“No se corrige solo a quien se cuelga, se corrige a todos a través de él” (Montaigne).
¿Dónde está el nudo de la crisis del país? ¿Hay alguna crisis que atraviese a las demás? ¿Una que, si no enfrentamos, las otras volverán a emerger? Difíciles y pretenciosas preguntas. Ensayemos una respuesta, juntos.
Yo creo que la viga maestra que atraviesa y sostiene toda nuestra casa tiene una fractura desde hace años en el país, que se viene profundizando y visibilizando más. Pero la soslayamos y nos vamos orillando con soluciones menores.
A todos nos cuesta llamarla por su nombre. Nos da pudor hablar de ella, a mí también. Porque suena grandilocuente, ampulosa y dramática. Se escucha un eco de Catón. Pero las cosas que no decimos por su nombre parecen no existir, como tampoco existe la enfermedad que no se diagnostica. Entonces no la tratamos y se sigue profundizando.
La viga maestra fracturada es una crisis moral que se incuba lentamente (en tiempos de democracia) desde hace un par de décadas en Chile. Para mí es una constatación de la realidad. Una evidencia, no una denuncia de Catón. MOP-Gate; sobresueldos en billetes a ministros exentos de impuestos; Pinochet y sus millones de dólares en el Banco Riggs; sucesivos comandantes en Jefe formalizados por casos de corrupción económica.
También el caso La Polar; el caso Cascadas; SQM, Penta y el financiamiento irregular de la política; la colusión de las farmacias, del pollo, del papel tissue, quizás ahora de los casinos; el caso Caval; los alcaldes formalizados de comunas importantísimas, como Vitacura, Maipú, Recoleta y otros.
Asimismo, los conflictos de intereses en la Ley de Pesca y la del royalty; la formalización del exdirector de Investigaciones; la formalización de la plana mayor de Carabineros y su exdirector; fiscales de casos importantísimos y un exministro del Interior imputados; tres miembros de la Corte Suprema acusados constitucionalmente y uno con procedimiento de remoción.
Alrededor de un 50% de evasión de Impuesto a la Renta y un 20% de evasión del IVA. Y podríamos seguir. Esa muestra es suficiente. Son casos de corrupción cometidos –con condenas, formalizaciones o en proceso de investigación– por los más altos rangos de los poderes e instituciones del Estado, por dueños, directores y ejecutivos de las empresas privadas más grandes y lucrativas de Chile; por altos personeros de instituciones a cargo de nuestra seguridad, como Carabineros, Investigaciones y el Ejército.
Hay muchos diagnósticos fragmentados de la crisis en Chile, totalmente válidos. Para unos es una crisis del Estado; para otros, del sistema político; o es institucional y constitucional. Que es una crisis estructural del modelo de desarrollo, o la excesiva desigualdad; o la desconexión entre las elites y el resto de los chilenos. Que es la mala seguridad pública.
Es una crisis de los partidos políticos o del Congreso Nacional; o es la mala calidad de la política. Que no hacen su tarea los organismos de fiscalización. Que la que falla es del sistema judicial, garante de nuestros derechos y libertades. Que es la mala educación escolar. Y podría seguir mucho más. Todas esas crisis son reales e importantes, se suman.
Solucionarlas todas de una vez es imposible. Tenemos que concentrarnos en tres o cuatro batallas por vez (por cada gobierno). Es clave elegir bien las batallas y procurar, primero, que los generales y sus batallones tengan acuerdos básicos de la finalidad y la estrategia para avanzar.
Pero creo que no bastarán esas batallas. Lo sustantivo de los problemas volverá a emerger. Porque tenemos un problema basal que nos afecta a todos, que es moral.
Ese problema moral entra en las instituciones, en quienes las dirigen, y en la sociedad. Somos las personas las que aplicamos o burlamos la ley, las que actuamos de buena o mala fe, las que buscamos acuerdos para el bien común, las que actuamos con honestidad y rectitud, los que somos justos o injustos. La ley no basta y no fue ni será suficiente. Por eso ni tú ni yo somos espectadores de la crisis moral. Somos tan protagonistas, actores, gestores y responsables de ella como otros, por acción u omisión.
Cuando un país cae en una crisis moral muy profunda, decaen el carácter y el ánimo. Una nación en crisis moral se “des-moraliza”, deja de tener “la moral en alto”. Cuando se pierde la “virtud”, también se pierde la fuerza, la valentía y la energía. Disminuye la potencialidad y la plenitud del país y de su gente.
“Virtud” viene del latín “virtus”, que se origina en “vir”, “vis”, que significan fuerza, energía, valentía, potencia. Todo eso perdemos en la decadencia o degradación moral, todos. Tal vez por eso Enrique Mac-Iver comenzó así su discurso sobre la crisis moral de la República en 1900: “Me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan”.
En esto no comparemos a Chile con otros países en crisis moral. Compararnos con los “malos” nos hace peores. Comparémonos con los que están sano y los que estuvieron enfermos y lo superaron. Recordemos nuestra propia historia en momentos de mayor dignidad, rectitud, honradez y progreso.
En estos días, podemos avanzar. Las sanciones también cumplen un fin moral en la sociedad, sobre todo en casos de connotación pública. La moral no la aprendemos de la teoría. La aprendemos de la práctica y del ejemplo de otros. Aprendemos del buen ejemplo como del malo. La sanción severa de los malos ejemplos, sobre todo en casos graves, es clave para que los demás huyan de la misma falta. Si no se sancionan con firmeza, todos los chilenos se sienten autorizados para hacer lo mismo y más.
Montaigne decía que él se sentía poco enseñado por los buenos y que se servía de los malos, cuya lección es más cotidiana, y concluía que “no se corrige a quien se cuelga, se corrige a todos a través de él”.