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El olvido estructural: la situación de calle en la agenda pública Opinión

El olvido estructural: la situación de calle en la agenda pública

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Luis Riquelme Campos
Por : Luis Riquelme Campos Cientista Político- Universidad Diego Portales Magister © Intervención Social- Universidad Católica Silva Henríquez
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Es necesario precisar y reconocer el rol activo que han tenido tanto las organizaciones, como fundaciones y diferentes actores de la sociedad civil que han buscado abordar un problema de carácter estructural, donde la vocación y el amor al otro, son los motores fundamentales.


Durante julio del 2024, Juntos en la Calle lanzó el Primer Estudio Nacional de percepción ciudadana en torno a la situación de calle. Sus resultados muestran datos interesantes, pues dejan en evidencia la necesidad de preocuparse un tema olvidado en la agenda pública y política de nuestro país, que pareciese tener una mayor visibilidad en ciertos periodos, tales como los electorales o cuando las condiciones meteorológicas varían. Al respecto, resulta interesante abordar la problemática de la situación de calle desde una perspectiva multidimensional, tanto en el proceso de elaboración de programas social como en la misma intervención que se ejecuta en los territorios. 

Respecto a este Primer Estudio, es un insumo que permita observar cómo la ciudadanía percibe dicho fenómeno. Lo que resulta valioso, ya que la información existente tiende a caracterizar y describir la situación de calle desde la perspectiva vinculada a la población mencionada. El abordaje del fenómeno desde una perspectiva multidimensional, incorporando a otros actores en el debate – tales como la ciudadanía -, permite posicionar en la agenda pública esta temática, generando un espacio para problematizar en torno a la situación de calle y visibilizarlo desde un enfoque que va más allá de la caridad y el asistencialismo: un problema estructural en el que tanto el Estado como los policy maker deben aportar. 

Lo anterior es muy relevante, puesto que el estudio revela que el 84% de la población cree que en Chile debemos preocuparnos más de las personas que viven en situación de calle. Al respecto, el 70% de los encuestados consideran que tanto el Gobierno Central como las municipalidades deben generar propuestas para el abordaje de la situación de calle, considerando además, el 72% de las personas que deben existir más programas y apoyo. Con esto, queda en evidencia que existe un problema público que es reconocido por la ciudadanía y en el que existe una preocupación, sin embargo, pareciese que este tema solo aparecería como importante en aquellos intersticios en los que la lluvia y el frío permiten verlos como un otro igual – con atisbos de humanidad- en la intervención social del Estado.  

Es en estos contextos, en los que las noches frías  permiten observar cómo se erige la necesidad esporádica e inusual de preocuparse por el otro. Un otro que en gran parte de la trayectoria del año, muchas veces es desdibujado, olvidado e incluso, deshumanizado debido a la situación en la que se encuentra. Este sujeto no solo es olvidado por las personas, sus familias ni vínculos más cercanos, sino que también, es un otro que ha sido marginado e invisibilizado, tanto por quienes diseñan las políticas sociales como por aquellos que las ejecutan a nivel territorial, e incluso, por los mismos interventores sociales.

Ese otro fugaz, digno de derechos por temporadas y reconocido como un igual en las noches más frías y húmedas que envuelven el invierno son las personas en situación de calle, los sin hogar o, en un lenguaje con un código cultural que pretende relativizar la pobreza y precariedad detrás de la situación calle, son los denominados homeless. Es aquel sujeto desdibujado y marginado, tanto social como políticamente, el que guía esta columna en torno a quién es el otro tanto en los programas como en la intervención social al hablar de la situación de calle. 

Volver a trazar a la persona en situación de calle en la esfera política, pública y en la misma intervención social, resulta importante, pues nos permite observarnos en el otro, reconociendo en dicha persona la humanidad presente que nos ha robado el ethos neoliberal, dotándolo como una persona digna de derechos y reconociéndole como tal, no solo en momentos esporádicos de la trayectoria del año, sino como un aquel que requiere de una intervención en la que se comprenda la importancia de posicionar su dignidad, más allá de los intersticios de inviernos, sino que validarla a través de programas, presupuestos, estructuras, pero también considerando las dimensiones sociales y afectivas.

Considerar lo anterior permite trazar aquellas líneas que han sido desdibujadas en cuanto a la comprensión de quiénes son aquellos sujetos dignos de acción e intervención por parte del Estado, bajo el alero de un ethos neoliberal que normaliza la precariedad y desigualdad, pero, por sobre todo que excluye al desigual.   

Reconocer al otro desde las políticas públicas y la intervención social, permite no solo transformar una realidad, sino que además, problematizar en aquello que el neoliberalismo no deja ver. Permite que las personas en situación de calle recuperen su historicidad, reconociendo el contexto y escenario en el que se ubican, siendo un otro no separado de los otros, sino que más bien, un otro que se diferencia a partir de lo singular de sus cuerpos. Es este neoliberalismo en el que prima una percepción del sujeto asociada al bienestar mezquino e individualista, el que afecta tanto los vínculos sociales como sus mismas estructuras y las relaciones que se han establecido con las personas en situación de calle. Relaciones esporádicas, asistencialistas y vinculadas a la caridad, donde las personas en situación de calle aparecen cada vez más invisibilizadas, marginalizadas e incluso olvidadas por la intervención del Estado y por los mismos interventores sociales. 

Para ejemplificar lo anterior y demostrar lo efímero que es el reconocimiento como un otro a las personas en situación de calle, por un lado, se puede recordar el intersticio asociado al verano o periodos electorales, momentos en el que la recuperación de espacios públicos aparece como un concepto en el que se enmarca al otro (persona en situación de calle) como un sujeto que produce externalidades negativas, circunscritas a las “incivilidades”, cada vez más despersonalizados y erradicados de aquellos espacios en los que pueden habitar desde su humanidad, desalojos que pasan a llevar toda dignidad, tensionando la intersección que se da en las esferas del reconocimiento, ya que ni el valor social ni afectividad priman en este tipo de acciones. Mientras que por otro lado, tensionamos aquellas acciones vinculadas al reconocimiento del otro en aquellos intersticios vinculados al invierno, en los que la humanidad de todos y todas, pareciera volver a florecer, donde nuevamente existen las personas en situación de calles como seres que habitan un espacio, en el que sus cuerpos se hacen presentes en el territorio desde la valoración social y afecto, pero también, reconociendo sus derechos como ser humano a habitar un espacio digno, en el que sea cobijado del frío y la lluvia. Es en estos espacios temporales donde los albergues, las rutas sociales y la intervención social aparece como una herramienta que afirma el valor de la vida de estos otros, buscando sopesar aquellas injusticias y desigualdades a las que se encuentran expuestas las personas en situación de calle.

El debatir en torno al reconocimiento del otro (personas en situación de calle) en las políticas públicas y en la intervención social, es una forma de cuestionar las estructuras de dominación hegemónicas impuestas por un modelo neoliberal. Modelo en el que los sujetos son vistos como individuos en los que los valores de la sociedad se vinculan al individualismo, desconocimiento del otro como un igual y escasa cohesión social. Una construcción del otro que al analizarla considerando a las personas en situación de calle, se acentúan, pues se hace latente el desconocimiento, invisibilización e indiferencia. Sin embargo, pareciese ser que existen pequeños intersticios en los que la humanidad de la persona en situación de calle se pone en tensión, reconociéndoles como un ser digno de acceder a programas, presupuestos, estructuras y ayudas sociales. Son estos lapsus los que permiten reconocer, aunque sea por un momento, a aquella persona marginalizada como un ser humano con dignidad, generando la intersección entre las tres esferas del reconocimiento, estas son la jurídica, afectiva y  a la de la valoración social.

Es necesario precisar y reconocer el rol activo que han tenido tanto las organizaciones, como fundaciones y diferentes actores de la sociedad civil que han buscado abordar un problema de carácter estructural, donde la vocación y el amor al otro, son los motores fundamentales para dignificar la situación de calle. 

Finalmente, el desafío en la construcción del otro –personas en situación de calle- desde la intervención social y desde los mismos policy makers, no es solo buscar intervenir para transformar una realidad durante la temporada de invierno, sino que también, intervenir haciéndoles parte en los procesos de construcción de programas y políticas sociales, considerándoles en las glosas presupuestarias, trabajando articuladamente con aquellas personas, fundaciones y agrupaciones de la sociedad civil que a través de sus gestiones diarias se han especializado en la temática. Esto considerando que las personas en situación de calle se han visto enfrentada a un sistema donde las estructuras y su historicidad han marcado su trayectoria de vida y desarrollo como sujeto marginalizado en la sociedad. En resumen, abordar la problemática de la situación desde una perspectiva vinculada a la corresponsabilidad, donde tanto el Estado como Sociedad Civil y Familia aparecen como actores fundamentales para abordar dicha situación, siendo la sostenibilidad de la vida y los cuidados, una perspectiva interesante a incluir para futuras propuestas y proyecciones en la intervención del Estado. 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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