Una justicia para ricos y otra para pobres. De la primera se sale haciendo perro muerto, bajando el perfil y fondeando su embarcación con el botín en tierras lejanas.
Hablemos a calzón quitado. La corrupción también tiene gradación. A veces es tal su grosería y desparpajo que más parece lumpen de cuello y corbata. Una turba de flaites vestidos de ropajes caros, que se pasean por palacio como Pedro por su casa. En un santiamén entran y salen fugaces de todos los salones, como si fueran suyos, saqueando la justicia, privilegios, poder y hasta “buena fama”, caras de palo.
Su oficio es pelar mal el chancho, pero caso a caso, si es posible hasta dejarlo totalmente desollado, como el mártir San Bartolomé, con la piel colgando y disecada. Ninguna investigación los pilla, porque son otros pillos quienes los indagan. Los descubre solo una casualidad, un chiripazo, quizás una vendetta del peón mal pagado o maltratado, o la furia de una amante despechada. Con suerte lo pillan por un descuido descarado.
Cuando quedan al desnudo, aperran, callan y se apañan entre flaites, hasta que por fin se van en cana. Se defienden según les convenga, con pelos en la lengua o con esta depilada. Al acusete lo amenazan, lo mandan a freír monos, o le ofrecen compartir el botín. “No sea leso ni aguafiestas, mi hermano-compadre –le dicen–, mire que ya estamos forrados”.
Al final se encarga de salvarlos la misma maquinaria que ellos aceitaron, porque los aceitados siempre se sienten endeudados de favor. Una justicia para ricos y otra para pobres. De la primera se sale haciendo perro muerto, bajando el perfil y fondeando su embarcación con el botín en tierras lejanas.
Domingos después se reúnen en faldeos cordilleranos en solemne ceremonia, para echarle tierra al perro, olvidar todo el entuerto y comenzar otra vez la faena. Se santiguan, levantan cruces, triángulos masónicos y amuletos. Entregan en ofrenda un chivo expiatorio, ya sea bien pagado o ya muy asopado, que asume por todos ellos sus delitos y pecados. ¡Que siga la fiesta! –exclaman con sus ojos en blanco y excitación–. ¡Esto es Jauja! ¡Qué se han creído, chilenitos! ¡A perro con corbata nadie lo mata!
Pero en medio de este festín de vergüenzas, en un contexto malo en lo económico, político y social, los encuestadores salieron a preguntar: ¿los chilenos tenemos más atributos positivos o negativos?, ¿nos sentimos orgullosos de nuestra historia?, ¿nos identifican la bandera y el escudo, la cueca fondera, el dicho popular, la parada militar?, ¿nos gustan el chancho en piedra, el caldo valdiviano, el curanto en hoyo tapado en nalcas, con milcao y chapalele?
Las respuestas me sorprendieron. No me calzan con el imaginario del chileno que se esmeran en construirnos todos los días la mayoría de los medios de comunicación, ni con lo que arroja nuestro termómetro casero de conversaciones diarias con taxistas, cajeras, cuidadores de autos, el jardinero y el compañero de oficina. Todos crucifican al país y al “chileno”, sin piedad, a tajo y destajo. Sobre todo si quien critica es de las elites. “¡Es que los chilenos son muy flojos, no quieren trabajar, son individualistas, son ladrones!”, etc. Desde luego el que hace la crítica en tercera persona parece sentirse ajeno. Debe estar convencido de que es ario, japonés, sueco o alemán.
Vamos ahora a la sorpresa. Cadem preguntó por la principal característica del chileno, y las primeras tres menciones son que somos solidarios (40%), esforzados (25 %) y luchadores (21 %). ¡Vaya, vaya! Han sido los tres primeros atributos por varios años. Más abajo dicen que somos consumistas, pícaros, individualistas o pillos.
También se preguntó si, tomando todo lo bueno y lo malo de nuestra historia, se sentían muy orgullosos de la historia de Chile, y un 85 % contestó que sí y va en ascenso. ¡Impresionante!
Luego, si Chile es el mejor país para vivir en América Latina, y un 77% dijo que sí.
Es una autopercepción muy positiva y saludable de Chile y los chilenos, pese al vendaval de crisis graves por las que hemos pasado los últimos 5 años. Esa autoestima es una base esencial que fortalece la capacidad y la confianza para enfrentar los desafíos y adversidades del país. La autoestima insufla optimismo para alcanzar objetivos.
También se consultó por la identificación con símbolos y tradiciones. En los últimos cinco años aparecen punteando la bandera, las Fiestas Patrias, la canción nacional y la cueca, con un increíble 80% aprox. Les siguen el escudo nacional, las fondas y la parada militar, que promedian un 50%. Finalmente, aterrizan en el rodeo y el Te Deum Ecuménico con 25%.
Siempre he sido un hincha de rescatar, mantener y fomentar las tradiciones, ritos y símbolos de Chile, sean republicanos, laicos, paganos, originarios, religiosos. No es por un tradicionalismo vacío. Todo grupo humano es más fuerte cuando posee tradiciones, ritos y símbolos sólidos, porque crean vínculos de pertenencia e identidad entre sus miembros, que les permite sobrevivir a grandes crisis. Basta ver iglesias milenarias, países fuertes y reinos poderosos. En momentos de dificultad, necesitamos nutrirnos de nuestras raíces, de nuestra identidad y pertenencia. Para ello necesitamos volver a los orígenes.
El cardenal Silva Henríquez, en El Alma de Chile, de 1986, nos decía que “una Patria no puede echarse a andar indiferentemente por cualquier camino. La Patria no se inventa, sólo se redescubre y revitaliza, y siempre en la fidelidad a su patrimonio de origen… Cuando una nación busca su sendero fuera de su tradición, su apostasía deriva fatalmente en anarquía y disolución… Esta afirmación imperativa de nuestra propia identidad se dejará solamente encontrar en la fidelidad a nuestra tradición”.