Próximos a zambullirnos en las Fiestas Patrias, agradezco la atención que el lector haya brindado a estas notas; lo que menos creo, hoy, que están pensando los millones de compatriotas es informarse sobre lo que sucede en nuestro vecindario. Pero la vida continúa más allá de las ramadas.
Nuestros vecinos andinos enfrentan desafíos de diferentes orígenes, pero que comparten un piso común: la mayoría ciudadana desconfía del sistema político. Algo que también podríamos decir de nuestro propio caso nacional. Los tres países además compartimos otro dato: todos tenemos elecciones presidenciales en el futuro cercano.
¿Cuál puede ser el escenario próximo en nuestros vecinos? ¿Cómo impactara a nuestra convivencia? ¿Se viene una nueva oleada migratoria? Veamos.
En una columna reciente analizábamos la coyuntura boliviana, constatando que nuestro vecino enfrentaba una amenazante crisis económica, provocada en gran parte por la disminución de las reservas, por la caída del nivel de exportaciones. Ello afectaba la capacidad para importar los insumos básicos, especialmente el diésel.
Junto con lo anterior, una devaluación progresiva del peso boliviano y un encarecimiento de los productos de la canasta familiar. Pese a los esfuerzos gubernamentales –entre ellos un avance sustantivo en temas bilaterales con nuestra Cancillería–, el tema es más estructural: Bolivia gasta más de lo que dispone, las reservas se han agotado y no se ve de dónde podrían provenir recursos frescos.
El malestar de la población es comprensible. El presidente Arce ha intentado explicar las causas de todo esto, pero la población espera que los problemas no se los expliquen las autoridades, sino que se los solucionen. Algo de eso nos pasa por acá en algunos temas prioritarios. En resumen, la población mayoritariamente pareciera responsabilizar al Gobierno del estado actual de la economía. Muy diferente al periodo del auge de las exportaciones de gas, que algunos califican como la época de la “Bolivia saudita”.
La economía boliviana, concluíamos, requiere una solución pronta, pero las dificultades políticas lo hacían difícil, porque las elecciones están programadas para agosto del próximo año. En resumen, el tiempo económico no puede esperar al tiempo político.
Lo que era una amenaza de protesta días atrás, se empezó a concretar esta semana. Sectores del campesinado aymara de la región de El Alto han decretado la instauración de bloqueos de caminos. Aunque a la fecha estos bloqueos no han cercado del todo a la capital, no sabemos qué pueda pasar los próximos días.
Por su parte, organizaciones sociales afines a Evo Morales iniciaron una marcha desde Caracollo rumbo a la capital. Los organizadores hablan de 20 mil caminantes, que esperan llegar el 23 a El Alto y el 24 a la capital. La novedad es que la demanda principal se politizo.
Inicialmente convocada por razones económicas, hoy el petitorio es categórico: que renuncien el presidente Arce y el vicepresidente Choquehuanca y se adelanten las elecciones. El propio Evo Morales, ha señalado el camino de la sucesión: debería asumir el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, destacado dirigente “masista” de segunda generación.
Obviamente lo que Evo y sus partidarios piden es que a esas elecciones anticipadas pueda acceder el expresidente.
Así las cosas, los ciudadanos que no pertenecen al MAS –una parte importante del país– califican estos movimientos como una disputa por la hegemonía del “masismo”, que impide enfrentar la crisis. El problema es que la oposición hasta el momento carece de liderazgos nacionales con capacidad de propuesta, lo que debe ser complementado con el nivel de rechazo que tiene Evo –arriba del 60% del electorado, según varias mediciones–.
Una oposición dispersa en el pasado reciente facilitaba el dominio del MAS, pero su virtual división crea un nuevo escenario, de momento con fuertes disputas dentro del oficialismo, acompañado de una crisis económica que no tiene paciencia para esperar un acuerdo político estabilizador. En suma, están dados los elementos para que la crisis se ahonde. Las marchas sobre La Paz avanzarán en los próximos días, y los bloqueos continuarán.
En el Perú no hay crisis económica. El peso está estable y la inflación relativamente controlada, aunque la desigualdad también esta estabilizada (desde hace más de 500 años me comentan algunos analistas). El país se prepara para la cumbre de la APEC de fin de año y en especial para la visita del presidente Xi Jinping.
Pero como no todo se explica por estadísticas, agreguemos que el Perú es uno de los países donde es más alta la desconfianza de los gobernados respecto a los gobernantes. Según estudios del Instituto de Estudios del Perú, un importante centro de estudios, siete de cada diez peruanos no le creen en absoluto a ningún político cuando habla: “No hay nadie en quien creer”, pareciera ser la convicción de la mayoría de la ciudadanía.
No es gratis ni es por falta de oferta. No es gratis porque todos los expresidentes después del fujimorato (excepción de Paniagua y Sagasti) están procesados o condenados. La oferta también es generosa, hoy en día, según el Jurado Nacional de Elecciones, existen treinta partidos inscritos oficialmente, a los que se pueden sumar otros 35 que están tramitando su registro.
Para las elecciones de 2026 podrían entonces concurrir más de 65 partidos. En respeto al lector no detallo la lista, y sería un serio desafío tratar de explicar el origen y programa de la mayoría.
La política se ha transformado en un ámbito plagado de agendas personales, diferentes tipos de caudillismos y un titipuchal de conflictos de intereses y manejos poco trasparentes de los recursos públicos, ya sea en el aparato central o en los gobiernos regionales. ¿Le suena parecido, apreciado lector? La economía está estable, aunque la mayoría de la población trabaja informal, sin previsión, ni salud. Pareciera que el emprendimiento hubiese llegado también a la cosa pública.
La actual presidenta, que fue de la fórmula del detenido expresidente Castillo, depende del apoyo del Congreso y su evaluación es bajísima. Según la encuesta de agosto del IEP, tiene un 88% de desaprobación y solo la aprueba un 6%.
El Congreso no lo hace mal, un 91% de los ciudadanos reprueba su labor y lo aprueba solo un 5%. Recordemos que con ocasión de la caída de Castillo y el ascenso de Boluarte, las protestas fueron acalladas a balazo limpio y decenas de ciudadanos fueron abatidos por los efectivos estatales.
Pese a ello, los principales problemas judiciales de la presidenta han sido la inexplicable aparición de costosos relojes Rolex, imposibles de ser sufragados con recursos de sueldo. La explicación paso por un préstamo de un gobernador amigo.
Desconfianza máxima, dispersión política, desigualdad reiterada, son parte de los síntomas de la realidad política peruana. Como no “hay nadie en quien creer”, los peruanos se vuelcan a la presencia de Paolo Guerrero en Alianza, dado que, junto con la Roja, compartimos el fondo de la tabla sudamericana.
En este contexto, falleció hace pocos día el expresidente Fujimori, que a su haber tenía haber derrotado a Sendero Luminoso y estabilizado la economía. Pero junto con ello, apareció la corrupción, las violaciones de DD.HH., crímenes graves contra la población civil que, en definitiva, explican la huida de Fujimori al Japón el año 2000. La historia continuó cuando el 6 de noviembre del 2005 fue detenido en Chile. Lugar donde había llegado en un vuelo privado de aproximación al Perú. El Gobierno peruano demandó de inmediato su extradición. Esta finalmente fue concedida por la Corte Suprema de Chile el 17 de septiembre de 2007.
La Corte Suprema de Chile accedió a siete causales (Perú presento 11) de extradición: entre ellas, esterilización forzada en campesinas pobres, secuestro, homicidio, ejecuciones en penales, entre otras. Fue procesado en el Perú y condenado a largas penas, de las cuales fue indultado en tiempos del expresidente Pedro Pablo Kuczynski.
Fujimori planeaba –según se dice– una nueva aventura presidencial. Su figura es controvertida. Responde a lo que podríamos llamar “derecha populista”, plebeya, que cosecha los réditos de la derrota de Sendero y de la estabilización económica, luego de la hiperinflación del primer gobierno de Alan García. En suma, Fujimori unía a una parte importante de la derecha peruana. Pero al otro lado, Fujimori y el rechazo a su dictadura unía a buena parte del arco democrático del Perú.
La muerte de Fujimori provocó que el Gobierno de Boluarte decretara tres días de duelo oficial y un entierro de Estado, con honores y presencia de la propia mandataria. Actitud que obviamente provocó reacciones al interior de la sociedad peruana.
Resulta curioso y contradictorio que un país vecino, siguiendo todos los pasos legales de un proceso largo de extradición, demandando la entrega de un acusado por crímenes de lesa humanidad, que finalmente es condenado por los tribunales peruanos, termine homenajeándolo con honores por parte del mismo Estado.
No hay nadie en quien creer, me repiten muchos analistas peruanos, y cuando pregunto qué puede pasar, siempre recuerdo lo que me señaló un destacado analista: “Hasta que aparezca el próximo video”. Otra herencia del fujimorismo, especialmente de su asesor de inteligencia, Vladimiro Montesinos, que acostumbraba a filmar a medio mundo.
Próximos a zambullirnos en las Fiestas Patrias, agradezco la atención que el lector haya brindado a estas notas; lo que menos creo, hoy, que están pensando los millones de compatriotas es informarse sobre lo que sucede en nuestro vecindario. Pero la vida continúa más allá de las ramadas.
Bien lo saben nuestros centinelas del norte, que día y noche nos cuidan. Para ellos mis respetos, y para todos, un feliz 18, que viva Chile y cuidemos nuestra casa. Ayudemos a ordenarla y también ayudemos a nuestros vecinos en lo que nos demanden.
Un barrio estable nos ayuda a todos.