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América Latina en su laberinto Opinión

América Latina en su laberinto

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Juan Pablo Glasinovic Vernon
Por : Juan Pablo Glasinovic Vernon Abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), magíster en Ciencia Política mención Relaciones Internacionales, PUC; Master of Arts in Area Studies (South East Asia), University of London.
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Parte de la explicación del auge del crimen organizado regional deriva precisamente de la situación venezolana (la masiva migración) y esto podría agravarse si las cosas se deterioran aún más y se genera una segunda gran ola migratoria. Sus efectos podrían ser desestabilizadores.


En momentos en que el mundo atraviesa sostenidas turbulencias y altas dosis de incertidumbre, desde la transición hacia un nuevo sistema internacional, pasando por el cambio climático, la crisis de la gobernanza democrática, el crimen organizado, las guerras, las pandemias y las migraciones –por mencionar lo más obvio–, América Latina sigue sin encontrar su rumbo, lugar o rol en este dinámico contexto.

Mientras se está produciendo un inexorable alineamiento en función de nuevas reglas del juego y de las pretensiones hegemónicas de los más poderosos, nuestra región sigue en la indefinición y, por lo tanto, en el inmovilismo.

En el ámbito económico estamos asistiendo a un cambio profundo en las reglas y flujos del comercio y de las inversiones. El proteccionismo estratégico está convirtiéndose en el nuevo estándar y su campo de batalla está en la tecnología. Por eso los países más desarrollados están impulsando una reindustrialización en sectores clave, como los semiconductores y todo lo relacionado con las energías renovables y la electromovilidad.

A eso se suma un control creciente de las inversiones extranjeras –veda a los capitales externos en ciertos sectores y severas limitaciones en otros–, amén de alzas arancelarias, cuotas y otras medidas. El sistema comercial internacional, ese al que aspiraba la Organización Mundial de Comercio y, por lo tanto, las principales potencias hace algunos lustros, está conceptualmente muerto, aun cuando tarde un poco en desarticularse.

La tabla de salvación o de mitigación estará en los tratados bilaterales o plurilaterales y en el posicionamiento que se logre en las cadenas regionales y globales de valor.

La guerra comercial en curso está generando cambios cuyas consecuencias se acentuarán, con una gran desviación de comercio. Tomemos, a modo de ejemplo, el tema de los vehículos eléctricos. China lidera este sector y ha generado una masiva capacidad productiva contra la cual ni Estados Unidos ni Europa pueden competir. EE.UU. tomó la decisión de fortalecer y ampliar su capacidad productiva en este rubro, cerrando en la práctica su mercado, especialmente en lo que a China se refiere. Europa está siguiendo los mismos pasos.

Eso significa que China se irá quedando con una sobrecapacidad que deberá reorientar a nuevos mercados, siendo América Latina un destino natural. Así como pasó con la construcción –donde las empresas chinas, al agotarse su mercado, salieron al mundo a desarrollar proyectos aceptando utilidades ínfimas o, incluso, ir a pérdida para ganar mercado y no cerrar irremediablemente, como les habría ocurrido de quedarse en su país–, pasará con los autos y otros productos. El acero es otro caso y la suerte de Huachipato tiene que ver con eso.

Aunque en una primera instancia esto podría parecer beneficioso para nuestros consumidores y países, hay que ver los efectos en la escasa industria local. En el caso de la manufactura de automóviles, ¿cómo repercutirá eso, por ejemplo, en Brasil y toda la cadena asociada? ¿No sería la oportunidad para tratar de insertarse en estas cadenas productivas y no profundizar en la dependencia industrial y quedar relegados casi exclusivamente a la exportación de materias primas?

Es evidente que no hay ninguna estrategia ni visión frente a lo que está pasando y que vendrá todavía con más fuerza. Como vamos, es casi inevitable que el comercio con China, especialmente como destinatarios de sus exportaciones tecnológicas, seguirá creciendo y asimismo nuestra dependencia.

En el campo político, América Latina tampoco ha sido capaz de enfrentar las crisis que están generando secuelas por toda el área e incluso más allá, como el deterioro de la situación en Venezuela. En estos momentos, la región está partida entre aquellos gobiernos que consideran que se ha instalado una dictadura y quienes en el fondo apoyan al régimen de Maduro.

Lo notable es que México, Brasil y Colombia han coincidido en el segundo grupo. Por diversas razones no han querido condenar al régimen chavista y, con ello, debilitan la condición democrática de la región, factor que por supuesto incide en las alianzas que están forjándose globalmente y en la percepción que se tiene de América Latina como eventual contraparte.

Más allá de la ideología, que juega sin duda un papel relevante en esta cuestión, surge la duda sobre la capacidad del liderazgo regional, especialmente de los dos países más grandes.

Durante estos años, casi ocho millones de venezolanos han dejado su país, lo que ha generado una multiplicidad de efectos en toda la zona, tanto sociales como políticos. En efecto, por el ingreso abrupto de grandes contingentes de migrantes de este país, los Estados receptores han visto sobreexigidos sus ya débiles sistemas de cobertura social, particularmente en materia de salud, educación y vivienda. Este movimiento de personas que buscan mejores condiciones de vida, desgraciadamente también ha venido acompañado de la expansión de bandas criminales, las cuales además han introducido nuevas prácticas, mucho más brutales y sanguinarias.

Desde la perspectiva política, la sensación extendida de mayor inseguridad está impulsando a movimientos y partidos que promueven combatir a estos grupos desde una perspectiva casi exclusivamente de fuerza, sin adhesión al sistema democrático. Y, por supuesto, lo preocupante es que porciones crecientes de la ciudadanía están dispuestas a votar por esas opciones a cambio de la promesa de seguridad.

Parte de la explicación del auge del crimen organizado regional deriva precisamente de la situación venezolana (la masiva migración) y esto podría agravarse si las cosas se deterioran aún más y se genera una segunda gran ola migratoria. Sus efectos podrían ser desestabilizadores en varios de los países que ya se encuentran al límite.

Por eso llama la atención la prescindencia de los dos grandes países latinoamericanos y de Colombia. ¿Estarán privilegiando una situación de seguridad regional desde la óptica de un férreo control interno por el régimen de Maduro? ¿Pensarán que es preferible un Gobierno que no teme usar la fuerza para mantener el orden a un vacío de poder que dejaría su salida y el incierto escenario que se generaría?

Cualesquiera sean las razones, es muy probable que, en caso de empeorar las cosas, se vean tan o más afectados que el resto de la región.

Latinoamérica no logra articular un frente unido respecto de los grandes problemas del mundo y menos en relación con los propios, y eso es un aliciente para la interferencia de terceros que aumentará su fragmentación y, por lo tanto, su irrelevancia.

Estamos en un laberinto, cada uno caminando a tientas. Quizá una de las claves para salir de él tenga que ver con la situación en Venezuela y cómo se resuelve.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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