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Crueldad en la formación de profesionales de la salud Opinión

Crueldad en la formación de profesionales de la salud

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Si esta violencia es ejercida por parte de los profesionales de la salud, de las instituciones públicas o privadas que prestan servicios pagados por el erario nacional, ¿será entonces que es una violencia de Estado?


No se crían hijos para verlos morir

Rosabetty Muñoz

Hace unos días supimos del suicidio de Pablo Leiva Inzunza. Estudiante de medicina de la Universidad de Valparaíso. Esto ocurre a sus 27 años, una tragedia que nos recuerda otros casos recientes de Catalina Cayazaya o José Galasso que también se quitaron la vida. Generando un dolor incalculable en las familias, en las personas cercanas y en quizás generaciones que habitan la pérdida de manera indirecta. El suicidio es un acto humano, en salud mental, no se entiende de modo lineal, rectilíneo, donde hay una sola razón para concretarlo. Decir que hay una abscisa que explica de manera conclusiva o indiscutible el hecho, sería impreciso, y además sería negar años de producción de conocimiento en el área.

Sin perjuicio de eso, la violencia institucionalizada es evidente. Personas cercanas a Pablo, Catalina y José coinciden en que los tratos en espacios de formación en salud, que a la vez son instituciones donde atienden pacientes, carecen de dignidad y respeto. Ejerciendo la  psicología clínica, me ha tocado durante casi dos décadas escuchar a personas que cursan carreras de la salud, un malestar evidente por estos hechos. Situaciones de insultos, humillaciones, persecución y un sinfín de prácticas que no se asocian a la transmisión de conocimiento. Pacientes que padecían cuadros graves y con una agudeza persistente, muy dañados, que incluso tuvieron desistir de terminar su carrera. En los epítetos emitidos por los profesionales a cargo se entrelazan, misoginia, clasismo, homofobia, racismo, transfobia y capacitismo. Enmascarado en una suerte discurso sobre el aprendizaje en el rubro, lugar que exige aguantar violencia y ser, de alguna manera: “frío”. Así lidiar con las inclemencias de las urgencias.

Al parecer, el fenómeno más frecuente es la humillación, en el contexto público. Con otros y otras estudiantes, intentando permanentemente de convencerlos y convencerlas de que persistir en estudiar era en vano. Frases tales como: “no le da la cabeza para la medicina, dedíquese a otra cosa”, “al menos eres bonita, te va a ir bien igual en la vida, pero no en medicina”, “La obstetricia no es para usted, le falta carácter”, “¿Quién le dijo a usted que podía ser psicólogo, si no sabe si quiere ser hombre o mujer?”. Recuerdo la narración sobre la práctica profesional de unas compañeras de carrera, que se realizó en un hospital público, donde la psicóloga a cargo, quien dirigía la unidad, las violentó durante todo el proceso. Al final les dijo, “las traté lo más mal posible porque así van a aguantar todo, nunca tendrán una peor jefa”, acto seguido, comenzó el maltrato a las colegas entrantes. Mi pregunta en ese momento, y el de mis compañeras fue (y aún es) ¿Qué les enseñó?

La humillación, según Marta Nussbaum, es cuando se afirma que la persona en cuestión “no está en términos de dignidad humana”. Es decir, esa persona vive una vergüenza, una exposición ante un poder total y lo que se experimenta es el despojo de todo reconocimiento, estarían fuera del pacto mínimo de convivencia, puesto en el lugar de la repugnancia. A su vez, son un contra-ejemplo ante sus pares, signo de la abyección, desposeyéndolo del atributo  de sujeto para sustituirlo como un objeto para la violencia del colega titulado. Se ha impuesto durante las últimas décadas la “Salud Basada en la Evidencia” (SBE), marco referencial que aseguraría una verdad “apodíptica”. Generando un sistema de validación en el trabajo de este rubro, seguro, eficaz y pertinente. Este modelo es hegemónico actualmente, las distintas formaciones lo han vuelto un paradigma ideal. Más allá de las críticas que se puedan formular al modelo, si tomamos la premisa de la evidencia, si les preguntamos a los y las expertas en didáctica o educación: ¿hay alguna evidencia que la crueldad, y la humillación son parte de un buen aprendizaje? Me aventuro a decir que es muy probable que su respuesta sea contundentemente negativa. 

Se suma y lo vuelve exponencial el problema su institucionalización. No en lo formal, sino en términos de una “especie de cultura gremial”. Todos los casos que atendí, o ya habían denunciado o estaban en proceso de aquello. Acompañé informes sobre daños a las mismas universidades. Excepcionalmente, tuvo efecto la denuncia, debido a que se señala que todo era parte del proceso educativo, sea esto, los vejámenes descritos. Existen hoy protocolos, instancias formales, pero parece que ésta verdadera, siguiendo a Rita Segato,  “pedagogía de la crueldad” se perpetúa y no se detiene día a día. Eternizando una forma de transmisión, de vinculación, donde el sadismo va a imperar cuando se me dé la oportunidad. Va a aparecer en la versión de una venganza, esperar la pequeña cuota de poder para ejercer la tiranía sobre un estudiante, así como lo hicieron conmigo. Ganarse el poder a punta de soportar humillaciones es impresentable, no resiste contexto ni justificación.  Poder “surgir” en la profesión como efecto de ser leal al orden de la bravuconería y la impiedad debería ser antagónico a una formación académica. 

Si esta violencia es ejercida por parte de los profesionales de la salud, de las instituciones públicas o privadas que prestan servicios pagados por el erario nacional, ¿será entonces que es una violencia de Estado? Me lo pregunto sinceramente, son representantes no solamente de una profesión sino de la cara de él, de los pocos lugares donde este se siente palpable, su tacto se experimenta literalmente en el cuerpo.  

Hace un tiempo, un interno de medicina me comentó que se quejó con las autoridades de su escuela por el trato que recibían sus compañeras y compañeros, los y las pacientes y con él mismo. No hubo respuesta, y tomó la decisión de confrontarlos directamente, la respuesta fue un llamado al orden, a asumir la disposición ideológica de las lógicas y prácticas por parte del gremio. Una de las autoridades le dijo de manera torva “Te llamo a la prudencia o habrá consecuencias”. Con la crueldad, esto siempre será inaceptable. Por esto último, hago propio el verso del gran poeta pintanino Juan Carreño: “La derrota es la prudencia, la resignación”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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