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Africa y China en la era de Xi Jinping Opinión

Africa y China en la era de Xi Jinping

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Patricio Torres Luque
Por : Patricio Torres Luque Académico investigador en la Facultad de Administración en UNIACC.
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El reto para África es aprovechar esta oportunidad sin caer en una trampa de dependencia, preservando su soberanía económica y política en un mundo cada vez más interconectado.


En 1955, durante la histórica Conferencia de Bandung, China se presentó ante el “Sur Global” como un líder emergente dispuesto a forjar un camino alternativo al colonialismo y las influencias occidentales. La República Popular China, creada en 1949, acababa de consolidarse como un actor clave entre los países en desarrollo y, junto con líderes de Asia y África, abogaba por un nuevo orden mundial, fundado en la cooperación, el respeto mutuo y la autodeterminación.

En ese entonces, pocos países africanos habían alcanzado la independencia. China, bajo el liderazgo de Mao Zedong, ofrecía un modelo a seguir: una nación que, después de años de lucha, había logrado librarse del yugo imperialista y estaba dispuesta a apoyar a sus compañeros en la búsqueda de soberanía. El mensaje de China era claro: había una alternativa al dominio occidental, una ruta que promovía la solidaridad entre los países emergentes.

Avancemos casi siete décadas. El contexto geopolítico ha cambiado drásticamente, pero China sigue manteniendo su narrativa de aliado de los países en desarrollo, aunque el enfoque ha evolucionado. Bajo la presidencia de Xi Jinping, China se ha convertido en un gigante económico global, y África es uno de sus principales socios estratégicos. Hace unos días, Xi prometió más de US$50.000 millones para financiar proyectos de infraestructura, agricultura, comercio e inversión en el continente africano. Este paquete incluye créditos, asistencia directa y la promoción de inversiones por parte de empresas chinas, con la ambición de crear al menos un millón de empleos en África en los próximos tres años.

Si bien estas promesas son indudablemente atractivas para muchos países africanos que buscan desarrollo, surge la pregunta: ¿se mantiene el espíritu de Bandung o estamos viendo una nueva forma de dependencia? Las inversiones masivas chinas en África, como parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, han sido esenciales para el crecimiento de infraestructuras críticas en la región. Sin embargo, también han generado tensiones sobre el endeudamiento.

El caso del puerto de Hambantota en Sri Lanka es emblemático. Incapaz de pagar su deuda, Sri Lanka cedió el control del puerto a una empresa estatal china por 99 años. Este ejemplo alimenta las preocupaciones de que algunos países africanos puedan enfrentar un destino similar: recibir beneficios inmediatos a costa de una pérdida de control a largo plazo, sobre activos estratégicos. La promesa de desarrollo podría convertirse en una carga de deuda impagable, generando una dependencia asimétrica en lugar de una cooperación genuina.

No hay duda de que China ve a África como un socio clave para su estrategia global, pero este “nuevo Bandung” bajo el liderazgo de Xi es más complejo. A diferencia de 1955, cuando China se posicionaba como un igual entre las naciones del Sur Global, hoy es una superpotencia que redefine sus relaciones con África desde una posición de poder económico. La pregunta central que deben hacerse los países africanos es cómo equilibrar las oportunidades de desarrollo con los riesgos de dependencia. China sigue ofreciendo un camino, pero ya no es el mismo que en Bandung. La cooperación actual está marcada por una inversión masiva en infraestructura, pero también por una mayor influencia económica. La relación con África, aunque beneficiosa en muchos aspectos, debe ser analizada con cautela. En este nuevo capítulo de la relación China-África, el desafío es asegurar que la cooperación sea mutuamente beneficiosa, evitando los peligros de una nueva forma de colonialismo económico.

Como en Bandung, China sigue siendo una potencia clave para el Sur Global. Pero en la era de Xi Jinping, la solidaridad se mide tanto en créditos como en principios. El reto para África es aprovechar esta oportunidad sin caer en una trampa de dependencia, preservando su soberanía económica y política en un mundo cada vez más interconectado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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