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Hace 51 años Opinión

Hace 51 años

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Agustín Muñoz
Por : Agustín Muñoz Ex director Regional de la OIT para Las Américas.
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Es importante recordar, mantener la memoria viva para que las generaciones que no vivieron esas experiencias estén al corriente de ese pasado, que, aunque obscuro, pertenece a nuestra historia.


El tiempo pasa a ritmos diversos de acuerdo a las vivencias de cada individuo, pero la memoria conserva de manera intacta aquellos sucesos que marcaron y que convulsionaron profundamente la vida de las personas.

Creo que ha sido el caso de quienes fuimos de alguna manera protagonistas principales o secundarios de esa singular experiencia de cambio social con democracia y participación ciudadana, que condujo durante mil y un días el Presidente Salvador Allende y que culmina con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Aunque hayan pasado 51 años en nuestra memoria aún están nítidos los acontecimientos de esa fecha y las crueldades, asesinatos, desapariciones, torturas, exilios y violaciones a los derechos de las personas y de la dignidad humana que, con más o menos intensidad, se prolongaron durante poco más de 16 años hasta el retorno a la democracia. 

Igualmente están presentes los cambios que la dictadura militar apoyada por civiles y por los Estados Unidos produjo en la sociedad chilena, imponiendo un Estado totalitario, antidemocrático e individualista; antítesis de una antigua tradición republicana, solidaria y tolerante. 

Perduran aún las imágenes de los prisioneros de La Moneda tirados boca abajo y maltratados por soldados cuyo uniforme evoca la vestimenta de las tropas nazis.

O la terrorífica imagen del dictador Pinochet con sus lentes negros y su cara patibularia inmortalizada por el fotógrafo de la agencia Gramma, el holandés Chas Gerretsen, luego del tedeum efectuado el 19 de setiembre de 1973 en honor a las Glorias del Ejército en la Iglesia de la Gratitud Nacional; como si la felonía y la traición fuesen una gloria.

Tedeum al que asistieron, sin vergüenza alguna, el expresidente Gabriel González Videla, quien dejó  para la posteridad su figura de bailador de conga, de perseguidor de secretarias por los pasillos de La Moneda y su traición a sus aliados comunistas; el también expresidente conservador en lo político y menos en su vida personal Jorge Alessandri; y el más presentable de todos aunque también vasallo del golpismo, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva, cuya familia donó ostentosamente joyas para “reconstruir el país” y que hasta hoy nadie se ha preguntado en qué dedos y gargantas de exmilitares se encuentran.

Presente en la memoria está también el exilio que muchos sufrimos, el desarraigo y la voluntad por insertarse en las diferentes sociedades y por continuar la lucha por la democracia. Lucha que le costó la vida al general Prat, al exministro de Salvador Allende Orlando Letelier, junto a los intentos de asesinato de Bernardo Leighton, su esposa y de Carlos Altamirano, entre muchos otros atentados en el marco de la Operación Cóndor, organización terrorista que contó con la complicidad y el beneplácito de las dictaduras latinoamericanas y de la CIA.

Muchos exiliados fuimos objeto de persecución por denunciar las atrocidades del régimen y por propiciar la democracia. En Argentina se nos persiguió, torturó y encarceló junto a nuestras esposas, dejando a nuestros hijos pequeños solos y desvalidos, peligrando ser raptados por familias de militares.

Hasta el último suspiro de agonía de la dictadura se nos prohibió el ingreso al territorio nacional. Se nos negó el derecho a pasaportes y, cuando fue posible obtenerlos, esos documentos fueron marcados con una letra “L “que indicaba que estábamos en las listas de los aborrecidos. 

Una vez recuperada la democracia y aunque la alegría no haya sido del todo como se esperaba, los chilenos pudieron tomar conciencia de lo que fueron esos años de terror, de miedo, de intolerancia.

Los medios de comunicación jugaron un rol fundamental en ello, al igual que las diversas comisiones por establecer la verdad, la reconciliación, como el Informe Rettig, publicado en 1991. Los posteriores mea culpa de muchos conspicuos civiles que siempre dijeron que no sabían nada, que ignoraban las atrocidades o que se excusaban diciendo “algo habrán hecho” o “es necesario extirpar los males para restablecer la convivencia”, mostraron el servilismo, la condescendencia y la bajeza moral de esos personajes, algunos de los cuales ocuparon altas funciones en el periodo democrático.

Es importante recordar, mantener la memoria viva para que las generaciones que no vivieron esas experiencias estén al corriente de ese pasado, que, aunque obscuro, pertenece a nuestra historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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