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La nueva alianza tecnológica entre Taiwán y Europa Opinión

La nueva alianza tecnológica entre Taiwán y Europa

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Alberto Rojas
Por : Alberto Rojas Director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Facultad de Humanidades y Comunicaciones, Universidad Finis Terrae. @arojas_inter
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Resulta válido preguntarse por qué Chile u otros países de Sudamérica no podrían seguir los pasos de Alemania y establecer alianzas estratégicas del mismo tipo, como una manera de acercar la avanzada tecnología a nuestra región.


A un año de su anuncio oficial, hace pocos días se concretó la ceremonia de primera piedra de la fábrica que TSMC –el gigante taiwanés de chips– construirá en Dresde, Alemania. El evento contó con la presencia de C. C. Wei, consejero delegado de la empresa; el canciller alemán, Olaf Scholz; y de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

Con una inversión cercana a los 3.500 millones de euros, esta primera fábrica europeo-taiwanesa de semiconductores es un auspicioso joint venture entre TSMC, cuya participación es de un 70%, y de los grupos Bosch, Infineon y NXP, cada uno de ellos con un 10% de la empresa conjunta, denominada ESMC.

Además, en la oportunidad, Von der Leyen anunció que la Comisión Europea había aprobado un apoyo estatal (subvención) de 5.000 millones de euros a esta nueva empresa, que tiene prevista la creación de 2.000 nuevos empleos.

El proyecto se alinea con la estrategia de la Unión Europea (UE) para producir chips en el continente y así reducir su dependencia exterior, iniciativa que se enmarca en la Ley de Chips de la Unión Europea (2023) y que busca que la UE alcance en 2030 una cuota del 20% en el mercado de los semiconductores.

La atracción de inversión extranjera y las cuantiosas subvenciones públicas han conseguido que en Alemania ya se hable de “Silicon Saxony”, por la cantidad de compañías que se están estableciendo en este “land” que antiguamente formó parte de la República Democrática Alemana.

De esta manera, la UE se prepara para entrar en la guerra de los chips, un escenario particularmente dinámico que combina de manera estratégica política internacional y alta tecnología.

En ese contexto, la alianza de Europa con la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC) no es accidental, ya que es una de las empresas más importantes del mundo en la industria de semiconductores.

Fundada en 1987 por Morris Chang, TSMC es pionera en el modelo de negocio de foundry, que significa que la empresa se especializa en fabricar chips para otras compañías sin diseñar sus propios productos. Este enfoque le ha permitido convertirse en el mayor fabricante de semiconductores del mundo, dominando alrededor del 50% del mercado global de fabricación de chips.

La empresa ha sido la primera en introducir nodos de proceso avanzados, como los de 5 nanómetros (nm) y 3 nm, que son esenciales para fabricar los chips más modernos del mercado. Y, por eso, empresas como Apple, AMD, Qualcomm y Nvidia dependen de ella para fabricar sus chips.

Así, juega un papel crucial en la cadena de suministro global de tecnología, en la medida que produce la mayoría de los chips utilizados en smartphones, computadoras, satélites y otros dispositivos electrónicos. El punto es que la dependencia global de esta megacompañía ha generado preocupaciones sobre la concentración de la capacidad de fabricación de semiconductores en Taiwán, especialmente en el contexto de las tensiones geopolíticas con China.

Por eso, para diversificar su capacidad de producción y reducir riesgos geopolíticos, se ha comenzado a expandir su presencia fuera de Taiwán. En 2020 anunció la construcción de una nueva planta de fabricación en Arizona, Estados Unidos, con una inversión inicial de casi 13.400 millones de dólares, a lo que se han sumado otros proyectos en países como Japón y ahora Alemania.

La crisis global de semiconductores, exacerbada por la pandemia del COVID-19, ha puesto de relieve la necesidad de diversificar la producción de chips. Por eso, frente a ese escenario, resulta válido preguntarse por qué Chile u otros países de Sudamérica no podrían seguir los pasos de Alemania y establecer alianzas estratégicas del mismo tipo, como una manera de acercar la avanzada tecnología a nuestra región.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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