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China, 75 años con logros y nuevas reformas Opinión BBC

China, 75 años con logros y nuevas reformas

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Fernando Reyes Matta
Por : Fernando Reyes Matta Exembajador en China, Director del Centro de Estudios Latinoamericanos sobre China, Universidad Andrés Bello.
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La China de hoy, conducida por Xi Jinping, ya no puede decir, como en tiempos de Deng Xiaoping, que frente a la realidad de los escenarios internacionales cabe mantener un perfil bajo. Su proyección al mundo le obliga a ser actor y a tener posiciones.


Cuando se llega a los 75 años de la creación de la República Popular China es bueno constatar que una de las claves de esta etapa del milenario país ha sido entender los signos de los tiempos y avanzar a partir de ellos. No es un dato menor que, en el foro empresarial durante la APEC pasada, el director ejecutivo de Google, Sundar Pichai, dijera que China está a la vanguardia en el campo de la inteligencia artificial (IA) y que la magnitud del trabajo de China en este ámbito “es simplemente asombroso”.

Eso ocurre al mismo tiempo que la economía china vive momentos complejos después de la pandemia, pero las medidas adoptadas en los últimos días han traído cierto optimismo en los hogares y las Bolsas de ese país, más una evaluación positiva en el resto del mundo.

Diversos análisis internacionales, como el de TD Securities, señalan que, con las recientes reformas económicas adoptadas, China busca evitar una experiencia deflacionaria como la vivida por Japón. Allí, una espiral de bajo crecimiento, baja inflación, escasa inversión y consumo, ha hecho que el crecimiento del PIB agregado no se produzca, una realidad crítica que apareció en la economía japonesa en los 90, tras el estallido de una burbuja inmobiliaria histórica.

China tiene hoy el problema de la crisis inmobiliaria, unida a una deuda cuantiosa de las provincias y un consumo interno que no se ha expandido como se esperaba. Por eso los anuncios recientes han tenido eco fuerte más allá de China y por lo que hoy representa en la economía mundial.

En diciembre pasado, la revista Finanzas y Desarrollo, que edita el Fondo Monetario Internacional (FMI), publicó un extenso artículo analizando todas las variables de la situación de China y concluyó con este párrafo: “Histórica y analíticamente, las bases del crecimiento de China parecen ser frágiles. Incluso si no se produce una crisis, los desfavorables factores demográficos, los altos niveles de deuda y el ineficiente sistema financiero frenarán el crecimiento de China. Pero si el gobierno mueve bien sus fichas, también es posible presagiar un futuro más favorable para la economía china, con un crecimiento moderado que es más sostenible desde una perspectiva económica, social y ambiental”.

Ese movimiento positivo de las fichas parece estar en las recientes medidas adoptadas. Oxford Economics dijo al respecto: “Las medidas políticas de hoy son audaces en términos históricos”. Por una parte, el Banco Popular de China (el banco central) reducirá los coeficientes de reservas de los bancos hasta el nivel más bajo desde 2020, lo cual podría terminar liberando más de 140 mil millones de dólares de liquidez en el mercado.

También se rebajarán los tipos de interés, lo que debería llevar a una disminución generalizada de los tipos de interés para promover el crédito en toda la economía. Para los préstamos hipotecarios ya existentes habrá una reducción de intereses, cuyo efecto de ahorro entidades como Bloomberg calculan en 21 mil millones de dólares, se rebaja la cuota de entrada en la compra de una segunda vivienda y se instala un plan para que los gobiernos locales compren esas viviendas aún sin propietario (que son muchas) y las ofrezcan como viviendas sociales.

Igualmente, se abre una línea de 140 mil millones de dólares disponible para las empresas que cotizan en bolsa, para que recompren sus acciones y suban su valor de mercado.

No obstante, hay voces que evalúan tales decisiones señalando que ya se verá si ello lleva a lograr el 5% de crecimiento para el 2024, que se fijó el Gobierno. Será un dato, pero este “aluvión de medidas”, como las llamaron los economistas de Bloomberg, hay que colocarlo en una perspectiva de largo plazo. Es así como siempre hay que mirar lo que pasa en China, especialmente para países que tienen una fuerte relación con el mercado de ese país, como es el caso de Chile.

Porque al mismo tiempo que se producen tales ajustes, hay una transformación profunda en la estructura industrial de China, evolucionando de una industria manufacturera clásica a una industria digital de avanzada. Y eso ocurre no obstante las barreras de acceso a tecnologías como los chips de vanguardia, a partir de la confrontación comercial y geopolítica con Estados Unidos. Esta tensión es un dato de la realidad y con ella llega China a los 75 años de esta etapa de su historia, la etapa de la República Popular China.

En ese marco, surge una pregunta que cabe hacerse en estos días: ¿cómo pasó China de ser aquel país de 1949, pobre, hambriento, castigado por invasiones y una larga guerra civil, a ser la potencia que es hoy?

Por una parte, por una lectura propia del pensamiento marxista, por tener una opción política que denominan “socialismo con características chinas”. Este ha sido un camino que no siguió los dictados de Moscú, una senda propia que en gran medida ha sabido mezclar los principios y teorías de Marx con aquellas que vienen de Confucio y sus sabios milenarios.

Mao Zedong (como hoy se escribe su nombre) es reconocido como el padre fundador de la denominada Nueva China, más allá de los grandes errores que cometió desde su liderazgo, como fueron el “Gran Salto Adelante” (1958-1961), con millones de chinos muriendo de hambre, y la “Gran Revolución Proletaria” (1966-1976) o Revolución Cultural, que llevó a una crisis profunda a las fuerzas productivas y estructurales del país. Pero Mao Zedong dejó como huella histórica su lucha por una decisión esencial: hacer resurgir a China desde sus cenizas y reubicarla como el Gran País que había sido por muchos siglos en la antigüedad.

Tras la muerte de Mao y el primer ministro Zhou EnLai, en 1976, luego de un tiempo caótico, emerge la figura de Deng Xiaoping. Fue él quien condujo a China a través de una serie de reformas, para llevarla a un modelo inédito: aquel de la conducción socialista de la economía aplicando los instrumentos de la economía capitalista y sus dinámicas de mercado. Es por ello que se le considera “el arquitecto de la China Moderna”.

A fines de 1978, en un discurso clave en el PCCh, lanza el programa “Boluan Fanzheng“, y deja atrás los efectos de la crisis política vivida y convoca a una reforma económica audaz. Allí comienza la gran transformación económica de China, sustentada en diversas decisiones de cambio. De ellas, hoy nos parece importante rescatar como la más importante aquella de 1986, el llamado Programa 863 o Programa de Desarrollo de la Alta Tecnología.

¿Cuáles fueron los siete objetivos de largo plazo de aquel programa de 1986? Vale enumerarlos con óptica de dónde se encuentra China hoy. Ellos fueron: Biotecnología, Tecnología espacial, Tecnologías de la información y la comunicación, Tecnología láser, Ingeniería automática, Desarrollo energético, Nuevos materiales. Con su mirada estratégica, Deng anticipó dónde debían estar las fuerzas de China en el futuro. A esos siete objetivos, otros se han ido agregando por el camino, pero esos siete determinaron los avances de China para ser hoy, como señalan las estadísticas de la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), un actor principal en el registro de patentes.

Según un informe de julio 2024 de la OMPI, los inventores establecidos en China presentan el mayor número de solicitudes de patente de inteligencia artificial generativa, superando en gran medida a los inventores de los EE.UU., la República de Corea, el Japón y la India, que constituyen los otros principales cinco lugares.

La China de hoy, conducida por Xi Jinping, ya no puede decir, como en tiempos de Deng Xiaoping, que frente a la realidad de los escenarios internacionales cabe mantener un perfil bajo. Su proyección al mundo le obliga a ser actor y a tener posiciones. De allí sus Iniciativas para la Seguridad Global, aquella de la Franja y la Ruta o una cuasifilosófica/política: aquella del Destino Común de la Humanidad.

Más allá de esas propuestas que marcan un perfil en el devenir del mundo, Xi Jinping enfrenta dos grandes tareas ineludibles: por una parte, a partir de los avances logrados, conducir sus procesos de industrialización de avanzada bajo un nuevo concepto de “modernización”, unido a expandir o mantener su presencia en los mercados mundiales; por otra, asumir que China, en tanto avanza a ser un país de clase media acomodada, tendrá que crear verdaderos canales de “participación” de la sociedad en las decisiones de su futuro.

Probablemente no sigan los caminos de 250 años de democracia occidental, pero tendrán que encontrar las formas de que sus ciudadanos, ya liberados de la pobreza y el hambre del pasado, se expresen y participen plenamente en aquellas decisiones de la cúpula del poder. Una sociedad digitalizada es otra cosa y el PCCh lo sabe.

“A ustedes se les olvida que nosotros no somos hijos de la Revolución francesa”, nos dijo hace poco un historiador chino. “Y de quién son hijos”, le pregunté. “De nuestra historia”, nos respondió, “y allí tenemos que encontrar las respuestas”. En solo 75 años China volvió a ser determinante para el devenir del mundo, lo cual genera un desafío clave de dos vías: que el mundo entienda a China y que China entienda al mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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