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Ministerio de Seguridad: Otra ilusión en curso Opinión

Ministerio de Seguridad: Otra ilusión en curso

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Antonio Ramos Lecaros
Por : Antonio Ramos Lecaros Especialista en Inteligencia y geopolítica
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Hoy enfrentamos amenazas mucho más letales que las de 20 años atrás, que deben ser controladas desde posiciones de debilidad. La irrupción del crimen organizado después de una amable invitación a venir al país nos tiene enredados en esquemas de violencia y depredación que no logramos desenredar.


Con entusiasmo se inició la reconfiguración y perfeccionamiento del Sistema Nacional de Inteligencia. Sin embargo, está naufragando. Con este flamante Ministerio sucederá lo mismo que ha ocurrido con muchas iniciativas que están durmiendo en algunos escritorios, pero ahora será más trágico, dadas las perversiones y corrupciones que se están conociendo en los últimos días, y que aún no se detienen. Ocurre que la discusión se está dando en medio de intereses políticos, partidarios y personales, que dejan los verdaderos intereses del país en lontananza.

Entre esas iniciativas fallidas se cuentan las Campaña de Seguridad Compartida de Carabineros (1990), la Reforma Procesal Penal (2005), Barrio Seguro (2001), Plan Cuadrante (2006), Plan de Seguridad Pública (2010), Plan de seguridad Para Todos (2014), la Reforma del Sistema Nacional de Inteligencia y el Ministerio de Seguridad.  Esa es la música de fondo, de la ilusión, que suma y sigue.

Pese a todos estos esfuerzos, -debo creer, de buenas intenciones-, nos encontramos hoy en día tratando de administrar un enfoque simplemente reactivo frente a la seguridad y los requerimientos de inteligencia, para no quedar mal frente a la opinión ciudadana y respondiendo a la presión política de los controladores de los medios de comunicación; es decir, la elite. Obviamente, también tratando de romper la obstrucción parlamentaria que busca evitar que el gobierno avance en alguna dirección positiva. Ya se disolvió en Chile el escenario que haría posible un debate de fondo, con visión país de largo plazo, en busca de una institucionalidad que no fuera coyuntural e instalara los cimientos de un sistema de seguridad pensado para la ciudadanía.

Hoy enfrentamos amenazas mucho más letales que las de 20 años atrás, que deben ser controladas desde posiciones de debilidad. La irrupción del crimen organizado después de una amable invitación a venir al país nos tiene enredados en esquemas de violencia y depredación que no logramos desenredar. Si le sumamos a esto la penetración criminal en la institucionalidad de justicia y en los órganos policiales, se ha creado un modelo esquizofrénico: disociación de la conducta y pérdida de contacto con la realidad como efectos directos.

Si cada cual, cada organismo interviniente, en cada mesa, reunión o debate sobre seguridad, protege antes que nada su ecuación personal, partidaria, grupal, social, parlamentaria, electoral; se crea una realidad confusa que no permite direccionar las decisiones, las propuestas, hacia una resolución virtual. Gira sobre sí misma y más aún, cuando intervienen actores que no conocen  nada o muy poco de los temas de seguridad desde una visión técnica y profesional. Cuando un presidente considera que las instituciones de inteligencia y control deben trabajar coordinadamente para lograr avances serios e instala un sistema normativo destructivo de esa cooperación, significa que estamos con rumbo de desastre.

En esa normativa, ocurrencia de Sebastián Piñera, expuesta ante la fiscal Chong con motivo del estallido, se indicó que, de no cumplirse esta norma de colaboración, se le debía informar de inmediato sobre cualquier incumplimiento, aunque en su declaración específica ante la fiscal no menciona que se le haya notificado de algún caso particular de incumplimiento en ese sentido​. En simple decía lo siguiente:Todos deben cooperar y trabajar colaborativamente. Si alguien no lo hace me lo dicen y yo me haré cargo.

Esa decisión se toma desde la ignorancia respecto de cómo se genera la colaboración, la confianza y las lealtades en un sistema de inteligencia. Ello requiere la experiencia del trabajo conjunto, los intercambios de información, las operaciones de planificación colectiva, todo ello acumulándose en el tiempo y siendo más efectivo progresivamente. La confianza en inteligencia, la lealtad y la colaboración, no es algo que se pueda imponer por decreto. Si ello ocurriera, el organismo que acusara a otro de no colaborar jamás recibiría apoyo de alguien, quedando como un traidor desechable. Esas iniciativas desde la ignorancia dañan profundamente la creación de estructuras, con alto grado de profesionalización y eficacia operativa. Si le añadimos las penetraciones adversarias y las corruptelas, seguirá la música.

Bajo estas concepciones, se busca aumentar la institucionalidad relacionada a la seguridad y a la inteligencia. La deriva autoritaria induce una mayor  conflictividad en los órganos. Podemos imaginar los ritmos que adquiere el debate cuando se enfrentan férreas concepciones sobre el tema. Todos desean mayor inteligencia y seguridad en el espectro político, todos quieren favorecer a la ciudadanía asustada y retirar fuera a los grupos de crimen organizado y narcotráfico, pacificar la sociedad, proteger la actividad económica bajo asedio de la delincuencia común y eliminar la corrupción.

Todas buenas intenciones. Los formatos desde los cuales se interviene en los debates y mesas de análisis, sobre todo parlamentarios, chocan desde posiciones que se ven como irreductibles. Unos creen que debe haber inteligencia pero muy controlada, para evitar excesos que dañen los derechos humanos, pensando en los precedentes que penan hasta hoy. Los otros creen que debe haber inteligencia, pero muy controlada, para evitar que se exceda en sus atribuciones y meta las narices donde nos pueda resultar incómodo y riesgoso. La lucha se centra, además, en quién mostrará el éxito como propio. Dentro de ese debate, también algunos sacan material para golpear al gobierno y para golpear a la oposición, acusándose mutuamente de entrabar el avance de la construcción institucional.

La realidad dura y cruda va por su lado. La inseguridad crece sin pausa. Se adoptan medidas paliativas que resultan eficientes en el nivel táctico y crean la ilusión de un avance positivo. Pablo Zeballos afirma certeramente que se enfrenta la época desde la ingenuidad. Le agregaría ignorancia técnica, le agregaría la incapacidad de mirar la casuística de frente, sin aristas, sin sesgos ni intenciones oblicuas. A quienes lo hacen, les recomendaría mirar el Informe PNUD 2024 en los acápites sobre seguridad, para darse un baño de realismo.

Es obligatorio también mencionar el tema de la eficiencia funcionaria. ¿Qué personal se integrará a ese Ministerio de Seguridad, cómo serán los formatos de reclutamiento, las capacitaciones, la gestión institucional con otros órganos afines? ¿Ocurrirá lo que a veces se observa, que un nuevo director convoca de nuevo a sus viejos amigos, pese a que carecen del perfil profesional requerido?

¿Cómo se modulará la interacción en las regiones entre las autoridades? ¿Gobernador, un Delegado Presidencial, Seremi de Interior, Seremi del Ministerio de Seguridad, Aduana, Impuestos Internos, UAF, Senadores, Diputados, Carabineros, PDI, Agencia Nacional de Inteligencia, por ejemplo?, cada cual respondiendo a las tensiones de la época, las ansiedades personales ya sin freno, las codicias partidarias, la presión del crimen organizado, el manejo de los presupuestos, cada día con más aspecto de botín disponible.

Esta situación de indefensión, de crisis, en momentos en que se empieza a ver de qué modo se gestiona el poder, los arreglos, los negocios, las componendas, los acuerdos, con los operadores en prisión preventiva y otros a la espera, es difícil creer que habrá una construcción institucional de altura, profesional, muy técnica, desarrollándose en modelamientos bien estudiados y con perspectivas de largo plazo en desarrollo.

Todo indica que lo último que tendremos es más música.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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