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Un país en cámara lenta Opinión www.pucv.cl

Un país en cámara lenta

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Agustín Squella
Por : Agustín Squella Filósofo, abogado y Premio Nacional de Ciencias Sociales. Ex miembro de la Convención Constituyente.
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Un país lento en materias institucionales, eso hemos sido, tanto como nos pasaba con el fútbol antes de la era de Bielsa: mucho pase para el lado, cortito, también hacia atrás, buscando a cada rato las manos de nuestro propio arquero, y hasta pidiendo la suspensión del partido.


Desde hace pocos días, y con el respaldo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, de la editorial de esa casa de estudios y del Foro de Altos Estudios Sociales Valparaíso, circula ya el libro La esperanza frustrada. Maximalismos doctrinarios versus consenso constitucional democrático en Chile. 2019-2024, de los autores Crisóstomo Pizarro y Esteban Vergara.

Para presentar la obra en Valparaíso coincidieron tres exrectores –uno de la Católica porteña y dos de la Universidad de Valparaíso– y el público asistente entendió muy bien que esta obra no trata solo de cosas del pasado reciente de nuestro país. Importan también en el presente y no pierden relevancia para el futuro.

Después de nuestros  dos procesos constituyentes (incluyendo el “tercero”, que concluyó con el informe de una Comisión Experta que aprobó su propuesta por unanimidad), el país quedó ahora en pausa constitucional, un estado de pausa que puede comprenderse perfectamente, a condición, claro está, de que no nos tomemos demasiado tiempo para intentar reemplazar la Constitución de 1980 o, cuando menos, para ensayar reformas importantes al actual texto constitucional. Nuevas reformas, y no a cuentagotas como hemos hecho de 1989 en adelante.

La verdad sea dicha, a nuestro país, en particular a sus elites políticas y económicas, nos encanta vivir en pausa. En este preciso momento estamos ya viviendo tres de ellas: en materia tributaria, de salud, y ni que decir de cooperación social y previsión. La cosa no se mueve, o no lo suficiente al menos, y la excusa para nuestras habituales pausas es que debemos hacerlo todo gradualmente, aunque el problema es que muchas veces no se hacen.

Nadie desconoce y menos rechaza la gradualidad de los avances que se hacen en democracia –un paso a la vez–, si bien es frecuente que lo que hagamos sea quedarnos marcando el paso. “Un paso a la vez”, de acuerdo, sobre todo cuando vamos subiendo una escala, pero lo que nos ocurre a menudo es que nos quedamos largo tiempo pegados en un mismo escalón, sin decidirnos a subir al siguiente. Las cosas en la medida de lo posible, conforme, pero ¿quién fija esa medida?

Además de gobiernos de administración (los hemos tenido) y reformistas (también los hemos tenido), hay y hubo también gobiernos transformadores, estos últimos perfectamente compatibles con la democracia y sus reglas. Incompatibles con ella son solo las revoluciones, golpes de Estado y gobiernos revolucionarios. Por lo mismo, declararse hoy “reformistas”, como todo lo más a que se puede aspirar en democracia, es cortarse las alas y permanecer en la tibia complacencia de quienes, sin reconocerlo, son ya parte del giro conservador que está teniendo el país.

Señal de ese giro es hoy que cualquier propuesta de reformas es denunciada como “refundacional”, lo cual quiere decir que llegamos a asustarnos no solo de las transformaciones, sino de las propias reformas.

Un país lento en materias institucionales, eso hemos sido, tanto como nos pasaba con el fútbol antes de la era de Bielsa: mucho pase para el lado, cortito, también hacia atrás, buscando a cada rato las manos de nuestro propio arquero, y hasta pidiendo la suspensión del partido.

Nuestros dos (o “tres”) procesos constitucionales fracasaron en su objetivo, mas no en su cometido. El cometido fue estudiar y proponer dentro de ciertos plazos una nueva Constitución para el país, mientras que el objetivo fue conseguir que la ciudadanía aprobara alguna de las propuestas. Mal nos fue, como es claro, pero tiene importancia el que, cumplido el cometido, los materiales de cada uno de los procesos, además de ser públicos, hayan sido ahora ordenados, sistematizados y presentados en el libro del que damos cuenta.

El libro está también precedido por un marco teórico a cargo de sus autores, de manera que –siendo eso muy positivo– no se reduce a comparar textos de la Convención Constitucional, del Consejo Constitucional posterior, ni de la Comisión Experta.

Esos tres textos van a ser consultados, cotejados y tenidos en cuenta cada vez que se anuncie una muy eventual nueva Constitución o futuras y menos eventuales reformas de ella. Los mayores no lo veremos, pero sí lo harán quienes no lo son.

Aún tratándose de un país en cámara lenta como el nuestro, la pausa constitucional en que nos encontramos –tan del gusto de tradicionales sectores conservadores y también de algunos que antes no lo fueron, pero que sí lo son ahora, por un lado temerosos y por otro complacidos con la inercia–, esa pausa –retomo– no será eterna y algún día volveremos a las propuestas de cambios constitucionales, y esto no solo por el origen de la actual Constitución, sino porque estamos ya en la primera cuarta parte del siglo en que nos encontramos, y algunas cosas están pasando en el mundo.

Algunas grandes cosas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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