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Sin palabras Opinión Foto: DW/Fadel Senna/AFP

Sin palabras

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Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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La guerra no se ganará militarmente, la paz solo es posible a través de la diplomacia y la política. Esto requiere voluntad y, sobre todo, preocupación por el propio pueblo más que por los intereses particulares y narcisistas de sus dirigentes.


Durante el último año, prácticamente no he vuelto a escribir. La masacre del 7 de octubre ejecutada por Hamas me dejó sin voz. La palabra ha sido mi instrumento de trabajo, mi forma de insertarme en la sociedad, de aportar a crear un mundo mejor, una obligación de la cultura judía en la que fui criada.

Ese 7 de octubre, desperté con la noticia del horror. Israel vivió esa madrugada un pogromo que dejó más de 1.200 muertos y 251 civiles secuestrados. Todo esto en la frontera con Gaza, donde palestinos e israelíes convivían a diario, trabajaban y comían juntos como buenos vecinos, si no como amigos. Todo esto en medio de un concierto por la paz, donde miles de jóvenes se divertían de manera inocente, sin imaginar lo que vendría.

Quizás muchos ignoran lo que es pogromo, pero no hay judío que no lo sepa. Es la matanza indiscriminada, el robo, la violación sufrida por una comunidad judía, ocurrida de manera sorpresiva, que surgió en la Rusia zarista y se extendió a otros países de Europa.

Entre otros objetivos, la creación del Estado de Israel aseguró que nunca más se produciría un pogromo. Y así fue hasta el fatídico 7 de octubre. Aquel sábado por la mañana, mi mundo se oscureció y mis pies quedaron sin soporte. Un silencio sepulcral se instaló a mi alrededor, primero fue efecto del impacto, luego se hizo realidad cuando gran parte del mundo calló frente a la barbarie, especialmente mis compañeros de izquierda y mis compañeras feministas.

De allí en adelante, todo ha sido sangre y dolor. Guerra y muerte.

Hamas sabía que su brutalidad serviría a Netanyahu para fortalecer su coalición de ultraderecha y fundamentalistas religiosos, en medio de protestas ciudadanas en su contra, cada vez más masivas y desplegadas por todo el país. La respuesta contra los dirigentes de Gaza sería implacable.

Hamas logró su objetivo. Cuando planificó su masacre sabía perfectamente lo que vendría a continuación. La muerte de los suyos no le importó, no solo no los protegió sino que los usa como propaganda para su causa: aniquilar a Israel y borrarlo del mapa.

Como en toda guerra, la verdad se pierde en medio de la batalla y la distorsión de la realidad nubla la razón y produce emociones cada vez más radicales. La mentira, la manipulación y la desinformación van repitiendo conceptos perversos hasta que se transforman en realidades escritas en piedra.

Se dice que los palestinos sufren un genocidio desde que se creó el Estado de Israel. Lo cierto es que la población palestina se multiplicó por lo menos cinco veces desde 1948, y que, desde entonces, han buscado destruir a Israel. Muchos cantan “Palestina libre, desde el río hasta el mar”, sin saber lo que proponen. Desde el río Jordán hasta el Mediterráneo contempla todo territorio israelí –más Gaza y Cisjordania–, por lo tanto, promueven felices un genocidio sin contemplaciones.

Se dice que Israel es colonialista, que se instaló en tierras del Estado palestino. Lo cierto es que jamás existió un país con ese nombre u otro, que identificara el pueblo palestino. Los judíos no colonizaron ningún Estado existente previo a su creación. En noviembre de 1947, la Asamblea General de Naciones Unidas crea Israel y promueve por primera vez un Estado palestino, que ese pueblo se negó a aceptar, porque sus vecinos árabes declararían la guerra y terminarían con Israel de un plumazo. Esto no ocurrió y, desde entonces, los israelíes no han tenido un solo día de paz.

Hoy se insiste en que Israel no cumple las resoluciones de Naciones Unidas. Qué distinta hubiera sido la historia si los palestinos hubiesen escuchado a la ONU en 1948. Quizás hoy existirían dos Estados florecientes, capaces de convivir y desarrollarse potenciando sus respectivas capacidades. Un sueño que no pudo ser.

Desde el 7 de octubre, el antisemitismo ha florecido por todas partes como hace un siglo. En la universidades, sobre todo en Estados Unidos, la discriminación y la agresión contra estudiantes y profesores judíos se multiplican, sin importar lo que piensan y sienten frente al conflicto, simplemente son judíos y merecen castigo.

Imposible mantenerse impávidos ante las imágenes inhumanas que a diario publican las organizaciones palestinas. Muertes que quizás pudieron evitarse, pero que Hamas nada hizo para impedirlo. Sus túneles, eficientemente construidos, no eran refugio para civiles sino solo para milicianos armados. Las víctimas civiles –como lo han reconocido– son simplemente parte de su lucha. Por eso, tampoco importa esconderse ni planificar ataques junto a hospitales o escuelas.

Se insiste en que en la respuesta de Israel no hubo proporcionalidad. ¿Cuál sería la simetría aceptable? Si Israel no protegiera a su población con refugios bien construidos y armas defensivas que impiden a los misiles estallar sobre su país, si mostrara imágenes descarnadas de sus muertos y sus ciudades destruidas, ¿esta guerra sería más aceptable a los ojos del mundo? ¿Habría menos antisemitismo?

Me duele cada muerte en Israel, en Palestina y en cualquier lugar del mundo. La guerra es un fracaso de la Humanidad.

Como lo plantearon hace unos meses, el ex primer ministro israelí Ehud Olmert y Nasser Ai Kidwa, exministro de Relaciones Exteriores de la Autoridad palestina, dirigentes judíos y palestinos que no comulgan con el extremismo que dirige la guerra, la paz es posible. Su propuesta, publicada nuevamente en el diario El País del sábado, contiene medidas concretas y razonables.

La guerra no se ganará militarmente, la paz solo es posible a través de la diplomacia y la política. Esto requiere voluntad y, sobre todo, preocupación por el propio pueblo más que por los intereses particulares y narcisistas de sus dirigentes.

Como alguna vez dijo Golda Meier: “Podemos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos. No podemos perdonarlos por obligarnos a matar a sus hijos. Solo tendremos paz con los árabes cuando amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros”.

Solo la paz puede permitirnos usar nuestras voces en libertad, política y de espíritu.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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