Es de tal importancia tener una visión de supervivencia, que se hace necesario que las fuerzas rojo-verdes trabajen de manera conjunta, más allá de un superficial “greenwashing”, sino que emerjan bajo nuevos desafíos para una gobernabilidad climática compleja.
Hoy en día, la actitud negacionista hacia la crisis climática ha evolucionado de la burla a la preocupación, ya que los esfuerzos globales por reducir las emisiones de CO2 a la atmósfera para el 2050 son cada vez más ambiciosos, impulsados por políticas rigurosas e inversiones que buscan diversificar nuestras matrices energéticas, Estados que promueven metas de carbono neutralidad y fomento hacia una industria más sustentable, son desafíos propios del siglo XXI.
Estos esfuerzos, junto con la búsqueda de metas de descarbonización para garantizar la sostenibilidad y la soberanía climática, requieren de un pensamiento político, económico y social que permita un enfoque holístico en torno a la realidad del planeta en que vivimos, ser capaces de enfrentar el avance de una policrisis implacable, siendo este enfoque esencial para construir un nuevo paradigma socioecológico en Chile.
Las metas de adaptación a la transición ecológica y la costo-eficiencia en nuestra cadena de valor son clave para cumplir con tratados internacionales como el Acuerdo de París, la Ley Marco de Cambio Climático y el Acuerdo de Escazú. Además, lograr una soberanía alimentaria y energética justa es fundamental para enfrentar los desafíos que hoy en día demandan los asentamientos humanos sostenibles. Un incremento de 1,5 °C en la temperatura global podría desencadenar una sexta extinción masiva de las especies, provocando el colapso de la civilización tal como la conocemos.
Ante la inminente crisis planetaria, es necesario generar una conciencia climática para la obtención de acuerdos de paz a nivel geopolítico, los cuales promuevan una reivindicación hacia un política ecológica mundial ante la catarsis del capitalismo en plena era neoliberal, defendiendo los derechos de la naturaleza y de la humanidad ante el extractivismo y el crecimiento desmesurado por sobre las necesidades fundamentales de la vida.
El desafío radica en unir a todas las fuerzas ecologistas y democráticas, que serán cruciales para construir un camino hacia el ecosocialismo como corriente de pensamiento intelectual para el ordenamiento político, económico y social, por lo cual deberán alcanzarse los respectivos acuerdos de las mayorías para implementar las transformaciones necesarias con mayor probabilidad en preservar la subsistencia de las futuras generaciones.
Es de tal importancia tener una visión de supervivencia, que se hace necesario que las fuerzas rojo-verdes trabajen de manera conjunta, más allá de un superficial “greenwashing”, sino que emerjan bajo nuevos desafíos para una gobernabilidad climática compleja.
Más allá de marcas como la del Partido Ecologista Verde que, a pesar de su crecimiento en autoridades y preferencia electoral, no logró consolidarse después de dos intentos de legalización. Esto dio paso a nuevas fuerzas ecosocialistas, derivadas en pactos de izquierda, como los ecologistas populares, ecologistas animalistas y, por su lado, liberales verdes regionalistas que ahora disputan las próximas elecciones, pero cuya atomización, sin embargo, producirá una dispersión de la fuerza generada de aquel entonces con los ecologistas verdes, provocando una distorsión en los desafíos que trae la crisis climática.
Sin perjuicio de la dispersión de fuerzas ecológico-sociales, lo cierto está en la necesidad de construir un imaginario colectivo ecofuturista que impulse nuevos procesos culturales para la unificación del ecosocialismo en una aplicación práctica para el perfeccionamiento de las políticas de Estado y buen vivir de la ciudadanía.
Sin embargo el eco que produce la necesidad de adaptación climática va calando en diversas estructuras. Como ejemplo, es loable mencionar el avance significativo que se observó en el último congreso ordinario del Partido Socialista en octubre de 2023, donde el PS se declaró como un partido en vías del ecosocialismo, reconociendo la necesidad de hacerse cargo del impacto que está teniendo el cambio climático y la grave crisis hídrica a la que se viene enfrentando el país, lo cual es clave para impulsar, como punta de lanza, la Segunda Renovación del socialismo en Chile, ante una impajaritable catástrofe ecológica mundial.
No cabe duda de que la proliferación de fuerzas ecologistas de diversos espectros políticos subraya la urgencia de frenar el aprovechamiento indiscriminado de los recursos naturales y la contaminación ambiental, velando por la justicia ambiental y el derecho a la vida en lugares indiscriminados, como en los que viven miles de personas en las zonas de sacrificio de nuestro país, lo que afecta gravemente a las grandes ciudades, como Santiago, donde la calidad de vida de la población se ve comprometida por la calidad del aire y la megaindustria de infraestructura en todos sus aspectos.
El ecosocialismo no solo es una respuesta ante la crisis climática, sino también un llamado a la justicia socioambiental y a la transformación de un modelo económico insostenible, por tal motivo es clave mencionar la importancia de la interconexión entre la crisis ecológica y la desigualdad social, la cual exige un enfoque integral que priorice la protección de las personas más vulnerables y vele por el bienestar de la humanidad, proponiendo un camino hacia un futuro más justo y sostenible en un próximo nuevo diario vivir del futuro.