Este tipo de remuneraciones escapa a los promedios en nuestras universidades, particularmente públicas, considerando cargos directivos.
Estoy sorprendido por la noticia de que la “académica Marcela Cubillos” recibió un sueldo de 17 millones mensuales, sí, 17 millones, por realizar actividades propias de un académico. No estoy diciendo que ella no sea una académica y no merezca ganar esa cantidad de dinero. Pero si queremos ir al fondo del asunto, tenemos que hacernos por lo menos dos preguntas: ¿cuáles son los méritos que tiene ella a nivel académico y de investigación que justifiquen ese sueldo? O ¿cuál es su contribución científica al desarrollo del país que amerite ese ingreso?
Por lo que entiendo, su mayor “contribución científica” (y puedo estar equivocado) ha sido un “pequeño libro” titulado Leer antes de votar, editado por la universidad donde trabajaba. No estoy en contra de los libros pequeños. Hay algunos que han aportado bastante, pero me parece que este no es el caso.
Además, si hacemos una pesquisa en los sitios más relevantes de búsqueda académica, ella no aparece. ¡Es invisible académicamente! Por lo tanto, no tiene currículum para postular a ningún concurso de investigación y tampoco podría postular a ningún puesto en una universidad relativamente seria, ya que los requisitos que se piden son mayores.
Por otra parte, si vamos a comparar pagos de profesores universitarios en otras latitudes, lo primero que tenemos que señalar es que no podemos realizar ninguna comparación con lo que se paga en universidades de nuestra América Latina. Tenemos que cruzar el charco y ver la realidad europea, la cual no es homogénea.
Por ejemplo, si tomamos como punto de comparación lo que se paga por esos lados, los 17 millones de pesos aparecen como una exageración, porque en general en esas universidades se paga más o menos 4 mil euros mensuales brutos. Ahora, si se sube de categoría de universidad, por ejemplo, Oxford, un profesor puede ganar entre 7.200 y 13.700 euros mensuales. Pero para estar en esas ligas se debe tener un currículum mayúsculo, que no tiene Marcela Cubillos.
Por otro lado, hay que señalar que nosotros, que somos cuentistas sociales –digo cuentistas porque el corrector, cuando uno pone cientistas, lo cambia por ese adjetivo–, y estamos adscritos a alguna universidad, somos medidos por una serie de indicadores que nos validan al interior de ellas y ante el mundo académico. Esto pone cuotas de exigencias no menores.
Si estamos clasificados como investigadores, estamos sujetos a mayores exigencias, que se corresponden con las exigencias que se hacen a nuestras universidades en los llamados procesos de acreditación: publicación en revistas indexadas; “la obligación de concursar” a fondos de investigación nacionales, como son los concursos de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), donde para poder entrar se debe cumplir una serie de requisitos, como tener un puntaje mínimo para “ser dignos de evaluación”, que se mide por publicaciones. Podemos agregar el tener movilidad (nacional/internacional), realizar acciones de vinculación con el medio, además de realizar docencia y, algo no menor, tener un doctorado o estar en vías de obtenerlo. Y podríamos seguir sumando cosas.
Pero, bueno, quizás alguien dirá que lo más relevante de esta situación no es necesariamente lo académico. Entonces, ¿qué sería lo relevante? La absoluta desconexión que existe de ciertos sectores del país, porque no es solo la política, con nuestra realidad económica. Por ejemplo, actualmente el salario mínimo en Chile alcanza los 500 mil pesos. ¡Un salario de 17 millones es 34 veces mayor!
Este tipo de remuneraciones escapa a los promedios en nuestras universidades, particularmente públicas, considerando cargos directivos. Por lo tanto, se puede señalar que esta situación se debe ver como un descriterio mayúsculo y muestra una falta de pudor increíble. Claro que la pregunta que viene a continuación es por qué exigir criterio y pudor. Como dice un antiguo dicho chileno: no le pidas peras al olmo.
En una sociedad marcada por desigualdades socioeconómicas, este tipo de situaciones solo refuerzan lo que ya sabemos: que existe una clase política (también empresarial y profesional) que disfruta de privilegios dentro del sistema político.
Esto propicia la existencia de una casta de personas que usufructúan de la política, lo que lleva a erosionar cada vez más la legitimidad de las instituciones y refuerzan el desprestigio y la falta de confianza hacia la política, especialmente en momentos donde lo que se requiere es mayor transparencia y una política más cercana a las necesidades de la gente.
Lo que queda claro, hasta acá, es que Marcela Cubillos es más política que académica y está en esa universidad por eso.
Esto responde muy bien a una tipología que a principios del siglo XX elaboró un distinguido sociólogo llamado Max Weber, en un “pequeño libro” titulado El político y el científico. En él señala que existen diferentes clases de políticos: i) el político profesional (participa en derogación del poder); II) el ocasional (ciudadano sin asociación política); y el semiprofesional (ciudadano perteneciente a asociaciones políticas). Weber se centra en el político profesional, y señala que estos pueden actuar por dos vías: “vivir para la política” sin el interés de recibir algún beneficio (vocación) y “vivir de la política”, o sea, obtener beneficios propios.
Como buen sociólogo, uno podría poner a Marcela Cubillos en la vía de “vivir de la política”, cuestión que se puede aplicar a casi toda la clase política de nuestro país.