¿Y si le ponemos pie al acelerador a la discusión del corredor bioceánico y pensamos en los beneficios para nuestra economía –y la del continente sudamericano– de cara a los próximos 100 años?
Si algo une a los gobiernos de Sebastián Piñera, Michelle Bachelet, Ricardo Lagos, y del mismísimo Presidente Gabriel Boric, es que han realizado sendas gestiones para impulsar un corredor bioceánico entre Sudamérica y Asia.
Si alguna vez hubo el sueño de una Carretera Panamericana que uniera Alaska con Tierra del Fuego, en este siglo, la ilusión es un corredor bioceánico, que una Brasil con Asia Pacífico.
Esta conexión es un sueño frustrado, porque, para lograrlo, lo más práctico es pasar por Bolivia y, como es de público conocimiento, el país mediterráneo exige una salida al mar soberana. Por otro lado, a través del Perú es muy difícil, ya que se requiere incursionar por la selva. Finalmente, el escenario se vuelve paradójico, porque en un mundo de capital global, el corredor les conviene a todos los países involucrados. Además, sería un gesto de integración continental.
Resulta difícil, a pesar de contar con casi 5 mil kilómetros de costa, cederle algo de mar a Bolivia. Si bien, tampoco debiese ser algo tan dramático, es un asunto complejo en lo simbólico y práctico. Según el Tratado de 1929, Perú debe dar su visto bueno en territorio anexado por Chile posterior a la Guerra del Pacífico y, como tres son multitud, el país nunca ha estado dispuesto a ceder su espacio anterior (Arica). Otra opción implica cortar las tierras chilenas en dos. Aunque en la práctica Bolivia tiene una pequeña soberanía portuaria, Chile le debe garantizar sus rutas, que son parte del Tratado de 1904.
Aquí es donde se enreda el sueño y se vuelve una pesadilla recurrente. En vez de una mirada de inclusión y generosidad latinoamericana, nos quedamos con una matriz económica básica, exportando materias primas brutas al mundo. Seguimos exportando piedras como principal activo de la economía del país.
En cambio, si se concreta un corredor bioceánico, es altamente posible que se pueda generar una cadena productiva de temas innovadores que están ocurriendo en Asia. Por ejemplo, podríamos ser protagonistas en la fabricación de autos eléctricos, ya que el litio está en la pasada. Con esta tecnología, se podría descontaminar Santiago y todas las ciudades de Chile.
Un continente de políticas sustentables está cerca si se dejan de lado los chauvinismos por un pragmatismo político y cultural. Puede parecer complejo acercarse a China, sin embargo, es el primer socio económico de Chile, incluso, más que Estados Unidos.
Hay que recordar que Brasil y China son parte del grupo de economías emergentes, junto con Rusia e India, denominadas BRIC. Pueden estas naciones, a priori, parecer socios un tanto rudos en el vecindario global, no obstante, revisando el pasado, tampoco es que Estados Unidos o Inglaterra hayan sido tan amables históricamente. En este sentido, Europa lo tiene claro: se debe lidiar con ellos.
Entonces, participar de un corredor Brasil, Bolivia (con mar soberano), Chile y China tampoco está tan mal para pasar a una matriz económica más virtuosa y sustentable, ya que estamos destinados a ser la “pila del mundo” en el siglo XXI.
¿Y si le ponemos pie al acelerador a la discusión del corredor bioceánico y pensamos en los beneficios para nuestra economía –y la del continente sudamericano– de cara a los próximos 100 años?