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Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende ante la historia Opinión

Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende ante la historia

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Carlos Huneeus
Por : Carlos Huneeus Director del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC).
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Allende nunca se recuperó de su derrota en las elecciones de 1964. Lo atribuyó a una campaña del terror financiada por la CIA, responsabilizando a Frei de haberla tolerado. La consideró una victoria ilegítima y desarrolló una animosidad en su contra que le acompañaría hasta su muerte.


En una reciente entrevista en El Mercurio la ministra del Interior, Carolina Tohá (PPD), expuso sus orientaciones frente a la elección presidencial de 2025. En ella se identificó “con la experiencia de gobiernos populares desde el Frente Popular hasta la Unidad Popular, con la Concertación, con las presidencias progresistas que fueron Lagos y Bachelet, y con lo que hemos construido en esta etapa con el Presidente Boric”. Agregó que esas “experiencias son afortunadamente reconocidas después de que se estigmatizaron”. 

En su mirada sobre 86 años esquivó referirse a tres gobiernos con presidentes del PDC: Eduardo Frei Montalva (1964-1970), Patricio Aylwin (1990-1994) y Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000). Son 16 años que tienen un lugar importante en la historia del país, pero que la ministra no mencionó: la “Revolución en Libertad” que encabezó Frei Montalva, y los protagonistas del inicio de la transición a la democracia, Aylwin y Frei Ruiz-Tagle, cuyas administraciones no se puede obviar, sin perjuicio de las críticas que se les pueden formular. Desconoció así la historia completa de la Concertación, que incluye el hecho histórico del reencuentro entre democratacristianos y socialistas para derrotar a Pinochet y recuperar la democracia.

Su referencia a “experiencias estigmatizadas” seguramente aludía al Gobierno de la UP (1970-1973) del Presidente Salvador Allende (PS), junto al PC y partidos menores.

Si algo debiéramos haber aprendido de nuestra accidentada historia es que esta no se puede dividir entre “presidencias progresistas” y las demás que no lo son –y, de paso, separar a los partidos y la población entre “progresistas” y “no progresistas”–, de forma maniquea, sin matices, como si los primeros estuviesen llenos de virtudes y los otros fueran únicos responsables de los quiebres y todos los males del país.

A 60 años del triunfo de Frei Montalva y la derrota de Allende en la elección presidencial de 1964, corresponde observar la historia sin sectarismos que ciegan.

Nuestra historia es bastante más compleja; también lo es el presente. Las presidencias “progresistas” de Lagos y Bachelet existieron porque ambos mandatarios fueron elegidos como candidatos de la Concertación, integrada por el PDC, que tuvo ministros clave en las dos administraciones. En las presidencias “no progresistas” el PS y PPD también participaron a muy alto nivel en los gobiernos.

La historia del “progresismo” tiene sombras y luces, también la de los “no progresistas”. El PSP, formado por el quiebre del PS, apoyó en 1952 la elección de Presidente del general en retiro Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958) e integró el Gobierno con Clodomiro Almeyda, que fue ministro del Trabajo, y Carlos Altamirano, subsecretario de Hacienda. Ambos respaldaron al exdictador (1927-1931) y hombre fuerte de gobiernos (1925 y 1926) que exiliaron a numerosos chilenos.

La irrupción de Frei en las elecciones de 1957 y 1958

Frei era la principal figura política nacional desde 1957, cuando fue electo senador con la primera mayoría nacional. Esa campaña electoral le permitió prepararse para la campaña presidencial de 1958, en la cual obtuvo un sorprendente 20,5%, duplicando el resultado del PDC en las elecciones parlamentarias de 1957 (9,7%), y por sobre el 15,4% de Luis Bossay (PR), que lo situó como el principal candidato presidencial del centro político para 1964.

Su popularidad estaba en alza porque mostró poseer gran visión y liderazgo político, algo que Bismarck definía como “la capacidad de oír, antes que nadie, los cascos lejanos del caballo de la historia”, recordado por Michael Ignatieff, destacado intelectual y político canadiense en una columna en el New York Times Magazine, titulada Getting Iraq Wrong.

Frei y la DC, antes que Allende y la izquierda, resaltaron la necesidad de extender el sufragio a los campesinos, trabajadores rurales y sectores periféricos urbanos e integrar a las mujeres para llegar a La Moneda. Las mujeres habían recibido el derecho al voto en las elecciones municipales de 1934 y en las elecciones al Congreso de 1949, pero tenían una tasa de participación electoral más baja que los votantes varones.

Frei se sensibilizó con la situación del campo, que conoció desde niño. Entre los tres y los ocho años vivió en Lontué, una zona rural, en la que su padre, un inmigrante suizo, era contador de un fundo vitivinícola. Aprendió a leer y escribir en la escuela pública de Lontué. Sus primeros amigos fueron hijos de campesinos y trabajadores del campo, lo cual marcó su socialización política.

Se interesó tempranamente por los derechos de las mujeres, influido por su amistad con Gabriela Mistral, desde que la visitó en 1934, con ocasión de un viaje a Roma, a participar en un congreso de estudiantes católicos, que le permitió visitar otros países, España entre ellos. Ella era cónsul de Chile. El diálogo y la correspondencia entre la Premio Nobel de Literatura 1945 y el joven político muestra “cómo desde un primer momento los temas de las mujeres y la democracia son de vital importancia, junto a la ruralidad”. Fue la semilla que comenzó a germinar durante las campañas electorales de Frei.

La democratización fundamental de Chile

Bajo el liderazgo de Frei, la DC creció de manera espectacular en el contexto de la “democratización fundamental” de Chile; es decir, la extensión del sufragio y el perfeccionamiento del sistema electoral. La reforma electoral de 1958 introdujo la cédula única, que redujo drásticamente las oportunidades de soborno y fraude electoral, una práctica que era habitual por parte de candidatos de la derecha en municipios rurales.

La reforma electoral de 1962 hizo obligatoria la inscripción en los registros electorales, lo que gatilló una brusca expansión de los inscritos, duplicando la población electoral entre las elecciones presidenciales de 1958 y 1964. El padrón creció de 1.497.902 a 2.915.220 personas entre ambos años, un salto desde el 20,4% al 34,7% de la población. El aumento de la inscripción electoral entre las elecciones presidenciales de 1952 y de 1958 fue solo de 2,9% puntos porcentuales y entre las elecciones presidenciales de 1964 y 1970, de apenas 1,7 puntos porcentuales.

El profesor Eduardo Hamuy escribió que “la ampliación de la base electoral constituye el hecho político más trascendental que ha acaecido en Chile en estos últimos años”. Agregó que “para apreciar mejor la honda significación de este fenómeno hay que tener en cuenta que entre 1932 y 1946 la población electoral de Chile, en relación a la población potencial de los inscritos, apenas subió de 18% a 22%; y que, desde 1958 a 1964, estos porcentajes aumentaron de 42% a 71%”.

La expansión electoral de las mujeres fue espectacular. Si se toma la inscripción de 1958 en hombres y mujeres como 100, el respectivo porcentaje de aumento en 1964 fue de 160% en hombres y de 262,6% en mujeres. Estos inscritos eran alfabetizados. Frei completó la extensión del sufragio hasta tornarlo universal con la reforma constitucional de 1970, que posibilitó la inscripción de los analfabetos y rebajó la edad para votar de 21 a 18 años.

La tardía y rápida expansión de la ciudadanía fue un cambio de vastos alcances. Significó avanzar desde una democracia con participación limitada a una democracia con participación amplia, en el límite del sufragio universal. La elección presidencial de 1958 fue la última con participación limitada; la de 1964 fue la primera con participación amplia.

Además, impactó profundamente a los partidos establecidos, que debieron desarrollar capacidades organizativas y de liderazgo para movilizar a los nuevos votantes durante un periodo de intensa competencia política y electoral, con siete elecciones entre 1957 y 1965, una cada año, excepto en 1960 y 1962.

El PDC llegó a ser el principal partido en la juventud desde 1957 y todas las federaciones estudiantiles tuvieron presidentes democratacristianos, quienes participaron activamente en la campaña presidencial de 1964. Surgieron solo tres partidos modernos y de masas que estuvieron a la altura de los desafíos: el PDC, el PS y el PC.

Sin embargo, Allende y la izquierda no apreciaron las profundas repercusiones de estos cambios. Priorizaron la movilización de la clase obrera y los sindicatos, descuidando el voto campesino y de las mujeres. Esto último fue un grave error. En las elecciones presidenciales, Allende logró una considerable menor votación en las mujeres que entre los varones. En la elección de 1958, recibió -9,8 puntos porcentuales entre las mujeres, lo que fue mayor en la de 1964 (-12,9%) y se repitió en la de 1970 (-11.1%). Su derrota en 1964 no se explica sin la expansión del sufragio y el voto de las mujeres por Frei.

Liberales y conservadores no se modernizaron, padeciendo un prolongado declive como organización y del electorado desde la elección presidencial de 1946; alcanzó a los dos candidatos, 56,9%, cayendo al 31,2% en las de 1958. La decadencia de la derecha favoreció a Frei, que logró captar un electorado en el centro potencialmente disponible para la derecha.

Algunos datos sobre la “Revolución en Libertad”

La elección de Frei en 1964 se ha atribuido al “Naranjazo”, como se llamó al triunfo de Óscar Naranjo (PS), el candidato de la izquierda en una elección extraordinaria de diputados, en marzo de 1964, en una comuna rural con mayoría de derecha. Esta, temiendo el triunfo de Allende en la elección presidencial, abandonó la candidatura de Julio Durán (PR) y apoyó a Frei.

Ese respaldo no explica el triunfo de Frei, pues también influyó la votación de campesinos, juventud y mujeres, pero quizás sí aclara su magnitud: 55,6%, 17 puntos porcentuales sobre Allende (38,6%), quien en 1964 obtuvo mejor votación que en 1970 (36,2%).

El Gobierno de Frei impulsó cambios estructurales, entre los que destacan la reforma agraria y la sindicalización campesina, que provocaron el quiebre del poder de los terratenientes en el campo; la “promoción popular” creó instituciones que abrieron nuevos canales de participación al pueblo; y la “chilenización del cobre”, que permitió la participación del Estado en la gran minería cuprífera, sin la expropiación de las empresas extranjeras, para iniciar el fin del control de las compañías mineras estadounidenses dominantes.

Además, emprendió la modernización del campo y de otros ámbitos de la sociedad (educación, salud, vivienda), que habían sido descuidados durante mucho tiempo (Huneeus y Couso, 2016). Frei tuvo la voluntad política de impulsar una tardía modernización, aunque sin prever las enormes exigencias y la polarización política que esto implicaba.

Conviene recordar algunas cifras. Se expropiaron 1.329 predios, que abarcaban una superficie total de 3.408,688,3 hectáreas, y la CORA (Corporación de la Reforma Agraria) organizó 1.319 asentamientos en estos predios (Loveman, 1976: 258 y tabla 4).

La sindicalización campesina fue un avance tan radical como el anterior. De los 24 sindicatos que había en 1964 y agrupaban a 1.658 campesinos, aumentaron a 510 en 1970, con 114.112 campesinos integrados en estos, un “crecimiento fenomenal”, como indicaron Henry Landsberger y Tim McDaniel en Hipermovilización en Chile, 1970-1973.

Hubo “una real explosión de la afiliación sindical”, dijeron, agregando que más que se duplicó el número de sindicatos industriales (de 632 en 1964 a 1.440 en 1970), con un aumento significativo de afiliados, desde 142.958 en 1964 a 197.651 en 1970. También creció el número de sindicatos profesionales, de 1.207 en 1964 a 2.569 en 1970, lo que duplicó la afiliación, desde 125.929 en 1964 a 239.323 en 1970.

En consecuencia, al final del Gobierno de Frei el “pueblo” estaba integrado al sistema político con sufragio universal, participaba en sindicatos en el campo y en las ciudades y estaba integrado a miles de organizaciones de base creadas por la política de la promoción popular –juntas de vecinos, centros de mujeres, de jóvenes, deportistas y profesores (Gamboa y Mena, 2016)–. Estas políticas profundizaron la democracia y significaron un avance significativo en la modernización social y política de Chile, que fueron los objetivos de la “Revolución en Libertad”.

Las conversaciones entre Frei y Allende en octubre de 1970

Para explicar la victoria de Frei en la elección de 1964, hace ya sesenta años, se deben considerar, además, sus enormes capacidades políticas, con una visión más realista del futuro de Chile que Allende. Esto queda en evidencia en el relato que hizo en sus memorias el ministro de Relaciones Exteriores de Frei, Gabriel Valdés, anfitrión de la segunda reunión que tuvieron el Presidente en ejercicio y el Presidente electo, pocos días antes del cambio de Gobierno el 3 de noviembre de 1970.

Cuenta Valdés que, cuando Allende “manifestó no tener miedo al imperialismo norteamericano la respuesta de Frei fue sorprendente. Tomando un tono de mucha fuerza, le pronosticó que su Gobierno terminaría con una crisis inmanejable, que la izquierda no sería capaz de mantener una posición democrática, que la penetración cubana iba a hacer indefendible a su Gobierno y que tenía la convicción del fracaso que sobrevendría a la economía chilena en poco tiempo, pues el Estado carecía de capacidad para reemplazar a un sector privado fuertemente contrario a su Gobierno. Le dijo que creía que la violencia se iba a hacer presente de inmediato y que, sin mayoría en el Congreso, tendría un fracaso tras otro”.

Agrega el anfitrión: “Yo estaba sentado al lado de Allende, quien varias veces me dijo al oído: ‘Pobre Eduardo, está triste por haber dejado la Presidencia y porque yo estoy feliz de poder hacer finalmente la revolución que he soñado’”.

Escribe Valdés: “Yo no estaba en condiciones de apreciar la profunda percepción del futuro que Frei estaba manifestando, porque conocía a Allende de tantos años y no me parecía posible que fuese capaz de evitar el desastre que se nos estaba anunciando. Allende estaba feliz, por fin había llegado a la Presidencia”.

Después de la larga y tensa conversación, agrega que, al despedirse, “Allende se levantó, le dio la mano a Frei y echando para atrás la cabeza lo miró en los ojos y le dijo: ‘Vas a ver que voy a hacer lo que tú no pudiste hacer’”.

Y concluye Valdés: “Esa noche no dormí. Tomé estas notas y salí al jardín a caminar con tristeza. No creía que Frei tuviera tanta razón, como tampoco pensaba que Allende muriera envuelto en llamas en la casa de Gobierno”.

A manera de conclusión

Allende nunca se recuperó de su derrota en las elecciones de 1964. Lo atribuyó a una campaña del terror financiada por la CIA, responsabilizando a Frei de haberla tolerado. La consideró una victoria ilegítima y desarrolló una animosidad en su contra que le acompañaría hasta su muerte.

Mirando hacia atrás, es difícil entender por qué la izquierda, sus intelectuales y el propio Allende no tuvieron en cuenta que Estados Unidos intervendría de todas maneras en la elección presidencial de 1964 para impedir su victoria y que surgiera una “segunda Cuba”. Esos comicios se realizaron dos años después de la crisis de los misiles, que provocó la instalación de misiles nucleares en Cuba por la Unión Soviética, lo que puso al mundo al borde de una catástrofe final.

En síntesis, el accidentado camino recorrido hacia la modernización política, económica y social de Chile no empezó en 1970 con el Gobierno de Allende, sino que en 1964 con el Gobierno de Frei; tampoco llegó el “pueblo” a La Moneda en 1970, sino que una parte de este y minoritaria.

No se ha “estigmatizado” al Gobierno de la UP y a Allende, como planteó Carolina Tohá en El Mercurio. Frei tuvo una superior visión y un mejor liderazgo político que Allende, como se confirmaría durante el mandato de este último, interrumpido por el violento golpe de Estado de 1973. La visión sesgada de la ministra al desconocer a la DC resulta aún más errónea si se considera que aspira a ser la sucesora de Boric, para lo que indudablemente requeriría de, al menos, una parte de los votos del centro, además de los de la izquierda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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