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Plebiscito sin ganadores: victoria pírrica de la derecha y permanencia de la demanda de cambios Opinión

Plebiscito sin ganadores: victoria pírrica de la derecha y permanencia de la demanda de cambios

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Simón Ramírez
Por : Simón Ramírez Secretario ejecutivo del Frente Amplio.
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La euforia de la revuelta nos cegó ante una de las premisas más básicas de nuestro propio pensamiento: las condiciones materiales de vida.


Chile quiere cambios y toda la evidencia lo ha mostrado de manera sistemática durante décadas. Sin embargo, el plebiscito del 04 de septiembre se perdió y la derecha lo celebra como una victoria. ¿Fue una victoria de la derecha lo ocurrido?

Quienes queremos empujar los cambios nos encontramos con un profundo problema: un estado de profunda inseguridad que determina la existencia de la mayoría de chilenos y chilenas. Se trata del espíritu de esta época.

Podemos decirlo de este modo: quizás la condición de vida más generalizada, la experiencia de vida que la gran mayoría de personas comparte en Chile, es la condición de una vida precaria. Y cuando digo precaria, no quiero decir “pobreza descalza”, como la que conoció Chile en los años 80, por ejemplo. Quiero decir una experiencia de vida que está marcada por la “falta”: falta de tiempo para estar con la familia, falta de ingresos suficientes para poder vivir con tranquilidad, falta de seguridad laboral, falta de pensiones dignas que permitan vivir sobre la pobreza, en definitiva, falta de futuro. 

Sin embargo, y a pesar de esa falta, en Chile se ha logrado vivir materialmente bien, quizás mejor que nunca. La forma en que esto ha sido posible es en base a una masificación inédita del crédito y el endeudamiento como forma de vida. Las personas comunes y corrientes en Chile, haciendo del bicicleteo un verdadero oficio, se han convertido en unas expertas administradoras financieras para lograr sostener su vida.

Se trata, como es evidente, de un equilibrio muy precario, costoso en lo personal y familiar, que ata a las personas al presente y fuerza a maximizar los esfuerzos para generar ingresos, pues un pedaleo mal hecho tiene consecuencias despiadadas: un retorno inmediato a la pobreza que las generaciones mayores conocieron en primera persona. No por nada se ha llamado a este régimen una “servidumbre por deudas”.

Plantear, como ha hecho parte de la izquierda, que el plebiscito solo se perdió por las fake news o solo porque, simplemente, las élites respondieron con virulencia cuando vieron sus intereses de clase en riesgo, no se sostiene. Ambas cosas ocurrieron, es verdad, pero lo fundamental no está allí, lo fundamental está en la sociedad.

La verdad y la mentira no existen en un reino aparte. La verdad y la mentira tienen condiciones materiales de existencia, y, en este caso, las fake news más efectivas lo fueron precisamente porque esas condiciones materiales –la inseguridad material y existencial– existían y fue la derecha la que logró movilizarlas antes que la izquierda, y la Convención, comprenderlas.

En Chile no hay aversión a los cambios. No estamos ante una sociedad conservadora. Sostener aquello va contra toda la evidencia que, desde el célebre informe del PNUD de 1998 conducido por Norbert Lechner hasta el actual informe que ha circulado las últimas semanas, ha indicado que en Chile hay un malestar constante y una demanda de cambios en aspectos fundamentales que organizan la vida social y material del país. Precisamente aspectos en los cuales la derecha insistentemente ha defendido el statu quo y bloqueado cualquier intento de cambio (resguardando con ello las tasas de ganancia de las grandes empresas que, sabemos, son sus parientes o compañeros de colegio).

Lo que hay en Chile, entonces, es inseguridad y una sociedad entera que sostiene su economía familiar y su bienestar material, alcanzado legítimamente y tras una vida de esfuerzo individual, en un equilibrio extremadamente precario e inestable. Equilibro que además las personas, con todo, saben administrar y, ante la carencia de lo público, tampoco conocen otros modos alternativos de administración de la vida. O sea, hay una desconfianza razonablemente fundada.

Chile quiere cambios, no saltos al vacío; cambios concretos hoy, no meros horizontes. Se trata, en definitiva, de construir puentes, no invitar a saltar por sobre el abismo. Y todo esto es totalmente razonable, no haberlo comprendido fue el principal error desde la izquierda.

Siendo así, la victoria que hoy la derecha se arroga es una victoria pírrica, una victoria sostenida en explotar esta inseguridad e incertidumbre radical en la que se desenvuelve la vida en Chile y que es propia del orden social defendido por esta misma derecha, pero del cual la sociedad chilena está cansada y, como ha mostrado Kathya Araujo, no solo cansada, sino que también desencantada, irritada y desapegada.

El modelo social carece de legitimidad. Celebrar la victoria, entonces, festinar haber logrado frenar los cambios, es sencillamente irresponsable con el país y no es más que el viejo ejercicio de meter los problemas reales bajo la alfombra y echar a andar la cuenta regresiva para que la conflictividad social vuelva a aparecer. No sorprende, en todo caso. A esa derecha no le preocupa Chile, le preocupan sus negocios.

Desde la izquierda, como decía, no se entendió el cuadro completo. La euforia de la revuelta nos cegó ante una de las premisas más básicas de nuestro propio pensamiento: las condiciones materiales de vida. Vimos el lado de la demanda de cambios y no consideramos el efecto político de la condición de inseguridad generalizada y materialmente fundada. Con ello, se construyó un programa del Chile que queremos, pero perdimos, para esa elección, a la sociedad. Y no hay transformación posible sin la sociedad.

Pero, a diferencia de la derecha, que lo que obtuvo fue esta victoria pírrica (Pirro dijo, tras vencer a los romanos en la batalla de Ásculo, que si tenía otra victoria como esa estaría perdido), la izquierda, a un alto costo sin duda, obtiene un aprendizaje fundamental, que permite construir futuro y un mejor Chile: no hay una mera traducción mecánica desde la demanda de cambios al apoyo a un proceso de cambios, si es que este no ofrece certezas.

El país quiere cambios y quiere acabar con las estructuras fundamentales del neoliberalismo, pero no lo quiere a costa de poner en riesgo lo alcanzado hasta ahora y exige certidumbres. La construcción de un pacto social alternativo requiere de la construcción de confianzas, tiene que ser paso a paso. 

Esto no implica apuntar el catalejo hacia otro horizonte. Implica más que nada bajar la cadencia, pero principalmente desarrollar un proceso de desmonte de esas estructuras del neoliberalismo que implique un reemplazo inmediato por formas de organización de la vida que son prefigurativas de ese horizonte, pero que permiten inmediatamente vivir mejor hoy. No riesgos, sino certezas.

Reformas como las impulsadas en este Gobierno en materia de pensiones, educación, salud y trabajo pueden adquirir ese rol si se llega adecuadamente a puerto. Todas ellas permiten iniciar un proceso de cambio basado en el desmonte gradual del modelo actual y la incorporación inmediata de componentes basados en lo público y la solidaridad que permiten vivir mejor hoy. La aceleración del proceso de cambios es posible solo a condición de contar con el apoyo de las mayorías sociales. 

Ahí está la batalla central de nuestra época: la batalla por la sociedad. Y sobre ella, la izquierda debe asumir el lugar desde donde parte, pues 40 años de neoliberalismo no han sido en vano y lo que han mostrado las experiencias internacionales de cambio es que el neoliberalismo no se logra borrar de un plumazo. Cuando se ha intentado, de hecho, ha salido fortalecido. Para derrotarlo, se requiere a la sociedad y a esa tarea debe abocarse la izquierda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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