Reportajes en televisión, columnas de diario, reels en Instagram… todo habla de lo mismo: son muchas y muchos los profesores sobrepasados por las situaciones socioemocionales que les toca vivir y que están pensando en dejar la docencia.
Después de revisar más de 10 mallas de pedagogía en distintas universidades, confirmé algo bastante predecible: la mayoría pone su foco en la formación disciplinar. Algunas tienen módulos de desarrollo docente, pero no es claro que eso ofrezca estrategias y habilidades para gestionar el aula más allá de la didáctica de la asignatura para la cual se prepara, abordando la diversidad de diagnósticos y situaciones de convivencia que hoy enfrenta un docente.
Para ser honesta, por mucho tiempo defendí que el conocimiento y la pasión del docente bastan (y todo lo demás –motivación estudiantil, capacidad de personalizar la enseñanza, etc.–, vendría por añadidura). Si se domina el propio saber y hay vocación, pensaba, obvio que los estudiantes se contagiarán. Tal vez, en otro tiempo fue así.
Hoy, sin embargo, el panorama es muy distinto y las razones son muchas. Hay desconfianza en los docentes (muchas veces se confía más en un especialista externo que en el profesor que está más de la mitad del día con su estudiante); los apoderados han delegado muchas de sus obligaciones en los colegios; los equipos directivos están abrumados de trabajo administrativo para cumplir las normativas del mundo escolar; hay altos niveles de violencia, porque –ya lo sabemos– las bandas de narcotráfico han capturado a mucha de nuestra juventud; adicción a las pantallas, con horas de celular y videojuegos, que han restado tiempo a la convivencia cara a cara y el diálogo.
Así, podría seguir sumando causas que han hecho más difícil la labor docente. En síntesis, hay un panorama en que no es fácil para el profesor enseñar y para el estudiante aprender.
La Red Educacional Ignaciana (REI), con su amplia diversidad de colegios y escuelas (particulares pagados y subvencionados, grandes y pequeños, desde Antofagasta hasta Puerto Montt) vive esta realidad cotidianamente. Y, por ello, ha creado una Escuela de Educadores y Directivos que busca contribuir en la formación pedagógica e identitaria del mundo adulto que colabora en las instituciones escolares: auxiliares, administrativos, asistentes de aula, educadoras de párvulos, profesores, sicólogos, directivos, etc. Todos. Porque cada uno(a) –desde el rol que desempeña– es un educador o educadora. Esta es nuestra primera declaración.
Por cierto, la formación que ofrecemos contempla distintas modalidades; desde programas que duran una semana lejos del colegio, en un lugar verde y confortable, que permite reflexionar, vincularse con colegas de otros establecimientos y volver a la raíz de la vocación, hasta talleres más específicos con instancias virtuales mensuales.
No lo sabemos todo; es una Escuela que está recién en su tercer año de funcionamiento. No obstante, tenemos un norte claro: cuidar y formar a las educadoras y los educadores para que tengan las herramientas para sacar lo mejor de sus estudiantes con nuestro sello propio.
Ya no tengo dudas: hoy, la vocación de educador(a) no es suficiente. Es necesario invertir en la formación docente, fortalecer a tanto joven valioso que eligió la educación como carrera y que hoy se está cuestionando si abandonarla.
Pienso que debemos reflexionar como sociedad. Las familias deben hacer un mea culpa y dialogar con sus hijas e hijos sobre lo que pasa en su colegio o escuela. Hay que volver a confiar en el profesorado y relevar su importancia.
Por su parte, los equipos directivos deben generar espacios de bienestar emocional para su profesorado, destacar sus logros, ayudar a trabajar sus debilidades y respaldarlos frente a situaciones de agresión o descalificación.
Por último, como profesora y exdirectiva de colegio, quiero creer que las autoridades están tomando en serio esta problemática. Quiero creer que están pensando la formación docente a la luz de estas necesidades actuales y de los resguardos que necesita la profesión.