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A cinco años: algunas reflexiones sobre el estallido social Opinión

A cinco años: algunas reflexiones sobre el estallido social

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Guillermo Pickering
Por : Guillermo Pickering Abogado, exsubsecretario del Interior y de Obras Públicas.
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Las demandas sociales, como se desprende del reciente estudio sobre Desarrollo Humano 2024 del PNUD, no son algo artificial o transitorio. La gente hace tiempo que dejó de creer y de esperar que la acumulación de la riqueza rebalse prosperidad y meritocracia.


El próximo 18 de octubre de 2024 se cumplirán cinco años desde el “estallido social” que conmocionó y removió al país hasta sus cimientos.

Muchos son los análisis que se han hecho y se siguen haciendo sobre sus causas y efectos en el ámbito político, económico, social y cultural y no cabe duda de que, para bien o para mal, ha dejado y dejará una profunda huella en la historia de Chile y sobre todo en las vidas personales de quienes lo apoyaron, se opusieron o se aterraron esos aciagos días de octubre de 2019.

Cualquiera que sea la evaluación personal que hagamos sobre ese “estallido”, nadie sensato desconoce que fue una enorme y verdadera erupción de rabia contenida y protesta generalizada de la población contra la corrupción, la ineficacia y la crisis de legitimidad de nuestro sistema político y de las instituciones emergidas desde la transición a la democracia.

Es por ello que hay un antes y un después del 18 de octubre. La primera prueba de ello es que Chile ha dejado de ser un país predecible como lo entendíamos hasta esa fecha. Esta es una simple constatación, no una apología del “estallido” social.

Desconocer esta molestia social es un gran error, como desgraciadamente lo han estado haciendo muchos desde la política, las empresas y sus gremios, ciertas universidades, los medios de comunicación y también algunos que se sintieron cuestionados e interpelados injustamente.

El no hacerse cargo del malestar que hay en nuestra sociedad y la convicción refrendada cotidianamente de que en Chile la justicia no es igual para todos, puede conducir a la repetición de la protesta, sobre todo si, a pesar del tiempo transcurrido, la mayoría de los abusos que le dieron origen siguen ahí, cometiéndose contra los chilenos en forma impune, todos los días, en distintos ámbitos de su vida cotidiana.

Decir esto no es “octubrismo”, sino todo lo contrario, pues para evitar que se repita y se gane un lugar destacado dentro del mundo populista, hay que abordar y resolver lo que lo hizo posible. Mucho de ese populismo está radicalizado hoy contra el sistema, por el crecimiento de la delincuencia, y por eso es que en los últimos años vota por la extrema derecha, siendo Kast y los Republicanos hijos del octubrismo que tanto detestan.

Igual que ayer y a pesar del tiempo transcurrido, la gente esta en contra del nepotismo, contra el financiamiento ilegal de la política y contra la impunidad para los políticos, que rasgan vestiduras cual fariseos. Los chilenos están saturados  de los privilegios de unos pocos, del maltrato a las comunidades, así como de la ineficacia y falsedad de muchas de las iniciativas que se anuncian en el ámbito local con gran resonancia y luego quedan en el camino. Y, principalmente, la gente está desesperada con la inseguridad, derivada del enorme y sostenido aumento de la delincuencia

La deslegitimación del mundo político tradicional implica también el debilitamiento de los mecanismos de contención de las instituciones frente al populismo y a la irresponsabilidad. Errar la puntería, creyendo que una nueva Carta Fundamental, por sí sola, iba a terminar con los abusos, significó en cuatro años dos procesos fallidos para elaborar una nueva Constitución, produciéndose en la práctica una verdadera fatiga constitucional.

Chile ha cambiado también enormemente. Las ciudades han convivido, bien y mal, con los inmigrantes, que son muchos. El creciente respeto a la diversidad en todos los espacios es algo totalmente nuevo y positivo y los pasos que ha dado la equidad de género cambian profundamente nuestra cultura tradicional.

Con luces y sombras, Chile tiene ante sí y ante el futuro dos caminos posibles: generar, con amplio apoyo ciudadano y consenso, una nueva forma de convivencia o caer en el abismo del desencuentro permanente, en la decadencia, en la falta de legitimidad de autoridades e instituciones, en la violencia derivada de la impotencia y el mal vivir, en la inestabilidad como normalidad y en un largo ciclo de estancamiento y retroceso económico, social y político.

Es lo que se denomina un punto de inflexión.

¿Qué está pasando en Chile?

Aunque por momentos se nos olvida, o queremos olvidarlo, el fantasma del estallido social está allí al igual que sus causas. Eso es mucho más importante que el impotente debate constitucional. ¿O será que se ha encontrado una eficaz manera de distraer la atención pública sobre los abusos, que es lo más urgente para la vida cotidiana de los chilenos?

Además, se ha instalado un severo cuestionamiento a la esencia del modelo económico, a su capacidad para reducir la desigualdad, crear oportunidades para todos los chilenos y ser sostenible en términos ambientales.

Las demandas sociales, como se desprende del reciente estudio sobre Desarrollo Humano 2024 del PNUD, no son algo artificial o transitorio. La gente hace tiempo que dejó de creer y de esperar que la acumulación de la riqueza rebalse prosperidad y meritocracia.

Muchos han advertido de todo esto hasta la saciedad. Vivimos en varios países muy distintos y la ostentación de privilegios ha llegado a ser intolerable para millones de chilenos. Por eso es por lo que esta vez no podrá decirse que “no la vimos venir”.

La verdad, a pesar de que incomode, es que la paz social tiene otro precio. Si esto no se entiende por la codicia y dogmatismo de unos pocos, que poseen poder para obstruir, será verdad que el país está ante un severo peligro y, entonces, todos seremos responsables de esta farra increíble e imperecedera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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