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La segunda renovación socialista: ¿un concepto prematuro? Opinión

La segunda renovación socialista: ¿un concepto prematuro?

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Francisco Flores R.
Por : Francisco Flores R. Magister en psicología, mención Psicoanálisis y Diplomado en Filosofía y Psicoanálisis (Buenos Aires ). Director ONG Mente Sana. Actualmente soy el encargado nacional de la Secretaría de Estudio y Programa del Partido Socialista.
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La desconexión entre las ideas progresistas y el mundo popular no es un fenómeno reciente. Existe abundante literatura que ha señalado cómo ciertas vanguardias intelectuales, gestadas en los ámbitos académicos, han derivado hacia clivajes como las políticas de identidad.


Hablar de una “segunda renovación socialista” puede parecer un ejercicio de anticipación innecesaria, si no precipitada. O ser percibida como una estrategia discursiva. La historia no respira al ritmo de la novedad. Las renovaciones genuinas no se decretan. Emergen silenciosamente cuando las condiciones internas y externas convergen. Antes de proclamar una renovación, es crucial que las ideas maduren y se arraiguen en el contexto político y social. Las transformaciones reales no ocurren por decreto, sino cuando las condiciones históricas y las ideas confluyen de manera orgánica. Declararla prematuramente corre el riesgo de vaciarla de contenido, reduciéndola a un gesto retórico.

En una reciente columna, Carlos Ominami, junto a otros como Javiera Arce, ha subrayado la necesidad de reconectar con las vanguardias intelectuales e incorporar temas emergentes –como la crisis climática, la inteligencia artificial y el teletrabajo– en la agenda socialista, lo que constituiría avanzar a una necesaria “segunda renovación socialista”.

Sin embargo, es crucial cuestionar si este enfoque privilegiado no corre el riesgo de alejar aún más al socialismo del mundo popular, al que aspira, preferentemente, a representar. El verdadero desafío no es solo integrar nuevos temas, sino crear una narrativa que restablezca el lazo roto con los sectores populares. Estos son vistos hoy como una subjetividad desconocida y, por ello, permanentemente auscultada a través de encuestas y estudios.

La desconexión entre las ideas progresistas y el mundo popular no es un fenómeno reciente. Existe abundante literatura que ha señalado cómo ciertas vanguardias intelectuales, gestadas en los ámbitos académicos, han derivado hacia clivajes como las políticas de identidad. Aunque estas resuenan en sectores ilustrados, han tenido una recepción limitada entre los sectores populares.

El riesgo es que el esfuerzo por alinearse con estas “vanguardias” contemporáneas profundice aún más esta brecha, en lugar de cerrarla. Esto aleja al socialismo de las preocupaciones cotidianas de la subjetividad popular, que a menudo busca ser reivindicada, más que educada.

Por otro lado, no debemos olvidar que la “renovación socialista” de los años 80 no fue una innovación radical, sino una recuperación de principios históricos de la tradición socialista chilena, y no de la socialdemocracia europea, como a menudo se señala. La relación indisoluble entre socialismo y democracia, expuesta en la fundamentación teórica del programa socialista de 1947 redactado por Eugenio González, fue precisamente lo que se recuperó en ese proceso. Este vínculo se reafirmó como un principio central del socialismo chileno.

El mérito de aquella renovación fue restablecer de manera clara esta visión socialista democrática, y asumir que, para lograr transformaciones sociales genuinas, se necesitaban grandes mayorías, no solo minorías ilustradas.

Enfrentar los desafíos actuales –como la inteligencia artificial, el teletrabajo y las nuevas subjetividades que estos fenómenos generan– requiere más que simplemente incorporar estos temas a la agenda. Es fundamental abordarlos desde una perspectiva crítica que evite reproducir las mismas lógicas del sistema que se busca transformar.

El neoliberalismo ha mostrado una notable capacidad para absorber las críticas y convertirlas en mecanismos que refuerzan su hegemonía. Žižek advierte que, en muchos casos, incluso las críticas más feroces pueden terminar reafirmando las estructuras del sistema. Desde una perspectiva psicoanalítica, esto puede interpretarse como una “captura del deseo”, en la que las aspiraciones de cambio son cooptadas por el mismo sistema que buscan combatir. Cualquier proyecto transformador debe ser consciente de este riesgo si realmente aspira a ofrecer una alternativa genuina.

Una renovación socialista auténtica debería proporcionar respuestas no solo sobre cómo superar el neoliberalismo, sino también sobre cómo redefinir nuestra relación con el capitalismo. Para lograrlo, es esencial no perder de vista el valioso legado de ideas y luchas históricas que todavía pueden iluminar el presente.  La superación del capitalismo es hoy día un “significante vacío”, una escena irrepresentable. Sin embargo, no por ello debe interpretarse como una renuncia insuperable. Es precisamente esta indeterminación la que abre la puerta a nuevas significaciones, a prácticas aún por descubrir.

Para que este proceso sea fructífero, es esencial no renunciar a la posibilidad de cambio social ni a la capacidad de representar auténticamente a los sectores populares. La incertidumbre es la condición de lo político. Un principio central de la izquierda ha sido siempre considerar la realidad histórica del capitalismo como contingente, es decir, sujeta a transformaciones.

No hay garantías de que este sistema será superado, pero esa misma incertidumbre es la que impulsa a aspirar a un futuro diferente. La política, en este sentido, debe ser una respuesta activa a la lógica impersonal y tecnocrática que el neoliberalismo moderno impone, especialmente a través de la técnica y la automatización.

Si el socialismo aspira a una verdadera renovación, debe mirar tanto al pasado como al futuro, no como un juego de nostalgia, sino como una praxis de transformación continua. A pesar de la incertidumbre, lo que lo debe impulsar es la convicción de que la realidad actual no es inevitable ni definitiva. Como sugiere Hegel, el verdadero desafío es “reconocer la rosa en la cruz del presente”: encontrar las semillas de cambio incluso en medio de las contradicciones del sistema actual. Es en esa capacidad de interpretar y enfrentar las crisis donde reside el verdadero potencial transformador –y renovador– del socialismo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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