La experiencia de los tres años de la Unidad Popular, la figura de Salvador Allende y su cercanía con el pueblo, se han instalado en la memoria colectiva y no podrá ser erradicada de la historia.
En este mes de septiembre se cumplen 54 años del triunfo electoral de Salvador Allende y 51 años de su infausto derrocamiento, pero su legado sigue presente. Largos años de lucha en favor del pueblo, un gobierno transformador y democrático, y su admirable acto final de consecuencia política y moral lo tienen como referente.
En momentos que en América Latina el neoliberalismo promueve desigualdades e injusticias y dictadores vergonzantes como Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua arrasan con la democracia, el nombre de Salvador Allende es luz que ilumina el camino de la izquierda.
El gobierno de la Unidad Popular impulsó transformaciones profundas, las que generaron esperanzas para una vida mejor del pueblo chileno.
Sin miedo a los Estados Unidos, la nacionalización del cobre permitió recuperar la riqueza que se llevaban las empresas norteamericanas; desafiando la poderosa oligarquía agraria, la reforma agraria hizo posible modernizar el campo y permitir que campesinos y mapuches pudieran cultivar las tierras que trabajaban; el control público de la banca y de las empresas monopólicas intentó terminar con la usura en el crédito y los precios injustos; la participación de los trabajadores hizo posible cierta democracia económica; las universidades abrieron sus puertas a los obreros; y, el arte y la cultura alcanzaron alturas reconocidas internacionalmente.
Esas transformaciones se enfrentaron a poderosos intereses; pero, eran indispensables, porque apuntaban a construir una sociedad con justicia social, en la que todas las familias pudiesen satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, asegurando a cada hombre, mujer, joven y niño los mismos derechos y oportunidades en la vida.
Las propuestas transformadoras del presidente Allende no clausuraron la democracia ni las libertades públicas; y, por el contrario, se ampliaron.
En efecto, mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas adoptar la lucha armada para enfrentar a los poderes dominantes, Allende, en cambio, insistía en transitar desde el capitalismo hacia el socialismo sin violencia, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas, el respeto a los poderes públicos y los derechos humanos.
En el Pleno Nacional del Partido Socialista, el 18 de marzo de 1972, el presidente Allende rechaza las posturas radicales y los conceptos leninistas sobre el Estado e insiste en la vía chilena al socialismo. Con firmeza señaló: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional de fundamento capitalista por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.”
A lo largo de los mil días de la Unidad Popular, junto a la democracia representativa, se desplegaron variadas formas de democracia directa y ampliación de las libertades, que potenciaron la participación de los ciudadanos en los asuntos del país.
En efecto, hubo una presencia masiva de periódicos, radios y canales de TV que, a diferencia de la uniformidad y sesgo de hoy día, daban cuenta de la pluralidad política; en la industria, los trabajadores multiplicaban sindicatos y hablaban de igual a igual con los patrones, participando en las decisiones de las empresas; en las universidades, los estudiantes conquistaron el derecho a opinar sobre el destino de sus vidas académicas; en el campo, los campesinos se organizaban para acceder a la propiedad y cultivo de las tierras; y, en las ciudades, mujeres y hombres se organizaban en los barrios y florecieron las juntas de vecinos y los cordones comunales.
Allende no quería un partido único, una prensa uniforme, ni un estado monolítico, como sucede lamentablemente hoy día con los regímenes dictatoriales de Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua.
La experiencia de los tres años de la Unidad Popular, la figura de Salvador Allende y su cercanía con el pueblo, se han instalado en la memoria colectiva y no podrá ser erradicada de la historia.
Lamentablemente, las transformaciones en favor de la igualdad, la libertad y justicia social terminaron abruptamente. Con el golpe militar se destruyó la democracia y se instaló un modelo económico de desigualdades, que afecta hasta ahora a los sectores populares y capas medias.
Sin embargo, la represión, el exilio y la economía para beneficio de una minoría no podrán borrar de la memoria del pueblo chileno que, durante los mil días de la Unidad Popular, los obreros, campesinos, jóvenes y desamparados pudieron expresarse en plenitud, hablar de igual a igual con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por décadas habían usufructuado del poder y la riqueza. Ese período de felicidad jamás será olvidado y se lo debemos a Salvador Allende.
Han pasado 51 años del derrocamiento de Allende, y todavía están vigentes sus propuestas de transformación y defensa de la democracia. El neoliberalismo ha generado insoportables injusticias y desigualdades y, aunque se resiste, tarde o temprano deberá terminar. Al mismo tiempo, ya llegará la hora final de los regímenes dictatoriales en América Latina que, en nombre de la izquierda, reprimen a sus pueblos. Contra neoliberales y dictadores, Allende es el referente.