Publicidad
Octubre, revuelta y palabra filosófica Opinión Crédito foto: Marcelo Pérez

Octubre, revuelta y palabra filosófica

Publicidad
Javier Agüero Águila
Por : Javier Agüero Águila Dr. en Filosofía. Universidad Católica del Maule
Ver Más

Nadie tiene la última palabra de la Revuelta porque, justo, no hay palabra que puede abreviarse, ésta es sin concepto. 


  1. Frente la arremetida de un “sociologismo” alterado y pretencioso (mas no por esto muy poderoso) respecto de lo que fue Octubre –sociologismo que quisiera cortar el significante, lo que es de suyo es imposible, con la insistencia en “el malestar” y “la anomia” como causas madres de la fractura– es que se vuelve necesaria la palabra o contrapalabra filosófica. A este relato, que se implicó escritural y políticamente con aquel momento, Miguel Valderrama lo timbró como las “Escrituras de la Revuelta” y, por otro lado, es el espacio al que Nelly Richard –con su contundencia, estilo y profundidad ensayística– dirige una potente crítica en su último libro Tiempos y modos. Política, crítica y estética (Planeta, 2024).

En términos amplios, nos referimos a un espacio colectivo que se construyó al interior de algunas universidades promoviendo una suerte de alianza entre el acontecimiento de la Revuelta y un tipo escritura que pretendió ser el reflejo de ese desplazamiento brutal (inédito, desproporcionado, desregulado, anárquico), generando e imaginando conceptos ahí donde el desajuste a todo orden era de tal magnitud que no se dejaba literalizar. Estas escrituras no se dinamizaron ni estuvieron amparadas por los grandes medios de comunicación; no estuvieron ni están “bien instaladas” ni menos respondieron a intereses de ningún tipo. Nada más fueron una reacción a la urgencia de narrar un momento excepcional con la improvisación que exigía la misma resbalosa temporalidad de lo que pasaba y que, se cree, al día de hoy siguen teniendo algo más que decir

Entonces la filosofía autoriza y desautoriza.

  1. Octubre nunca pudo ser premeditado, anunciado; jamás prometido. Éste solo irrumpió desadaptado, conmocionando todo y estremeciendo el folclor oligárquico. Fue lo que no esperamos, lo que nunca pensamos que podría llegar a ocurrir, pero ocurrió, haciendo posible la imposible posibilidad del acontecimiento. Como lo escribe Alain Badiou en Lógicas de los mundos: el acontecimiento “[…] viene a hacer inciso, en el fraseado continuo de un mundo, el frágil centelleo de lo que no tiene lugar de ser” (2008, p. 63). Es decir, una interrupción total en la tranquila narrativa de un mundo que se revela imperturbable en su adecuación a sí, a sus tramas típicas, a su historia que tacha los márgenes y hace invisible aquello que se desadapta progresiva y subterráneamente generando un magma que, en algún momento, irrumpirá descoincidiendo, dejando la impronta de ese inciso que vino a dar posibilidad a aquello que parecía nunca tendría lugar. 

O bien, si pensamos en la filosofía de François Jullien, lo que habría ocurrido el 2019 fue una descoincidencia: “Partamos de lo más elemental: cuando las cosas coinciden perfectamente, cuando están completamente adecuadas y adaptadas […] esta adecuación cumpliéndose se esteriliza. Es entonces saliéndose de la coincidencia, de esta adecuación que se estanca en su positividad, que puede abrirse un futuro” (“De l’écart à l’inouï – repères III”, 2018, p. 233).

En este sentido es que el filósofo convoca a develar la pretendida perfección de la existencia y la cultura cuando todo parece estar en su lugar. A esto llamamos, apresurados, “normalidad”; como si aquello que pudiera ser relevante en nuestro espacio-tiempo (sus protocolos siempre bien definidos, la geometría de nuestras rutinas heredadas por siglos de dominación oligárquica –lo queramos o no: de la hacienda, el estanco y el mercado–), estuviera coordinado, dando la impresión de que en la adaptación habita lo natural y corriente. Todo en nuestra vida es orden y jerarquía, categorización y un pretencioso control del porvenir. 

¿No fue acaso Octubre, “precisamente”, aquello que produjo una desadaptación de este orden y esta jerarquía? ¿significó el acontecimiento una superación del límite en el que deambulaban (seguras) nuestras certidumbres gestionadas por el ciclo invariable del referato neoliberal? ¿fue Octubre el desborde de una multitud sin estructura que miró por primera vez a los ojos a (de) la violencia y el abuso articulados siempre como dispositivos biopolíticos del poder en la historia de Chile?

Descoincidir, entonces también la Revuelta, es el grito y la querella del no más que iluminó una resistencia descoordinada y sin fisonomía, pero resistencia al fin, de cara a lo normado y lo oficial que se decidía en los burós de las gerencias transnacionales con sede en las nacionales y que respondían al eco siempre arbitrario de quienes no solo tuvieron el poder, sino que lo adecuaron, reconociendo en esta operación a un pueblo siempre afirmativo, ajustado y coincidente, controlado por una suerte de inercia a la obediencia que, y producto de la fractura que ascendía, se transformó de golpe en “multitud”.

Octubre fue la querella de la multitud siendo entonces desacato en el corazón de las ceremonias del mercadeo.

  1. Veo y leo todo lo escrito durante el tiempo que duró la Revuelta y constato que nunca volverá esa escritura; aquella que se consumió como expresión de sentido en el mismo momento en que intentó ser letra impresa, párrafo, texto. No obstante la imaginación, el esfuerzo, el tiempo que se volcó al servicio de la historia que se descarrilaba frente a nosotros/as, en ese solo instante, fue lo que se pudo decir ahí donde Octubre no tuvo ni tendrá nunca traducción. Todo el resto, las manipulaciones, las apropiaciones y los sociologismos atávicos son solo espejo de sí mismos y su afán por contener lo incontenible.

Nadie tiene la última palabra de la Revuelta porque, justo, no hay palabra que puede abreviarse, ésta es sin concepto. 

Entonces octubre permanece en desacato, para siempre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias