga Boric” (2021), porque cínicamente apostó a que el desengaño favorecería a sus adversarios.
Desde que lo dijo, Matthei & sus macacos siguen sumando derrotas. Mientras, Álvaro Elizalde destaca que Boric “se ha transformado en un referente internacional”, Eugenio Tironi lo vende como el “líder latinoamericano que más teme Maduro”, y Karla Rubilar, Mario Desbordes y Pancho Orrego poco menos se arropan de una bandera venezolana en el Parque Almagro. El Gobierno se enreda con Isabel Amor al punto de comenzar a cancelarse entre sus propios partidarios.
Pero el desprecio democrático es transversal y contamina a todos, incluso los grupos que te venden la nostalgia por “los 30 años”. El afán de pautear nuestra democracia viene del cinismo político. Pan y circo no es más que la derivada de gente que no quiere darse la molestia de entender el malestar y ni sabe ponerles liderazgo a su propia historia e identidad cultural. No hay otra explicación a grupos que no escarmientan después de dos derrotas constitucionales. Las ponen debajo de la alfombra. “Nadie se acordará en dos semanas”, dijo Evelyn Matthei después de la derrota del 17-D pasado.
¿Por qué no cambian? Creen poder seguir forzando la oferta, a pesar de que hacen agua todos los supuestos sobre los que descansa la democracia chilena. La pretensión de medios de pautear el ciclo electoral envenena a stakeholders que sienten que pueden poner un pie forzado al país. Periodistas y pollsters se creen protagonistas y tratan de validarse con una democracia que la venden por racional, entre actores institucionales y que se juega en incrementos marginales de curvas, que construyen sobre valoraciones positivas y menciones espontáneas de personajes públicos predefinidos.
A eso llaman “intención de voto”, 15 meses antes de una elección presidencial y sin una plancha definitiva de candidatos. Hace 20 años que ninguno de estos pollsters achunta a la papeleta final. Ni el CEP. El caso más grosero fue Lavín, que todos daban por seguro ya el 2020 y no llegó a la papeleta. Quedó atrapado en la primaria que se armó para imponerlo.
Aun así, Alberto Mayol se pregunta, a más de un año de la presidencial, “¿está definida la elección?”, para responderse que Matthei gana fija y le mete miedo a Bachelet. Que ni se atreva. Ese es el otro problema de estos pollsters. Hacen de adivinos. Ponen todas sus fichas en apuestas y miran nuestra democracia como un casino, donde su inversión se juega después del ciclo electoral, para rentar sus consultorías al Estado o a esos empresarios que los usan para forzar la oferta que quieren escuchar.
El análisis político es un negocio y si puede convertirse en una apuesta, tiene un premium. Para qué mencionarles cómo el cambio de Biden por Harris cambió las predicciones y la manera como se quiso encajonar a un electorado. ¿Cómo no suponen que puede ocurrir aquí, más cuando ocurrió en la derecha el 2013 (con Golborne) y 2021 (con Lavín)?
El afán por usar la elección municipal para la presidencial hace que Roberto Izikson camufle la mayor pérdida de competitividad neta para la derecha, preguntando en su encuesta, no por la plancha mediocre de candidatos, sino ahora por quién endosa mejor: ¿Bachelet o Matthei? T13 califica de “reñida” la elección de Ñuñoa, a días de estar inscritas las candidaturas y sin intención de votos para calificarla así.
¿Qué problema tiene esta gente para que los demás puedan formarse su propia impresión y abrir sus opciones? Que nuestra democracia opere de manera sana, sin dados cargados. Suponer que, si en Estados Unidos y en Europa las predicciones tan anticipadas no son inalterables, aquí tampoco. Chile manipula la oferta, cuando debiéramos poner liderazgo en trabajar la demanda y las expectativas. La manera como esa oferta fuerza la plaza es engañando la demanda, generando una sordina que aturde y entorpece cualquier disposición colectiva. Se explica que lo hagan empresarios, pero ¿periodistas?
Los medios creen seguir administrando influencias y definiendo una oferta que exprese lo que sus avisadores quieren escuchar, más que anticipar la demanda del país y sus ansiedades. Eso con audiencias segmentadas y lectorías desplomadas. Vayan a El Mercurio. El edificio está vacío. Trabajan desde la casa. Se financia con deuda y avisaje del Gobierno.
“Tolerancia 0” es un panel de exhibicionistas que usa al invitado para lucirse y someterlo a una encerrona de destrezas retóricas. Son sectarios, además. Carolina Urrejola y Paula Escobar se dan por ofendidas y victimizan para construir “el escándalo de la semana”. Iván Poduje debe defenderse “yo vine a hablar de Viña, pero ustedes no quieren hablar de Viña”. La Segunda coloca al día siguiente a Poduje en portada con una Anger Management Problem, mientras el consejero del Servel (y panelista de “Tolerancia 0”), Alfredo Joignant, lo acusa desde su Twitter de “desagradable, mal educado y orientado a la rotería”, justo antes de que el TCE reponga a Macarena Ripamonti de candidata y le perdone los vicios de su inscripción. La manipulación del Servel es grosera.
Entre el Servel y el TCE duplicaron el número de firmas requeridas para candidaturas independientes a la municipal. Se vanagloriaron de excluir a los papitos corazón, pero validaron las candidaturas de MEO, Ossandón y Mulet el 2021, contra norma expresa que prohíbe postular a personas formalizadas por delitos que merezcan pena aflictiva.
Yo fui panelista del programa de Jaime Celedón, “A Eso De”, en 1992, para el Piñeragate. Todos renunciamos, porque el panel quedó controvertido después que quedara evidente que Sebastián Piñera buscaba girar a cuenta de Juan Andrés Richards para perjudicar a Evelyn Matthei, mientras esta hizo comparsa con Ricardo Claro en el espionaje telefónico más sórdido de estos 30 años. También hubiera sido inconcebible que alguien como Juan Barros hubiese hecho comentarios religiosos en el T13, después del caso Karadima. Pero Fernando Paulsen cree que su disclaimer sobre la amistad con Luis Hermosilla lo blinda de cualquier controversia y no pondera cómo lo cuestiona a él y su panel. Él y Jean Pierre Matus no entienden ¿qué tanto atado con el caso Hermosilla? Total, todos tenemos amigos.
Esa es la democracia chilena. Un multiverso. A Tale of Two Cities. Sin relato ni liderazgo, tribalizada y capturada, por bárbaros que no tienen intenciones de cambiar y creen someterse a una regla distinta que los demás. Se ofenden si se los dices y creen que no se nota. Lo peor es que va a fracasar. No sirve a nadie, más que para una ruptura. Suponen que la oferta se impone a la demanda y no imaginan que la demanda suele terminar por cambiar la oferta.