Quizás sea un camino más largo y tedioso, pero si algo nos enseñó la política en los últimos años es que nuestras ideas no le sirven a nadie más que a nosotros mismos, si es que no logran convertirse en políticas públicas.
La reforma previsional entró en fase decisiva e incierta. A pesar de que el protocolo de acuerdo alcanzado entre la ministra Jara y senadores de Chile Vamos logró el tan esquivo entendimiento con la oposición, ahora la tramitación de este proyecto debe enfrentar un obstáculo de marcada importancia: el convencimiento de los propios.
Si bien la distancia con nuestra propuesta inicial pudiera hacer entendible que exista cierto resquemor, evaluar lo conseguido desde esta perspectiva es un grave error. El análisis no puede perder de vista las condiciones en que se desenvuelve la acción política y se realizan nuestros principios.
De partida, la urgencia: entre 2007 y 2021 la mitad de los jubilados obtuvo una pensión autofinanciada menor a 65 mil pesos. En el caso de las mujeres, la mediana de la pensión de quienes se jubilan apenas supera los 50 mil pesos. Así no alcanza. La vejez no es un recurso ilimitado y es prioridad lograr que los actuales pensionados tengan un mejor pasar.
Sin embargo, no es lo único.
El auge de las AFP se da junto con la imposición de una visión neoliberal que por más de 40 años ha moldeado el sentido común con que nos desenvolvemos diariamente. Esa es la raíz del problema. Aunque sean de las instituciones más deslegitimadas a nivel ciudadano, esto no ha permeado de la misma forma la piedra angular sobre la que estructuran su negocio: la cotización individual como eje central del sistema de seguridad social está generalizada.
El gran triunfo de las AFP es precisamente naturalizar una visión del mundo que solo genera beneficio a una minoría.
Y aunque aún en condiciones institucionales y culturales profundamente arraigadas la hegemonía de una posición nunca es definitiva, modificar el sentido común de una época tampoco se logra de cualquier manera. No basta solo con impugnar lo existente. Al adversario le es cómoda la denuncia estéril y arrinconada a la izquierda que poco disputa la dirección y sentido en que queremos se construya la sociedad.
La hegemonía del ahorro individual no se va a desmontar solo desde lo comunicacional, lo que se requiere es conformar una mayoría que confíe progresivamente en un sistema de seguridad social solidario. El discurso político necesita convertirse en vida cotidiana para lograr disputar una visión de mundo reproducida durante décadas.
Para transitar de lo que existe a lo que queremos es fundamental presentar un proyecto de normalidad alternativa que muestre otro orden posible. Allí radica el mérito del acuerdo alcanzado: frente al ahorro individual como sustento ideológico del actual sistema de pensiones, incorporar un seguro social como realidad institucional permite contraponer la solidaridad como algo posible y mejor.
La nueva propuesta del Ejecutivo, que plantea que 3 puntos porcentuales de la cotización del empleador se destinen al seguro social, con un 1% de aporte permanente para mejorar las pensiones de las mujeres y un 2% como préstamo transitorio para garantizar una pensión digna a actuales y futuros jubilados, es lo que permitirá avanzar hacia un modelo que incorpore la solidaridad como eje estructural.
No es solo cambiar la distribución de recursos, es entender la seguridad social como un derecho colectivo al mismo tiempo en que mejoramos las pensiones actuales. Y sí, quizás sea un camino más largo y tedioso, pero si algo nos enseñó la política en los últimos años es que nuestras ideas no le sirven a nadie más que a nosotros mismos, si es que no logran convertirse en políticas públicas.