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Extractivistas al rescate del estancamiento chileno Opinión

Extractivistas al rescate del estancamiento chileno

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Henry Wachtendorff
Por : Henry Wachtendorff Profesor de Economía, Universidad Adolfo Ibáñez
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Este crecimiento paupérrimo también deprime cuando lo comparamos con nuestra propia historia. Basta recordar la “regla del 72”: con una tasa de crecimiento del 7% (como en el Chile de los 90), duplicaríamos nuestros ingresos en 10,2 años (72/7). A un ritmo de 1,8%, tardaremos 40 años.


No necesitamos más advertencias, porque la realidad es ineludible: Chile se ha estancado. El reciente Informe de Política Monetaria (IPoM) del Banco Central (septiembre 2024) nos arruinó las Fiestas Patrias con su sombría proyección: un crecimiento tendencial del PIB para el período 2025-2034 de apenas un 1,8% promedio anual. Si consideramos que la tasa de crecimiento de la población es cercana a ese valor, el aumento del ingreso per cápita es prácticamente nulo.

Aunque es cierto que los países tienden a crecer más lentamente conforme se desarrollan (el llamado fenómeno de la “convergencia”), el consuelo aquí es escaso. Estamos convergiendo a un ingreso per cápita de 29 mil dólares, mientras los alemanes ya disfrutan de 61 mil y los estadounidenses de 73 mil dólares (en paridad de poder de compra a precios constantes).

Este crecimiento paupérrimo también deprime cuando lo comparamos con nuestra propia historia. Basta recordar la “regla del 72”: con una tasa de crecimiento del 7% (como en el Chile de los 90), duplicaríamos nuestros ingresos en 10,2 años (72/7). A un ritmo de 1,8%, tardaremos 40 años. ¿Es triste? Más que eso, es desolador: si el resto de Latinoamérica (excluyendo a Chile) sigue creciendo al 2,7% anual, en 26 años habrán duplicado sus ingresos, mientras nosotros estaremos a medio camino.

No sorprende entonces que más compatriotas busquen establecerse en países con mejores perspectivas de crecimiento. Los incentivos para emigrar serán cada vez más fuertes en esta década.

Tampoco resulta inesperado el aluvión de columnas y discursos de la élite tratando de entender qué nos llevó a este punto: el exceso de regulaciones, una carga tributaria empresarial poco competitiva, una agenda laboral que desincentiva la contratación, la baja participación femenina en el mercado laboral, la incapacidad del sistema político para alcanzar acuerdos, y una economía excesivamente dependiente de sectores extractivos, son solo algunas de las causas señaladas.

Desde los aportes pioneros de R. Solow y T. Swan en 1956, sabemos que el crecimiento económico se basa en la acumulación de factores –trabajo y capital– y en su eficiente combinación, incluyendo el rol de la productividad total de los factores. Para mejorar la disponibilidad de trabajadores, es crucial avanzar hacia una mayor participación laboral femenina (algo que pasa, entre otras cosas, por una sala cuna universal, siempre y cuando el sistema político logre consensuarla).

También debemos enfocar la capacitación y el desarrollo de habilidades laborales en los desafíos que la IA y la automatización traerán consigo.

Y para acumular capital, lo esencial es incentivar la inversión. Como mencionamos en una columna anterior (“El fetiche de la complejidad económica“), la inversión es extremadamente sensible a los incentivos que un país ofrece, más aún si representamos solo el 0,3% del PIB mundial. Altas tasas impositivas e incertidumbre no son las fórmulas para atraer capital.

Mientras debatimos las razones del estancamiento, es útil recordar las cifras del IPoM en materia de inversión. Curiosamente, es la inversión minera la que está tirando del carro. En 2023, esta representó un 6,5% del PIB real, acercándose a los picos históricos de 2012-2013. Según Cochilco, la inversión proyectada en minería para 2025-2027 superará en 1.700 millones de dólares a la de 2024.

En contraste, la inversión no minera sigue sin recuperarse a los niveles prepandemia. Dicho de otra forma, crecemos poco, pero sería aún peor si no fuera por la minería, esa misma que muchos desprecian. El Banco Central estima que este impulso minero añadirá 0,75 puntos porcentuales al crecimiento del PIB entre 2024 y 2026, con efectos de arrastre en sectores como la construcción, el comercio, los servicios empresariales y la manufactura.

Es cierto que sería ideal diversificar hacia industrias más sofisticadas, pero los hechos son tozudos: Google ya descartó su data center en Cerrillos y Sinovac aún duda en invertir en Chile, a pesar de los esfuerzos del Gobierno. Mientras tanto, y ante un sistema político petrificado, la minería sigue siendo la columna vertebral del crecimiento de nuestra economía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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