El documento señala, en su primer párrafo, que “en esta era digital, la inteligencia artificial ha aumentado las oportunidades, pero también los desafíos. El más mínimo error puede borrarnos de la faz de la Tierra”.
En medio de estos días llenos de memoria, parece válido preguntarse cómo se están “abriendo las grandes alamedas” para acoger los temas del futuro que cruzarán nuestras sociedades. El martes 10 de septiembre, 230 personalidades de todo el mundo (de Estados Unidos, China, Europa, América Latina, África y Medio Oriente) entregaron al presidente de la Asamblea General de ONU una carta clave, pidiendo avanzar hacia una Convención Internacional sobre Inteligencia Artificial General, un documento cada vez más necesario, como fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Hay varias voces chilenas entre quienes presentaron ese texto, como Sergio Bitar, José Miguel Insulza, Francisco Chahuán, Dorotea López, Paula Solar y Héctor Casanueva, quien es parte del directorio de planificación del proyecto Millennium, uno de los impulsores de este planteamiento. El tema, que aún parece de expertos, es cada vez más político y global.
En la carta a Philémon Yang, a la cabeza de esa asamblea de todos los países de la ONU, se le reconoce que han existido avances y preocupaciones ante todo lo que es y podrá ser la inteligencia artificial (IA). Se han dado encuentros internacionales y pronunciamientos de personalidades como el propio Papa Francisco, todos ellos apuntando en la misma dirección: seguridad, gobernanza y coherencia con los derechos humanos.
Y dan como ejemplos recientes la sesión especial del Consejo de Seguridad de la ONU, las audiencias en el Senado de los Estados Unidos, las tres cumbres sobre la seguridad de la IA (Londres, Seúl y Seattle), un Informe Científico Internacional sobre la Seguridad de la IA Avanzada que se presentará en la próxima cumbre en Francia en 2025, así como las sesiones dedicadas en la Unesco, la OCDE, la Cepal y las regulaciones de la Unión Europea, China y los desarrollos legislativos en curso en diferentes estados miembros.
Chile se ha colocado a la cabeza en la región para ver todos los alcances que trae la IA a nuestras sociedades, especialmente en el resguardo de la democracia, el desarrollo económico y las nuevas formas de gestión en el conocimiento.
El documento señala, en su primer párrafo, que “en esta era digital, la inteligencia artificial ha aumentado las oportunidades, pero también los desafíos. El más mínimo error puede borrarnos de la faz de la Tierra”. Los que hacen tal afirmación se describen a sí mismos como una comunidad global de previsión y estrategia “integrada por cientos de científicos, académicos, intelectuales, artistas, empresarios, diplomáticos y parlamentarios” que, por sus actividades, están en permanentemente contacto con los encargados de la toma de decisiones de los sectores público y privado, y de la sociedad civil. Cuando algunos señalan que sus afirmaciones pueden resultar demasiado alarmistas, cabe recordar como en 1972 –en la Conferencia por el Cambio Climático en Estocolmo– también hubo incredulidad, y miren lo que pasó.
¿Dónde está la esencia de la preocupación de estas 230 voces de todo el mundo? En que, más allá de los avances señalados, lo que se requiere es una Convención Internacional sobre Inteligencia Artificial con dos secciones: una sobre la IA Estrecha (o limitada), hoy vigente, y otra sobre la IA General, avanzando sin control.
Ahora es urgente nombrar un Grupo de Trabajo dispuesto a redactar un texto de esa convención, que podría conducir a la creación de una agencia especializada para la gobernanza y el desarrollo seguro de la inteligencia artificial en todas sus formas. Quienes están en el centro del tema aseguran que esto es igual a cuando el mundo de la mitad del siglo pasado decidió que era necesario tener una Declaración Universal de los Derechos Humanos. El cambio que viene es profundo y total.
Ya se acerca la Cumbre del Futuro en Naciones Unidas. Y, la verdad, no hay mucho optimismo de lo que salga de tal encuentro y lo que diga el denominado “Pacto para el Futuro”. En cierta forma, se reagruparán diversos conceptos ya instalados sobre el mundo que viene y la urgencia de avanzar hacia una nueva era de paz y seguridad para la humanidad, un compromiso ético y político de los Estados miembros con un futuro social, económico y ambientalmente sostenible.
Los escenarios inmediatos de polarización y guerras no parecen crear condiciones para eso, pero hay que pensar más allá, porque los tiempos futuros serán oscuros si no se abordan oportunamente los riesgos y amenazas existenciales con inteligencias artificiales generales y superinteligencias fuera de control.
Y esto porque, cuando se habla de IA General, hay bastantes cosas preocupantes bajo ese título algo anodino. En una minuta que se envió a mediados del año pasado a los senadores norteamericanos se les explicó, en pocos pasos, cuál era el itinerario de la peligrosidad si no se actúa ahora. Allí se señaló: “Los expertos de todo el mundo advierten que la IA futura sin regulación probablemente sea un desastre. Hay tres tipos de IA: estrecha, general y superinteligencia. La Inteligencia Artificial Estrecha (ANI), que incluye la IA generativa (o GenAI), es una herramienta estrecha y preentrenada que existe hoy en día y que seguirá mejorando en los próximos años. La Inteligencia Artificial General (AGI) aún no existe, pero se espera que actúe más como un agente que como una simple herramienta y pueda reescribir su propio código, crear soluciones novedosas para problemas novedosos similares a los humanos (a veces llamada IA de nivel humano) y pueda aprender momento a momento para volverse continuamente más inteligente. La AGI podría surgir en esta década. La Super Inteligencia Artificial (ASI), a veces llamada Superinteligencia Artificial, surge de la AGI para establecer sus propios objetivos independientemente del control humano”.
Uno de los aspectos que cabe considerar es la amplitud de países y diversidades geográficas que respaldan el consenso de esa carta, más allá de las polarizaciones contemporáneas. La carta de las 230 personalidades del mundo que la suscriben es solo eso: una carta, pero con la fuerza de la advertencia, de la rigurosidad en promover un camino, y el valor de ser entregada en el momento justo en que la reflexión sobre el futuro reclama profundidad y resguardo de la humanidad como referente principal.
Lo dicho por el Papa Francisco a comienzos de año lo refleja bien: “Es necesario ser conscientes de las rápidas transformaciones que están ocurriendo y gestionarlas de modo que se puedan salvaguardar los derechos humanos fundamentales, respetando las instituciones y las leyes que promueven el desarrollo humano integral. La inteligencia artificial debería estar al servicio de un mejor potencial humano y de nuestras más altas aspiraciones, no en competencia con ellos”. Un discurso que no está lejos de la política que a nivel nacional e internacional impulsa Chile frente a esta innovación civilizatoria.