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Cuando la extrema derecha copa los espacios que los Estados abandonan Opinión

Cuando la extrema derecha copa los espacios que los Estados abandonan

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Pierre Lebret
Por : Pierre Lebret Cientista político, experto en asuntos latinoamericanos, magister en cooperación y relaciones internacionales (Paris III), ex funcionario de la Agencia Chilena de Cooperación Internacional para el Desarrollo y ex consultor de la Cepal. Actualmente trabaja en una ONG para asuntos humanitarios.
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Hay que condenar a los partidos fascistas, no culpar a las personas que votan por ellos. Hay que reencantar a esas personas que han perdido confianza en lo público, para reinstaurar una cierta idea del progresismo y del humanismo.


En democracia, no todo da igual cuando se trata de líderes que ponen en juego los derechos de las mujeres y de las minorías. No todo da igual cuando esos líderes ponen en juego la justicia social, medioambiental y desestabilizan nuestras sociedades, cuestionando y destruyendo los progresos a golpe de decretos y violencia policial. No todo da igual, cuando la extrema derecha logra instalarse democráticamente y romper con ella desde dentro.

Debemos cuestionarnos el por qué, pero sobre todo actuar rápidamente para corregir y ocupar los espacios que corresponden a las fuerzas progresistas y humanistas. Hay deberes que no se deben evadir. En Francia, por ejemplo, sabemos las causas de por qué la extrema derecha logra avances electorales significativos. Marine Le Pen no obtuvo la mayoría necesaria para formar gobierno, pero nunca lograron un número de diputados tan alto. El presidente Macron, al haber dilatado la decisión de formar un nuevo gobierno con las fuerzas de izquierda que han ganado la elección, y ahora al descartar esa posibilidad, está favoreciendo a la líder de extrema derecha para la próxima presidencial.

París no es Caracas ni tampoco Buenos Aires, pero Macron ya instaló una crisis democrática e institucional duradera en el país galo, al rechazar la mayoría relativa del Nuevo Frente Popular.

Hay fuerzas políticas que legitiman los partidos fascistas. En el caso francés, el presidente y a su vez los partidos de derecha tradicional normalizan el diálogo con la extrema derecha, algo que hace 20 años no ocurría. En el último año, en España, hemos podido ver que la derecha tradicional no tuvo problemas para formar alianzas con VOX y ya no funciona el frente republicano para frenar la extrema derecha. La derecha, con tal de ganar, es capaz de las peores alianzas, que nos recuerdan la década de los 30.

En Italia y Hungría los artistas, las mujeres, pero también la comunidad LGTBIAQ+, nos alertan sobre el avance poco mediatizado de los retrocesos de sus derechos. La lucha contra la extrema derecha ya no pasa por el solo rechazo de las fuerzas democráticas, simplemente porque la frontera entre la derecha y la extrema derecha es cada vez más porosa.

La extrema derecha logra desdiabolizarse también porque los medios la normalizaron. Ahí debemos cuestionarnos sobre el rol de los medios y la normalización de partidos fascistas. Deben existir marcos claros para evitar la propagación de discursos de odio, racismo y discriminación. No es posible aceptar la intolerancia. Por eso tenemos un Estado de derecho.

En Francia, varios programas radiales y televisivos han propagado fuertemente la palabra racista y homofóbica, programas financiados por el multimillonario Vincent Bolloré, lo que provoca un efecto en la sociedad. Durante el año 2023, según el Ministerio del Interior de ese país, los actos racistas han aumentado en un 32%.

La extrema derecha ocupa el espacio cuando el Estado se retira. La planificación estatal y la importancia de ocupar los territorios urbanos y rurales con políticas públicas adaptadas a favor de la justicia social, la protección del medioambiente, el desarrollo económico y la seguridad, son esenciales. Los ciudadanos deben identificar la utilidad de un Estado fuerte. La extrema derecha gana porque se abandonó la propuesta social, porque nos acostumbramos al new public management, al ceder al capital, sectores esenciales para guardar nuestra cohesión social y garantizar los derechos de la ciudadanía.

Hay que condenar a los partidos fascistas, no culpar a las personas que votan por ellos. Hay que reencantar a esas personas que han perdido confianza en lo público, para reinstaurar una cierta idea del progresismo y del humanismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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